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—Muchas gracias —sonrió mientras el conductor del taxi le ayudaba a bajar sus cosas en las feria.

Era sábado y ella como cada fin de semana pondría su puestito. Había llevado tres contenedores con tartas de diferentes sabores, uno con tartas dulces y el otro saladas, y un par de pasteles para vender en porciones.

—¿Puedes sola, niña? ¿O necesitas ayuda para armar tu mesa? —se ofreció uno de los señores de la feria.

—Puedo sola, muchas gracias señor Aldo —sonrió.

Tomó la mesa y con cuidado la abrió, colocando algunas tartas sobre la misma y un pastel. Se sentó en su banco y dejó un par de galletas también que había horneado esa mañana.

Un par de clientes y visitantes pasaron comprando unas porciones, otros degustando sus galletas, prometiendo regresar al día siguiente por más, si es que traía para vender. Y la mañana parecía ser buena, hasta que lo vio llegar a él.

Desvió la mirada cuando se detuvo en frente de su mesa.

—¿Cuánto vale lo que tienes sobre la mesa?

—Los precios están en la lista junto a las tartas —le dijo sin mirarlo.

—Me refiero a todo lo que has traído ¿Cuánto vale?

—Vete por favor, estoy trabajando —le pidió en un tono bajo.

—Está bien, y estoy valorando tu esfuerzo. ¿Cuánto vale todo?

Negó con la cabeza y lo ignoró, esperando a que se fuera.

Pero Caelan no lo hizo, simplemente rodeó la mesa y se puso de cuchillas frente a ella, tomándola del rostro para que lo mirara.

—Escúchame, luego si quieres me voy.

—¿Q-Qué quieres?

—Lamento haberte herido, y haberte hecho sentir de ese modo. Tú nunca fuiste mi segunda opción, por algo eres mi esposa. Y está bien, quieres trabajar vendiendo pasteles y tartas, me parece perfecto, pero dejame ayudarte.

—No, no quiero nada tuyo.

La miró a los ojos y sonrió suavemente, acariciando sus delicadas mejillas.

—Eres la primera Omega que conozco tan testaruda, y sobre todo, fuerte.

Sí, él conocía demasiadas de su especie.

—Vete.

Asintió con la cabeza y se alejó de ella. Melissa respiró profundo y cerró los ojos por un momento. Debía tranquilizarte, calmarse, estaba trabajando y no podía dejarse ver conmocionada.

***

Subió por el elevador con la mesita y los contenedores vacíos. Había podido vender todas sus tartas y sólo le había sobrado un pastel, que lo repartió entre los demás vendedores.

Había sido un buen día, ignorando el momento en que Caelan se había aparecido. Ahora solo tenía que preparar todo para el día siguiente, incluyendo galletas.

Pero no hizo más que poner un pie dentro del departamento, que observó aturdida todo lo que había allí.

Era un carrito de ventas ambulantes en color rosa pastel con algunos dibujos de pasteles, tartas y donas adornándolo. Tenía por encima un techo de lona del mismo color, y algunos banderines colgados.

En la parte superior había una vitrina con tres estantes, dónde ella podría exhibir su pastelería, y por debajo, dos estantes más para que pusiera los insumos.

¿Por qué tenía que seguir metiéndose en su vida? ¿Por qué no podía aceptar que ya no quería verlo? ¿Qué no quería saber nada él? ¿Que no lo quería cerca? Y encima ahora le compraba aquello, que no le había pedido, y mucho menos lo necesitaba.

Además ¿Cómo es que había entrado a su departamento?

Se sentó un momento en una silla y cerró los ojos, respirando profundo. Ella no tenía que estar pasando por aquello, se suponía que tenía que llevar su embarazo tranquila, alejada de los problemas.

Y él no la estaba ayudando en eso, ni en nada.

Tomó su celular y le sacó foto al carrito, antes de publicarlo en un grupo de compra y venta de su zona, regalándolo.

Ella no quería nada de Caelan, y mucho menos dinero, así que no iba a venderlo tampoco.

***

—¿Te gustó? ¿Lo usarás?

Se sobresaltó al escuchar la voz del castaño detrás de ella. Estaba comprando en el mercado local unas cosas para sus tartas, cuando se lo topó en uno de los pasillos.

—¿Qué sigues haciendo aún aquí? Ya te dije que no quiero verte, vete —pronunció molesta, tomando unos cuantos paquetes de harina, dejándolos en su carro de compras.

—No me iré hasta que hablemos.

Negó con la cabeza y lo ignoró, dirigiéndose a la zona de lácteos. Debía comprar mantequilla y crema.

—Melissa.

—¿Qué quieres, Caelan? ¿Formar parte de la vida del cachorro? Para eso aún faltan ocho meses, así que vete hasta que nazca si eso es lo que buscas.

La miró a los ojos, y no podía entender como alguien tan dulce e inocente, podía tener una mirada tan cargada de resentimiento. Un resentimiento justificado.

—Me equivoqué, te fallé y estoy arrepentido ¿No puedes entenderlo?

Una sonrisa sarcástica se formó en los labios de ella, incrédula de estar escuchando esa estupidez y pasó por su lado, sin darle importancia.

—Llevábamos dos días de casados, no fueron meses o años como para que esa frase estúpida fuera a importarme. Vete.

—No, no hasta que nos sentemos a hablar como dos adultos.

—No tengo nada que hablar contigo —le dijo dirigiéndose a la caja para pagar sus compras.

La tomó del brazo ya perdiendo la paciencia y la giró, mirándola con el ceño fruncido.

—Se supone que eres una Omega ¿Que diablos pasa contigo? ¿Por qué te comportas de ese modo conmigo? —le recriminó.

Melissa afiló su mirada, sosteniéndosela.

—¿Quieres una sumisa? Vete a buscar a Mar, de seguro lo es. Déjame en paz a mí.

—Tú eres mi mujer, no ella —gruñó acercándola a su cuerpo y rostro.

—Ah, cierto, me había olvidado que yo era la cornuda y ella ocupa el lugar de tu amante. Porque te sientes que vales tanto que una sola no te basta. ¿Pero sabes qué? Le cedo el lugar de mujer cornuda a tu querida Mar —masculló, soltándose de él—. Que sean muy felices, a mi déjame en paz y vete de una maldita vez de mi vida.

...

MelissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora