Capítulo 40 | Prueba de fuego

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Luciana

Mi cuerpo se estremece bajo las sábanas, tengo mucho frío. Las sábanas y colchas no bastan para controlarlo. Me siento extraña, me duele la cabeza, mis ojos pican al igual que mi nariz, mientras miles de pensamientos me azotan. Me remuevo buscando el calor que llega cuando los brazos de mi esposo me envuelven por la espalda.

—¿Qué tiene mi bebé? —susurra sobre mi cabello.

—Tengo frío, mucho frío. Abrázame.

—Eso no tienes que pedírmelo.

Me volteé quedando frente a él, abrazándolo al igual que él lo hace conmigo.

—Sorcière, estás caliente. —Afirma posicionando su mano sobre mi frente al apartar varios mechones sobre esta.

—Tengo frío y aún no cumples con mi petición. —Miento en lo último, ya lo hizo, ya se arrodillo.

—No me refería a eso, mente sucia. Me refiero a que tienes fiebre. Estás muy caliente, pero me dices que tienes frío. —Abro mis ojos conectándose a los de él. —¿Tienes otro síntoma?

—Ahora te vas a convertir en mi médico personal.

—Puedo ser eso y mucho más, pero me preocupa él hecho de que estés con estos síntomas.

—No tengo nada, solo después de que llegamos de mi empresa, me dieron ganas de vomitar pero no más y ahora que tengo frío.

Sus fuertes brazos me aprietan, dándome el calor que tanto quiero y logrando controlar los temblores de mi cuerpo. 

—Voy a llamar a un médico.

—No quiero —me quejo sin apartarme de él.

—No te lo he preguntado, no me gusta como te encuentras y más cuando fue de verte ese hombre.

Separa uno de sus brazos tomando el teléfono de la mesita de noche, yo me mantengo sujetada de sus pectorales. No hay nada más caliente que su cuerpo.

—Es tu suegro —besa mi frente con el teléfono pegado a la oreja.

—No quiero hablar de mi suegro. Quiero centrarme en lo que me importa.

—¿Y eso es?

—Eres tu, bebé.

Una sonrisa se forma en mis labios y escondo mi cara en su pecho.

—¿Hasta que contestas, yo puedo morirme y tu ni señal de vida das?

Escuché una respiración y una pequeña risa al otro lado de la línea.

—¿Qué te sucedió? ¿Alguna herida de bala o corte profundo?

—Mi esposa está enferma, ven a mi departamento. Ahorita y no acepto un no por respuesta. 

—¿Tienes esposa? —Murmura con sorpresa. —Entendido salgo para allá.

Cuelga y deja el móvil en su lugar.

—¿A quién llamaste? —susurro aún abrazada a su cuerpo. Su mano vuelve a mi.

—A mi médico de cabecera.

—Pero si yo no tengo nada. 

Pasea las yemas de sus dedos por mi espalda. 

—Tienes fiebre, escalofríos e intentaste vomitar, en resumen estas enferma y no me gusta verte en este estado.

—Así de enferma.

—Sí y así de triste.

—Yo no estoy triste.

Inefable Atracción [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora