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La amiga de Melissa había tenido que viajar de regreso a su hogar, ya que sus vacaciones habían terminado y debía volver al trabajo, es por eso que Caelan la estaba ayudando con los quehaceres del hogar, la rubia estaba transcurriendo el último mes de embarazo.

Suspiró sentándose en una silla, intentando recuperar el aliento. Su panza estaba enorme y ya hasta la más mínima actividad la cansaba, por lo que necesitaba ayuda para casi todo.

—¿Estás bien?

—Sí, sólo me falta un poco el aire —le dijo con los ojos cerrados—. La bebé ya está muy grande.

La observó y se acercó a ella, apoyando una de sus manos sin pedirle permiso, para acariciar suavemente su vientre.

—Ella también debe sentirse un tanto incomoda ya, imagina que el espacio es muy reducido también.

—Lo sé.

—¿Qué te gustaría comer? —le inquirió alejándose de ella para buscar en las bolsas de compras algunas cosas.

Sabía que a Melissa aún le molestaba su presencia.

—Algo fresco, tengo mucho calor.

—De acuerdo, veré qué puedo prepararte entonces. ¿Quieres que te ayude a ir a tu habitación? Quizás estés más cómoda de ese modo.

—Sí, por favor, quiero acostarme, tengo los pies muy hinchados.

El castaño se acercó a ella y la ayudó a ponerse de pie, caminando ambos con pasos lentos hacia la habitación.

Melissa estaba transcurriendo la semana treinta y seis de embarazo, y sabía que en cualquier momento su hija podía nacer. Incluso ya habían preparado los bolsos para ambas, en caso de que su llegada los sorprendiera.

La ayudó a subirse a la cama y le colocó un par de almohadones detrás de la espalda, posición en la cual no tenía reflujo y podía dormir, semi acostada.

La rubia lo observó mientras Caelan le colocaba una almohada bajo sus pies, y luego se enderezaba, acomodándose un mechoncito de cabello detrás de la oreja.

Ese último mes le había crecido bastante el cabello.

—Estaré en la cocina, si necesitas algo antes de que termine el almuerzo, avísame.

—De acuerdo, gracias.

Y no hizo más que acomodarse, que su celular comenzó a sonar. Extrañada lo tomó y más sorprendida quedó, al ver que era una llamada de su madre.

—Hola.

"—¿Cómo eso es que te divorciaste, Melissa? ¡Niña estúpida!"

—M-Mamá ¿Por qué me hablas de ese modo?

"—¿Cómo que por qué? ¡¿Tienes idea de quién era tu marido? ¿Te crees que podrás conseguir a alguien mejor? ¡Piensa, maldita niña!"

—El me engañó —pronunció en un tono bajo—. Ni siquiera sabes porqué lo hice, y me juzgas.

"—¿Y tú te pensaste que vivirían un cuento de niños o qué? Es lo que hacen los alfas, especialmente cuando se casan con omegas ¡Y eso a nadie le importa! ¡Eras la esposa del hombre más rico de nuestra ciudad! ¡Y lo arruinaste Melissa!"

Los ojos de la rubia se cubrieron de lágrimas, apoyando su mano libre sobre su vientre.

"—No sé cómo, pero quiero que soluciones la maldita cagada que hiciste."

—Yo no voy a volver a estar con un infiel.

"—¿No? O tu vuelves con tu marido, o te entrego al peor alfa que hayas conocido jamás."

MelissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora