7

1.4K 238 43
                                    

—Dos meses después—

—Muchas gracias, que tenga un bonito día —sonrió entregándole su pedido a un cliente.

Acarició suavemente su pancita de ya tres meses, que se asomaba por el delantal ceñido de corazones que llevaba puesto.

A unos cuantos metros de ella, un castaño la observaba desde su auto. Le había dado un tiempo para pensar, quizás después de dos meses, el enojo y rabia de ella habían disminuído y ahora finalmente podrían hablar y ser claros.

Y se veía tan hermosa con ese delantal, con su cabello atado en una coleta alta, sonriéndole amablemente a todos y hablando con otros, tan entretenida, que ni siquiera notó cuando él comenzó a acercarse a ella.

—¿Qué se le ofre-ce? —pronunció borrando la sonrisa, al ver que se trataba de él.

—Una porción de ese pastel de chocolate, y un café negro, sin azúcar.

Melissa se cruzó de brazos, observándolo seria.

—¿Qué quieres aquí, Caelan?

—Soy un cliente más.

Negó con la cabeza y tomó un platito, colocando la porción de pastel y luego un vaso descartable para servirle el café.

—Guarda el cambio —le dijo entregándole un billete, recibiendo su pedido.

—No, necesito guardar nada tuyo —pronunció con molestia, dándole el cambio.

—Okay, entonces propina —expresó indiferente, poniéndolo en un jarrito de vidrio, decorado con dibujos de donas de colores.

—Ya tienes lo que querías, puedes irte ahora.

—Mm no, me quedaré aquí como los demás, a hablar contigo —sonrió, dándole un sorbo a su café, antes de probar el pastel.

En verdad estaba muy bueno, ahora entendía porqué tenía tantos clientes, no era sólo por ser amable y bonita.

—Señorita Melissa ¿La están molestando? —pronunció un señor de bigote espeso acercándose a ella, mirando con el ceño fruncido a Caelan.

—No se preocupe Don Aldo, estoy bien —sonrió suavemente—. El señor... Sólo es un cliente.

—Soy más que un cliente de ella —la secundó Caelan, tomando su vaso con café con su mano izquierda, dejando ver el anillo de casado en su dedo anular.

La rubia lo ignoró, y atendió a unos niños que se acercaron a su puestito, para comprar unas galletas y donas.

—¿Por qué un tipo de su clase está aquí? No hay que ser un genio para saber que ese auto es suyo —le inquirió el señor acercándose a Caelan.

Caelan observó a Melissa, y luego se alejó unos metros de ella, seguido por Aldo, para sentarse en una banca de la plaza.

—Melissa es mi esposa, llevamos casados poco más de tres meses.

—¿Su esposa? La señorita ha dicho que está soltera.

—Nuestra situación es delicada —le dijo comiendo pastel.

—¿Entonces tú eres el padre del bebé?

—Sí.

—¿Por qué no la ayudas si tienes tanto dinero? Porque a juzgar por el auto y tu ropa, eso parece.

—Porque Melissa es muy terca, ya intenté hacerlo, pero ella se niega a aceptar mi ayuda o regresar conmigo. Y me parece perfecto que quiera valerse por si misma, pero cuando el bebé más crezca, menos cosas podrá hacer. Y no quiero que mi mujer tenga siete meses de embarazo, un vientre prominente y esté vendiendo en una plaza tartas y pasteles.

—¿Y por qué ella no quiere aceptar su ayuda? ¿Qué le hizo?

Caelan miró hacia abajo y con su tenedor pinchó un trozo de pastel, cortándolo.

—Le fallé, es todo lo que puedo decir.

—La engañaste.

—No voy a hablar de eso.

—Hay que ser muy estúpido para engañar una mujer como ella.

***

Estaba por salir de la casa, cuando se topó con Caelan en la puerta, quien ni siquiera la dejó hablar, simplemente la agarró del brazo y entró con ella al departamento, cerrando detrás de sí.

—¿Qué te pasa? ¡Suéltame! —exigió liberándose, mirándolo con el ceño fruncido—. ¿Que haces? ¡¿Por qué vienes a mi casa?!

—Para hablar, Melissa, ya que no quieres hacerlo de forma pública, entonces hablaremos aquí. Y no pienso irme hasta que lo hagamos. Te di dos meses para que-

—¿Para que qué? —lo interrumpió con rabia—. ¿Pensaste que en dos meses iba a cambiar de opinión? ¿Que al volver a verte iba saltarte a los brazos?

Observó esa hermosa rubia molesta, y no pude evitar sentir ternura. ¿Ella pensaba que los omegas se veían intimidantes molestos? Era todo lo contrario.

—¿Te creíste que iba a perdonar tu engaño? ¿Que te iba a decir que formemos una familia? ¿Qué-?

La tomó del rostro y la besó, no siendo correspondido que ella, que intentó forcejear para que lo soltara, empujándolo. Caelan la tomó de las muñecas con ambas manos, y la besó de todos modos.

—¡B-Basta! —exclamó liberándose de él, con las mejillas rojas y la respiración entrecortada, haciéndolo sonreír—. ¡Quiero que te vayas!

—No voy a renunciar a ti, Melissa, eres mi mujer y llevas mi cachorro.

—Vete, Caelan... Regresa a dónde sea que estabas antes de venir aquí.

—No volví a verla, o hablar con ella. Lo que sea que haya existido entre nosotros, ya no está más.

—No me interesa, vete.

—Cuando decidí casarme contigo, hacía sólo tres semanas que nosotros nos habíamos separado. Era muy reciente y yo sé que fui un imbécil al casarme contigo sin antes haberme desvinculado de ella, pero quería-

—Que yo fuera el consuelo, que fuera el clavo que saca a otro... Ya vete de una vez, por favor, no quiero verte más.

Negó con la cabeza y la tomó de las manos.

—Dame una oportunidad de enmendar el daño que te hice, te prometo que no volveré a herirte.

—No, ya no creo en ti, vete.

Respiró profundo y se puso de cuclillas frente a ella, tomando su izquierda para colocarle el anillo que meses atrás ella había vendido.

—Déjame demostrarte que cambié, dame un tiempo para hacerlo. Pueden ser los meses que faltan para que el cachorro nazca, dame ese tiempo y te demostraré que sólo quiero estar contigo, formar mi familia a tu lado y con nadie más.

Se sacó el anillo y se lo arrojó al pecho, sin cambiar la expresión seria que tenía.

—No, largo de mi casa.

La miró a los ojos y sonrió divertido. Si ella creía que con su testarudez iba a alejarlo, se equivocaba y mucho. Más le gustaba cuando se negaba.

...

MelissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora