CAPÍTULO 112: LA HISTORIA DE BURCHARD

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02 de septiembre del 742 A.P.

La princesa de Regoria está de pie frente a ellos. El rey la mira con sorpresa, no puede disimular la impresión que le causa su belleza.

Burchard trata de acomodarse la ropa andrajosa que tiene en un intento por impresionarla. La mujer irradia una hermosura casi celestial. Lleva un vestido largo etéreo de corte A, color hueso, que se ciñe a su cintura esbelta y pequeña. Burchard va subiendo la mirada hasta detenerse en su rostro, enmarcado por un largo cabello ondulante castaño oscuro. Su piel blanquecina y perfecta, parece de la porcelana más fina que alguna vez haya visto.

Unos labios rojos carmesí son lo que más resalta de su cara, sus grandes ojos azules son cubiertos por unas pestañas frondosas y delicadas.

Es como un ángel caído del cielo.

—Su alteza, lamento mucho que la hayan recibido en estas bochornosas circunstancias —se disculpa el Rey.

—No tiene de que preocuparse su excelencia —dice ella haciéndole una reverencia—, yo he decidido llegar sin anunciarme.

—¿Puedo escoltarla hasta los jardines de palacio mientras mi hijo, el príncipe, termina de ponerse presentable para usted?

—Por supuesto que sí. —Vuelve a hacerle una reverencia. El rey hace un amago con la mano para guiarla, no sin antes darle una mirada de pocos amigos a su hijo.

Burchard no puede decir nada, se queda de piedra, hipnotizado por la mujer. La idea de casarse ahora ya no le parece tan descabellada.

Corre a su habitación para cambiarse la ropa. Sus sirvientes lo siguen para ayudarlo a vestirse, pero él los echa de ahí.

—No puedo creer que esa sea la princesa de Regoria, juraba que ese reino ni siquiera contaba con barcos para navegar, mucho menos con una princesa tan hermosa —dice para sí mismo.

Después de lavarse el cuerpo, se viste con su típico traje real. Parecía otra persona cuando usaba su vestimenta de la realeza, un caballero de nobleza digno de toda admiración.

Antes de bajar, se asoma por la ventana para ver si desde ahí alcanza a ver la flota que trajo a la princesa, pero no logra divisar ningún barco. La cuestión le parece cuanto menos extraña, pero no le da demasiada importancia.

—Alteza, ¿ya está listo? Su padre pregunta por usted con impaciencia —pregunta uno de los sirvientes en la puerta.

—Ya voy —anuncia el príncipe.

Sale de ahí y baja directamente hasta los jardines del palacio a encontrarse con la mujer. Todavía no sabe su nombre.

—Mil disculpas, mi princesa —le dice cuando está frente a ella. Le hace una venia y extiende su mano para darle un beso en el dorso de la de ella.

—Mi nombre es Eden.

—Es un bello nombre, princesa Eden de Regoria.

—Yo debo retirarme, por favor discúlpeme. Quedas en las manos de mi hijo, espero que te sepa tratar bien o tendré que conseguir otro heredero al trono —bromea el rey.

Eden se ríe delicadamente y asiente en señal de respeto.

—Como desee, su majestad.

El rey se aleja a paso apresurado de ellos, hasta que quedan solos. Hay sirvientes que los vigilan de cerca, pero respetando su propio espacio para no interferir, a menos que sea necesario.

Burchard le sonríe y sus mejillas se sonrojan sin que lo pueda evitar.

—Lamento haberla hecho esperar.

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