Capítulo 33: Más secretos

850 80 31
                                    

Los grupos formados escogimos diferentes caminos. Démian observó cada uno con paciencia para terminar eligiendo el que peor pinta tiene. Me exaspere internamente. ¿Por qué tiene que complicarlo todo siempre? Sin más opción y por ser autoproclamado líder lo seguí sin rechistar aunque por dentro tengo una bomba de tiempo.

El camino concuerda con los demás respecto a la hipnotizante pintura blanca, decoraciones costosas y suelo marmoleado. Lo que hace esta distinta a las demás son las pinturas que cuelgan en la pared desde el inicio. Son un tanto abstractas pero aún así las tenues figuras que se logran ver son lo suficientemente tétricas como para cortarme la respiración.

La que más me marcó es la obra de un artista desconocido donde parecía haber la silueta de una mujer desnuda cargando a un bebé. La dama tenía cara. Un rostro desformado en un grito de horror. Estaba rodeado de hombres con diferentes edades en su misma condición de ropa. Se me removió el estómago tan solo de pensar en lo que se inspiró el creador de semejante cuadro.

Deambulamos sin un rumbo certero. Solo me queda confiar en la intuición, ahora adormecida, de Démian. Claire no mintió respecto a los numerosos pasajes. Es absurda la cantidad de pasadizos que hemos encontrado en corto tiempo. He perdido la noción del rato que llevamos andando, pero me guio por el dolor en mis pies, la incomodidad en mis talones es soportable aun.

Poco ayuda la escasa energía de Démian. Nos hemos detenido consecutivas veces para que tendiera a Luna en el suelo junto a su cuerpo cansado. Su pecho sube y baja con brusquedad por la irregularidad en su oxígeno. A cada minuto observa a la pelinegra esperando un rastro de conciencia. Lo único que nos indica su existencia es la tenue respiración que liberan sus fosas nasales y los latidos de su corazón. Por otra parte, su temperatura está desmesuradamente cálida. Es normal que no reaccione. La fiebre ha consumido sus fuerzas.

Me he ofrecido a ayudar a Démian, siendo estas las únicas palabras que hemos intercambiado, por pura formalidad, además de pena. El estado en que se encuentra no amerita otra cosa. Su cabello, normalmente revuelto pero atractivo, brillante, y saludable parece un nido de aves, tiene grandes bolsas bajo sus ojos, los mismos que noto apagados. Sus labios están resecos. Las venas de sus manos se marcan en un tono violeta. Luce enfermo. Además ha bajado de peso considerablemente.

Se perciben disímiles emociones en él, lo cual es fascinante de visualizar. Le es fácil enseñar al mundo solo lo que él quiere que vean. Vislumbrarlo repleto de sensaciones contradictorias es como apreciar una escultura de Louise Bourgeois en un museo.

Quisiera preguntarle tantas cosas pero debo limitarme a una sola cuestión:

—¿Estás seguro de que no necesitas ayuda? Te ves exhausto.

Sus pupilas parecían querer soltar rayos láser en mi dirección. Todavía no entiendo su comportamiento hacia mí. Sé que discutimos la última vez que nos vimos, pero esto ya es una exageración.

—En las otras treinta veces que me preguntaste dije que no —volvió a dejar a Luna para estirar sus músculos, sobre todo los de su espalda —Mantengo mi respuesta —sentencia. Sus ojos están fijos en cualquier otro lado menos en mí.

Veo como se marcan los músculos debajo de su camisa. Sacudí la cabeza apartando pensamientos impropios.

—Démian, necesitamos avanzar. Si tan solo me dejaras...

—No necesito tu ayuda —repite con aburrimiento. Sé que para él la conversación se está tornando repetitiva.

—Puedo ayudarte a cargarla...—me agaché para tomar uno de los brazos de Luna. Creí que si tenía la iniciativa me dejaría echarle una mano.

Démian GrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora