25 de diciembre de 1741
El fantasma del pacífico avanzó sin demasiados tropiezos el resto del viaje. El clima había terminado de descender a grados bajo cero, y la tripulación no tenía demasiado con lo que cubrirse; estaban intentando aguantar el frío todo lo posible con lo poco que contaban.
Esta vez el mar está en una quietud que ya les pone los pelos de punta. Mientras avanzan lentamente con el barco, algunos témpanos de hielo de gran tamaño flotan en la superficie, dándole al paisaje un aspecto escabroso.
Después de su encuentro con las sirenas y la criatura del abismo, se mantenían alerta esperando a la próxima cosa que quisiera abordar o atacarlos de la nada.
Catherine ha mantenido la distancia con el comodoro desde entonces. La tripulación estuvo de acuerdo en dejarlo andar libre por el barco, debido a que ya en dos ocasiones los había ayudado en momentos de apuro, cuando otro; quizá; los habría dejado a su suerte. No tiene idea de cómo es que eso terminó pasando, pero está bastante segura de que sus hombres le han tomado confianza y respeto a Andrew; y no sabe decir si eso es algo bueno o malo.
—¿Cuánto nos falta? —Arden se acerca a ella mientras se frota las manos para intentar conseguir algo de calor.
—Ya deberíamos estar cerca —asegura, pero la realidad es que no está segura de nada.
—Este frío nos va a matar. —Se quita el abrigo de piel que tiene y se lo coloca encima de los hombros a la capitana. Ella ya tiene una capa que le cubre, aunque bastante poco.
—¿Qué haces? Te vas a congelar de frío —le dice a punto de quitarse el abrigo de encima.
—No, quédatelo.
—Arden...
—¡Ay por favor! Déjalo intentar ser caballeroso por una vez —interrumpe el comodoro, que ha estado viendo la escena desde hace un rato.
—¿Qué? —cuestiona Arden con el ceño fruncido. No le agrada que se pasee por el barco como si fuese el dueño, y que ella se lo permita, pero interferir en sus conversaciones privadas con Catherine ya es otro nivel.
—¿Acaso no es eso lo que quiere hacer?
Arden empuña las manos y parece que se le va a ir encima, sin embargo, la capitana interviene entre los dos.
—¿No tiene nada mejor que hacer? —pregunta con un tono de fastidio.
—Solo, vine a decirle que Berry asegura que la península debería estar aquí.
—Pero aquí como ve, no hay nada. —Extiende su brazo señalando el océano, donde solo hay algunos icebergs y kilómetros de aguas heladas.
Catherine le lanza una mirada de advertencia a Andrew, quien le sonríe de forma burlona. Ella le frunce la mirada y suspira con resignación. No hay nada que pueda hacer para evitar que él haga eso.
La ha estado molestando desde que casi lo mata al llevarlo con las sirenas. Todavía se pregunta si la teoría de su padre será la correcta.
«El canto de las sirenas hipnotiza a la dama para que lleve al hombre que ama a los brazos de la muerte. Si alguna vez te encuentras con una sirena, sabrás con certeza que el hombre al que sacrificaste es a quien amas, pero pasarás toda la vida sufriendo su pérdida; pues tú misma lo llevaste a morir».
Las palabras de su padre resuenan en su cabeza sin descanso. Por suerte no recuerda nada de lo que sucedió, pero no hacía falta pues el comodoro no dejaría que lo olvidase.
Catherine se va hasta donde Berry, que está sentado y con el rostro demacrado otra vez. La preocupación la agobia de pronto, la posibilidad de que muera antes de completar el mapa es un miedo que la paraliza.
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Deseo Profundo
FantasyCatherine Riley es la mujer pirata más fiera de los mares del norte. Le ha costado ganarse el título de reina del mar, pero lo ha logrado con creces, y es que para ella el problema nunca ha sido ser la más temeraria entre piratas. Pero en cuestiones...