—¿Madison?
Voltee, y sí. Era ella.
—La pregunta sería aquí. ¿Qué haces tú en una tienda para niñas? Sé que tienes veintiún, pero no es para tanto.
—Pues yo...— se quedo pensativa por unos segundos.— Solo venía a ver unas cosas para mi sobrina, si, eso.— soltó no muy segura.— ¿Tú?
Bien, por esta vez no la forzaría a decir la verdad.
—No es de tú inte...— no termine la oración porque Jasmin vino corriendo hacia mi interrumpiéndome.
—¡Papi! ¡Papi!— jalo mi pantalón.— Elegiré estas dos más.— señalo dos muñecas morenas.
—Todas las que quiera la princesa. Colócalas en el carrito, ya nos vamos a pagar.— ella asintió y fue hacia el carrito.
—¿Es tu hija?— preguntó Madison observándola. Asentí.— Eso lo explica todo. Quién lo diría. Y bueno, creo que me voy, no quiero líos. Fue un gusto verte, creo.— susurró lo último insegura.
—Madison, espera.— la detuve.— Necesito hablar contigo.
—¿No puede ser otro día?— hizo una mueca.— Creo que estas ocupado con tu hija.
—No te estoy preguntando.
—¿En serio haremos esto? Solo suéltalo.
—Se llevará unos cuantos minutos. ¿Tienes algo que hacer ahora?
—Tampoco es como si te interesara.
—Cierto. Pago esto, pasamos por algo de comer, después por mi hijo al fútbol y vamos a una cafetería a hablar.— ella frunció el ceño.
—No puedes estar hablando en serio. Podemos hacerlo otro día, no es como si quisiera un tour por la ciudad.
—Esta dicho, vámonos.— tome el carrito con los juegos y comencé a caminar hacia la caja.
—¿Es que eres sordo?— preguntó detrás de mí.
—Creí que sabias como eran las cosas conmigo. Tú lo quisiste así.
—Si serás...
—Papá. ¿Quién es ella?— preguntó Jasmin señalando a Madison sin ningún disimulo.
—Una amiga.— le conteste. Aunque no estaba seguro de mi respuesta, no éramos nada.— Nos va a acompañar un rato.— le avise y ella asintió. Agradecí que nos hizo más preguntas, Jasmin era muy curiosa.
(*)
Madison.
Sonreí mientras miraba unas pequeñas muñecas en la estantería. Hoy había decidido salir sola de casa para poder despejar mi mente por un rato, un tiempo solamente para mí. Llevaba horas caminando tienda por tienda y cuando vi esta no pude evitar entrar. Me imaginaba si el bebé llegara a ser niña, sin duda viendo todo esto, sí que la consentiría de vez en cuando.
Escuche unas risas delante de mí y no pude evitar ver en esa dirección.
—Vale princesita. Pero nada de tú, ni de Justin. Papá.
El hombre que se me hacía muy conocido corregía a una pequeña de más o menos seis años mientras repartía muchos besos por toda su cara.
Sentí como mi pecho se apretujo de ternura al ver aquella escena. Les juro que no pude evitar que por mi cabeza pasara una imagen de Justin actuando así con nuestro hijo o hija. Sonreí inconscientemente ante ese pensamiento. Sí que pasaban ideas locas por mi mente.