CAPÍTULO 113: EL MATRIMONIO CON EDEN

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05 de septiembre del 742 A.P.

El gran día de la boda entre el príncipe de Nasea y la princesa de Regoria había llegado. Los preparativos se habían hecho a toda prisa por mandato del rey. No se detuvo a reparar en gastos, las arcas del reino se usaron en más de una tercera parte porque quería que todo saliera espectacular y perfecto.

Los amigos de Burchard no habían vuelto a hablar con él desde aquella noche. Tampoco había visto de nuevo a Xuan Xinyue. Y le pareció que era mejor así. Le prometió que podrían ser amigos, pero después de ver su reacción, no está tan seguro de eso.

A pesar de todo, las invitaciones a la boda real llegaron a todos los rincones. Los cinco clanes principales fueron llamados para acudir.

Ninguno de ellos presentó la audiencia con el rey como pensaba que harían. Aquello no le gustó para nada, algo le hacía pensar que ese descontento silencioso podría convertirse en un problema a futuro.

Esa mañana los sirvientes terminan de arreglar al príncipe. El muchacho se da un vistazo en el espejo antes de abandonar la estancia. El espejo no le da el mejor reflejo, las manchas negras que lo cubren, tapan parte de su visión, sin embargo, en lo que alcanza a ver, se siente complacido.

—El carruaje real lo espera para llevarlo a la capilla del castillo, mi señor —avisa uno de los ayudantes.

—Muy bien.

Burchard no deja de pensar que su padre está exagerando un poco con el despilfarro de la boda. ¿Un carruaje para llevarlo a unos cuantos metros detrás del castillo? No es necesario hacer eso, pero ese día está decidido a dejarlo hacer y deshacer a su antojo, si con eso le da el gusto que tanto ha querido.

Desde que decidió casarse con la princesa, no ha vuelto a verla. La tradición dicta que los futuros novios deben estar separados al menos tres días antes de la boda para respetar los mandatos divinos.

Si se cumple, se dice que la diosa de la fertilidad, Nyone, llenará de bendiciones el matrimonio, pero si no, podrían terminar en el inframundo, con el Dios Rothar.

Esas eran las creencias de su pueblo, su padre las profesa con fervor, sin embargo, él ya no cree mucho en los dioses.

Nunca ha visto que hagan nada por su pueblo como asegura el rey, mucho menos que se le haya cumplido alguna plegaria que hubiera pedido. Ya no está tan seguro de que existan, o, de hacerlo, que al menos de verdad les importen los humanos.

Aborda el carruaje real y enseguida parte hacia la capilla del reino. El lugar es majestuoso, lo han decorado con cientos de flores y telas finas. Todos los cortesanos y personas importantes de Nasea están ahí.

La novia es la última en entrar al altar, se supone que tendría que ser entregada por el rey de Regoria, pero en una carta este le había explicado al rey de Nasea que eso le sería imposible, pues padece una enfermedad que lo tiene postrado en cama y le impide viajar grandes distancias en barco.

Burchard sale del carruaje en cuanto llegan y entra a la capilla. Todos los presentes se levantan y le brindan reverencia y pleitesía al príncipe del reino. Examina con la vista de forma disimulada a todos los que asisten a la ceremonia.

Los señores de los clanes están ahí, sus hijos también.

Le parece extraño que hayan asistido a pesar del reclamo que le hicieron ese día. Lo primero que piensa es que podría ser una falsa cortesía, sin embargo, luego prefiere pensar lo más obvio: que simplemente han cambiado de opinión respecto a la boda.

De ser objetivos, no pueden negar el hecho evidente de que es la mejor opción para fortalecer el reino. Cuando Regoria y Nasea se unan, se convertirán en un imperio en potencia, casi imposible de destruir.

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