EXTRA

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Irina Sokolova.

Me levanto quedando sentada en la cama admirando la vista que tengo frente a mi y es que las maldivas nunca dejarán se sorprenderme. Me levanto por fin de la cama caminando hacia la puerta que da hacia el mar frente a nuestra habitación, es de noche y las estrellas no dejan de brillar en su mayor esplendor. Miro hacia los lados pero a donde quiera que mire solo veo agua, un hermoso mar azulado de aguas cristalinas. Quito mi bata y mi desnudez recibe la salvaje brisa que me hace erizar la piel, camino hacia el agua dejando la bata caer en la arena de nuestra isla, teniéndome cuando el agua llega a cubrirme dejando mis senos al descubierto. Mis ojos recorren la vasta extensión del océano, sin un solo punto de referencia, solo agua azul en todas direcciones, mi corazón late fuerte en mi pecho al sentir la inmensa quietud de la isla. Deja caer mi cabeza hacia atrás dejando que mi rojizo cabello se empape cayendo en ondas por mi espalda. Admiro la vista, estoy sola en el agua, pero sé que no lo estaré por mucho tiempo.

Es entonces cuando lo siento. La tensión, esa energía inconfundible que solo él sabe transmitir. Su presencia es como un rayo en la oscuridad.

Dimitri Volkov.

El sonido de mis pasos sobre la arena parece resonar más fuerte de lo normal, pero es que, a medida que me acerco, la fuerza de mi presencia en este lugar se hace inevitable. La veo a lo lejos, como una visión, la mujer que ha sido mi obsesión durante años, mi fortaleza, mi debilidad. Irina sigue siendo esa diosa que me vuelve loco, que desafía todos mis sentidos y que cada día me hacen derretir más por ella, volviendo cada día más loco sin importar los años.

Mis ojos la recorren desde la distancia, cada curva de su cuerpo, la forma en que el agua besa su piel, su postura desafiante. El viento mueve su cabello rojizo con la misma fuerza con la que mi corazón late por ella. No han pasado tantos años, pero no importa el tiempo, porque ella sigue siendo mía. Como siempre. Llego hasta ella sin prisa, mi figura se recorta contra la luna y el mar, y me detengo un paso detrás de ella. La observo, el reflejo de las estrellas en sus ojos. Nadie tiene esa mirada, esa intensidad. Ni el mar tiene tanta profundidad como la tenido ella en ese valle oscuro que son sus ojos, no me mira pero sabe que estoy junto a ella, me siente y lo sé, a ella le gusta sentir que la cuido, que estoy cerca, que soy un loco obsesionado por ella.

Mi pecho se agita al verla así, tan imponente, tan perfecta. Mis tatuajes, la marca de mi vida, de mi amor por ella, están ahí, como una promesa. En especial uno que lleva su nombre, "Irina", junto con la fecha de nuestros hijos, un recordatorio eterno de lo que somos.

La quiero aquí, entre mis brazos, como siempre.

—¿Sientes lo que siento?—susurro, mi voz grave resonando en la quietud del mar, mientras me acerco lentamente, mis manos tocando su espalda—. No importa cuántos años pasen, siempre serás mía.

Irina Sokolova.

El sonido de su voz hace que mi corazón acelere, pero no me doy el lujo de mostrarlo. No frente a él. No cuando sabe que siempre será capaz de dominarme con solo una palabra.

Me giro hacia él, sintiendo su presencia abrumadora. Su rostro, tallado por los años pero que parece el mismo desde que lo conocí, sigue siendo tan hermoso y feroz como siempre. Sus ojos azules, profundos, me atraviesan como siempre lo han hecho, mirándome con aquella pasión que los años no logran borrarle, con aquellas ansias que siempre me han echo estar a sus pies. La tensión crece entre nosotros, palpable, como si el mar mismo se hubiera detenido solo para observarnos.

—Lo sé—le respondo con la misma intensidad—. Y tú también lo sabes.

Él sonríe, esa sonrisa que me vuelve loca, la que provoca que mi cuerpo reaccione de inmediato. No hay vuelta atrás. No cuando Dimitri Volkov está cerca.

Amor color carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora