Capítulo 30: Dulces sueños

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Las puertas del aeropuerto se abren ante la presencia de una chica cuya existencia se ha convertido en un castigo. El sonido de mis botas al andar resuenan en mis oídos por la furia que cargo en cada paso. Las risas de los sujetos a mi alrededor me parecen irritantes. Tanta felicidad es repugnante.

Hay personas que me observan con preocupación. No es algo que me cause sorpresa. Mi aspecto amerita más que miradas. Luzco enferma, desauseada y en parte como una psicópata. Mi cabello está recogido en una cola de caballo descuidada. Mechones se escapan por doquier. No llevo nada de maquillaje. Mis ojos cargan dos grandes bolsas de tanto llorar, la piel seca se apoderó de mis labios, mi nariz está roja e inflamada. Ni siquiera estoy consciente de que llevo puesto. Me vestí por inercia cogiendo lo primero que vi en el closet.

En mi hombro cuelga una mochila con toda la ropa de mi madre, tuve la necesidad de llevarla conmigo. Aún conservan su aroma dulce y penetrante. Es una de las efímeras cosas que pueden reconfortarme. Ni siquiera me preocupé en empacar mis pertenencias. No las necesitaré.

En menos de tres días puede que esté a salvo con mi madre. Lejos de Los Ángeles, lejos de todo el caos que atormenta mi mente...Lejos de mi Démian.

Aunque quizás termine muerta. Al igual que mi madre, mis amigos y todo lo que me hace feliz.

Desde hace menos de un año mi vida dio un giro brusco. Los monstruos de mi pasado encerrados eran mi única preocupación durante todo mi paso por el mundo hasta que de repente toda mi existencia se basó en riesgos, decisiones de vida o muerte, de fallos, de meteduras de pata. Todo, absolutamente todo, era malo.

Menos él...

En la pesadilla más profunda Démian era el único que me sacaba a la superficie de los sueños. A pesar de lo que me ha hecho sufrir conocerlo le ha dado sentido a todo. Entendí el por qué acabé aquí. Porque tenía que conocerlo. Tenía que reemplazar al amor de su vida por un corto período para que no cayera en un poso sin fondo.

Eso costó mi autodestrucción, pero por él me destruiría esta y todas las vidas que siguen.

No solo estoy enamorada, en parte tengo cierta obsesión por él. Todas las personas tienen adicciones y Démian es la mía. Es mi único vicio. Mi mayor defecto es amar con locura a alguien que no lo merece. Alguien que en un principio no intentó ganarse mi aprecio.

Ahora estoy aquí. Otra vez en un aeropuerto. Otra vez nerviosa por la incertidumbre de qué pasará cuando baje del avión.

La primera vez fue una ingrata sorpresa. De esta me espero algo mucho peor.

Una mano en mi hombro atacó mi concentración sacándome de los suburbios de mi cabeza.

—Hola —Ronald me recibió con una sonrisa gentil —Después de lo de ayer creí que no vendrías —rasca la parte trasera de su cabeza. Está incómodo por mi presencia. Debe de temer a la reacción de las chicas cuando me vean.

—Yo tampoco —susurré.

Le observo fijamente. Él intenta imitarme pero fracasa al voltear a ver al suelo en más de una ocasión.

—¿Y qué hay de tus amigos? ¿Dónde están? —se esfuerza en sacar un tema de conversación.

Pienso en Andrew y Sofía. El corazón se encoge en mi pecho al imaginar escenas donde ellos son maltratados y torturados.

Sé que dije que no me importa pero son mis mejores amigos, claro que duele.

—¿Michel, estás ahí? —pasa su mano frente a mis ojos.

Me centro en él una vez más. Enfrío mi mirada inconscientemente. Lo noto por la reacción de Ronald. Me escruta confundido.

—Ellos no vendrán —digo cortante.

Démian GrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora