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Había salido un momento de la habitación de Melissa, para poder ir hasta una cafetería que estaba en frente del hospital y comprar algo allí para comer. Estaba hambriento y sólo había dormido unas seis horas junto a la camilla de ella, sentado en una silla.

Pero su semblante cansado, rápidamente cambió por uno serio al ver dos personas en la sala de espera que conocía, y sólo había visto un par de veces.

—Caelan, que bueno encontrarte, nadie quería darnos información de Meli ¿Cómo está ella? ¿Y el bebé? —preguntó una señora de unos cuarenta y tantos de años, de cabello rubio y ojos azules.

—Nosotros ni siquiera sabíamos que estaba embarazada, fue gracias a su amiga que nos enteramos que estaba internada por parir —pronunció un hombre de la misma edad, de cabello castaño algo canoso.

—Ella está bien, durmiendo, y LA bebé aún no ha nacido. Les voy a pedir que se retiren ahora.

—¿Q-Qué? Pero es nuestra hija, tú no puedes decidir si podemos quedarnos o no aquí —le dijo la mujer molesta.

—Puedo —les advirtió en un tono serio—. Melissa no los quiere aquí, retírense.

—Es nuestra hija ¡Y esa bebé también es nuestra! Melissa nos pertenece, no tiene aún los veintiun años.

—Melissa dejó de ser suya cuando ustedes firmaron el consentimiento para que se uniera a mí.

—Ella se divorció, por lo tanto, es de nuestra propiedad.

—¡Deja de hablar de tu hija como si fuera un maldito objeto! —gruñó de rabia, asustando a ambos omegas—. ¿Qué clase de padres son? ¡¿La criaron sólo para esto?! ¡¿Tienes idea del sufrimiento que le causaron al enterarse la verdad?! ¡La han llenado de inseguridades luego de eso!

—T-Tú no eres mejor q-que nosotros, la engañaste y botaste como si nada... T-Todos sabemos que l-los omegas somos de d-descarte para ustedes —pronunció la mujer con temor.

Caelan apretó los dientes, gruñendo.

—Largo.

—Pero-

Metió su mano dentro del bolsillo del pantalón y sacó su celular, ante la atenta mirada de los progenitores de la rubia. Tecleó un par de veces y le enseñó la pantalla a ellos.

—Quiero que desaparezcan de la vida de Melissa, no quiero volver a saber de ustedes o que se han contacto con ella.

—¿Cuánto? —murmuró la rubia viendo la cifra que estaba en pantalla.

—Largo ahora —gruñó Caelan.

Y luego de ver lo que les había transferido a su cuenta, la pareja se marchó más que satisfecha y feliz del hospital.

Al final, no les interesaba Melissa, lo único que querían era más dinero.

Aún sintiéndose fatal por aquella situación, decidió volver a la habitación de Melissa, para ver cómo estaba ella. Y la rubia seguía durmiendo, con la campera de él sobre el pecho de ella, cubriéndola.

Se acercó a la camilla y le dió un suave beso en la frente, escuchando como emitía un jadeo bajo.

—Saldré a caminar un momento ¿Sí? Me duelen un poco las piernas de estar aquí sentado.

—Caelan —susurró.

—¿Estás despierta? —sonrió dándole un par de besos cortos más por el rostro, antes de dirigirse a sus labios y besarla.

Melissa apoyó una de sus manos en la mejilla de él y le correspondió.

Se sentía tan cansada y adolorida, su hijita estaba por nacer, pero la dilatación estaba siendo muy lenta.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó en un tono suave, acariciando su cabello.

—Me duele todo, ya quiero que nazca.

—Pues parece que ella no quiere dejarte aún —sonrió apoyando su mano libre sobre el vientre de ella—. No creo que estés muy cómoda allí, mi amor, ya es hora de salir —le habló a la panza, acariciándola.

Melissa lo observó y sonrió levemente.

—Ve a casa, come algo, toma una ducha y duerme. Les pediré que si entro en labor de parto, te llamen. Luces muy cansado, Caelan.

Él negó con la cabeza y se inclinó hacia sus labios una vez más.

—Hasta que nuestra hija nazca y sepa que ambas están bien, no me iré de tu lado.

***

—Lucyen.

—No entiendo porqué ella quiere volver —pronunció en un tono bajo, desconcertado—. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? Después de todo lo que ocurrió.

—Eso es obvio, quiere ver al muchacho.

—Ella nunca lo quiso, y estuvo de acuerdo en todo momento en darlo. No quiso al niño, ni a mi. Esa mujer no quiere a nadie, sólo ama el dinero y el poder.

—Pasaron veinte años, Lucyen ¿Aún le tienes rencor?

El castaño se giró y observó con rabia al tipo que estaba con él en la sala.

—¿Y te crees que algo así se supera? Me enamoré de ella, caí en su maldito juego, y cuando menos lo esperaba, no sólo me dejó, sino que también abandonó al bebé. ¿Puedes imaginarte el dolor que sentí en ese momento?

—No —murmuró, al ver lo consternado que estaba el alfa.

Lucyen desvió la mirada, apretando los puños.

—Dylan sólo tenía una semana de nacido cuando ella nos dejó, estuvo tres días llorando por ella, al cuarto, al igual que yo, aceptó el hecho de que su madre no volvería. Le encontré una nodriza, quien lo alimentó y cuidó hasta los dos años... Dylan era un bebé muy distante, silencioso, ausente... Es como si el desprecio de ella, hubiera apagado algo dentro de él.

—Pero te tenía a ti, tú eres el padre.

—No, tampoco me tenía a mi. Cuando ella se fue, el mundo se cayó a mis pies.

De sólo recordar lo que había tenido que vivir y sentir en ese momento, su mirada se apagó.

—La depresión fue tan fuerte, que llegué a perder treinta kilos. Mis padres estaban furiosos, y muy decepcionados de mí. Me quitaron la custodia de Dylan, y lo criaron como si fuera su hijo —pronunció antes de sonreír, una sonrisa vacía, rota—. Ahora él piensa que yo soy su hermano mayor, se llevan tres años de diferencia con Aleyan, mi hermano menor, y él tampoco sabe la verdad. Si ella se aparece ahora, y le dice quien es, le arruinará la vida una vez más.

...

MelissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora