Cerré lentamente la puerta de mi casa tratando de no hacer ruido, miré el reloj de mi celular y este marcaba las dos de la tarde. Solo rogaba mentalmente que mis padres ya hayan salido a trabajar, tenía más de treinta llamadas perdidas y veinte mensajes de mamá, eso nada más significaba algo y era que estaba muerta. No exageraba.
—Espero que tengas una muy buena explicación del por qué llegas un día después.— la voz de mamá resonó por toda la sala haciendo que soltara un grito por el espanto.
¿De dónde rayos había salido?
Sálvame de esta jesúcristo, prometo ser buena.
—Hola mamá.— solté una risita nerviosa.
Mi casa. Mis reglas.
Podía tener veintiún, estar en la universidad y tener un trabajo. Pero no quitaba la pesadez de que todavía estaba bajo su techo.
Recuérdenme considerar ahorrar para alquilar mi propio piso. Nuevamente.
—Si supieras. Es gracioso
No sabía que excusa iba a inventar para salirme de este rollo.
Ella alzo una de sus cejas delgadas y negó.
—No estoy para tus juegos Madison. Hemos pasado la noche en vela pensando en que seguramente algo malo te ha pasado. Necesito una buena explicación. Te hemos llamado toda la noche. Inclusive hasta casi llamamos a la policía.
Mordí mi labio inferior levemente.
¿Ahora qué?
No creo que a mamá con su religiosidad le agrade la idea de que amanecí en la habitación de un hotel con un hombre que a penas se si nombre. Si es que era su nombre.
No le conoces ni el rostro. Tu pureza se ha marchitado. Aunque eso no sabía con precisión.
—Estaba en casa de Madelin. Me quede a dormir allá. Perdona por no avisar.
Ella negó.
—Madelin ha llamado esta mañana preocupada por ti. No sabía si habías llegado.
Genial. Gracias Madelin. Me jodiste.
—Sabes que detesto las mentiras Madison. No te he criado para esto. Por el amor de Dios.
—Mamá...
Ella me cortó
—La verdad es que no quiero saber más. Sabes por lo que hemos pasado tu papá y yo en el pasado. Cosas así solo nos traen disgustos bien amargos. Yo te he enseñado bien Madison. No quiero que me sigas decepcionando.
—Lo siento mamá.
No iba a protestar más. No quería invocar al diablo.
(*)
—¡Muchas gracias!— solté sarcásticamente una vez que Madelin contesto el celular.
Estaba sentada en la cama con los pies cruzados. Ya eran las cuatro de la tarde. Habido decido llamar a Madelin. No tenía más nada que hacer.
—¿Ahora qué hice?— reprochó mientras se reía.
Era una bruja.
—¿Por qué llamaste a mamá?
—¡Vaya! ¡Discúlpame por preocuparme por mi mejor amiga!
—Le he dicho que estaba en tu casa. Pero como sabrás, ya te sabes la historia.
—¡Ay! ¡Pero ni que se fuera acabar el mundo tampoco!
—Me pusiste en la boca del lobo.
Como siempre.