XLI

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Siempre pensó que su vida iba a ser como la de cualquier otro joven de su edad, tranquila, aburrida tal vez, la verdad no se quejaría si fuera así. Pero algunas veces no podemos controlar el destino que nos espera, ya sea por acciones propias o las de algún tercero, todo puede dar un giro de trescientos sesenta grados sin que uno pueda controlarlo. Incluso en un lapso de tiempo de un minuto, tu vida puede dar un vuelco del que no habrá retorno.

Por ejemplo, aquella tarde cuando su madre fue asesinada por un tercero del que desconocía. Era algo que nadie esperaba y que no podía parar. Su vida que parecía ser normal dió un vuelco cuando quedó solo, sentenciado a pasar cinco años en prisión por algo que no hizo. O también cuando decidió no escuchar a Minho e ignorar sus advertencias sobre aquel hombre de cabello rosado que terminó casi matándolo.

Ahora Minho estaba postrado inconsciente en aquella camilla, conectado a diferentes máquinas que lo mantenían con vida, no sabiendo cuando iría a despertar, o de si al menos lo haría. Miraba sentado a su lado con ojos cristalizados las facciones relajadas del mayor, escuchando el constante pitido de la máquina que medía su pulso.

Maldecía el día en que había decidido confiar en un desconocido por sobre el hombre que lo había protegido desde el día uno, el que lo había ayudado y consolado en varias ocasiones, el que estaba dispuesto a dejarlo entrar a su círculo de amigos sin importar que fuera un chico débil e inocente.

El hombre que inconscientemente había empezado a formar parte de la mayoría de sus pensamientos. El que hacía que su estómago se revolviera en una sensación vertiginosa con solo mirarlo.

Pero fue a ese mismo hombre al cual decidió no escuchar y desconfiar a pesar de que le había dado muchas razones para no hacerlo. Ahora aquel hombre llevaba cuatro días sin despertar, dependiendo de incontables medicamentos y sueros para que su corazón no dejara de latir.

Su pecho se estrujaba ante el pensamiento de perder a Minho, unas inigualables ganas de llorar lo inundaban al pensar que de haber llegado unos segundos más tarde, Minho no estaría allí respirando. Aún recuerda con completa claridad la escena que presenció cuando abrió sus ojos ante un Minho lleno de sangre a duras penas respirando, así como también la que vió cuando giró su vista a la derecha para encontrarse con un panorama incluso peor.

El charco sangre que abarcaba casi todo el ancho del pasillo le traían recuerdos que desea poder olvidar algún día, aún no puede evitar que su estómago de un vuelco ante el recuerdo del cuerpo de Jimin tirado en el suelo completamente ensangrentado y con más orificios en su cuerpo de los que podría alguien imaginar.

Las emociones que sintió en ese momento se habían quedado impregnadas en su cabeza, como un fantasma encargado de recordarle aquel momento. La desesperación de poder llegar a la enfermería y contactar al doctor Im, el terror al escuchar que Minho se encontraba en un estado crítico, la impotencia de no poder hacer nada para ayudar, la culpa por no haber podido evitar que todo aquello sucediera, y por sobre todo, la rabia y odio que sentía hacia aquel hombre de cabello rosado del cual aún no sabía nada.

La verdad es que no había podido abandonar aquella sala de enfermería, no se veía en la capacidad de dejar a Minho solo en aquella habitación, pues tenía miedo de que despertara y no hubiera nadie allí para recibirlo. O bueno, eso era lo que él se intentaba convencer, pues muy en el fondo, la verdadera razón era que no había sido capaz de despegar sus ojos de las facciones del otro, no quería alejarse de su presencia, quería que lo primero que viera al despertar fuera a él.

En parte, lo que también lo mantenía allí sentado y manteniendo su mano caliente sobre la otra algo tibia, era la culpa y la necesidad de devolver aunque sea al menos una pequeña parte de lo que Minho había hecho por él en todo el tiempo que llevaba allí. Quería poder compensar aunque sea un poco todo lo que había sucedido.

REO 《MinSung》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora