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Los Ángeles 

La habitación grande, limpia y bien decorada después de un mes y un par de semanas se había convertido en una sucia y aislada. Habitación en la que sólo tenía permitido entrar Amber y la sirvienta para limpiar y llevar comida que algunas veces solo era observada por el castaño.

Y es que la búsqueda por encontrar a Jungkook había sido extensa, exhausta, decepcionante y muy deprimente para Jimin. No importaba a quién le pidiese ayuda, las órdenes de su padre fueron claras, no deben ayudar a su hijo si eso involucra a Jeon. Lo tenía claro y eso lo vuelve loco, lo único que quiere es verlo y poder aclarar todo, lo único que necesita es a Jungkook para sentirse a salvo y completo.

Cada día parece más difícil que el anterior, cada mañana es más aterradora y cada noche es perturbadora y llena de mucho dolor.

Amber está desesperada, no importa lo que haga por Jimin, parece que todo es en vano y los pequeños destellos de felicidad que emana solo la ilusionan. Y luego pum, como una aguja que explota un globo aquella ilusión se desvanece junto con la felicidad del castaño.

La linda rubia no solo debía lidiar con la depresión debido a la ruptura de Jungkook y Jimin, también debía soportar las incesantes propuestas de pareja que Won le ofrecía a su hijo. No solo lo martiriza a él sino también a ella al no saber qué hacer para sacar de ese oscuro hoyo a su amigo.

—Jimin, ¿dónde estás? —habla con precaución, Amber al no verlo en la cama.

La cortina que cubre la enorme ventana se mueve y el castaño la ve con esos ojos color miel que ahora lucen apagados, siendo cargados por aquellas desagradables ojeras junto a su piel pálida.

—No voy a quitarme la vida aunque así lo parezca —murmura el castaño mientras se pone en pie y luego camina hacia la cama.

—No menciones eso, Jimin —lo reprende molesta. —Ni de broma —enfatiza, mostrando su descontento.

El chico asiente mientras toma asiento al borde de su cama ahora limpia, sus ojos se llenan de lágrimas al darse cuenta de lo mucho que Amber se preocupa por él. Seguro que si la rubia no estuviera a su lado su historia quizás ya hubiera terminado.

—Te compré un pretzel, pero si no quieres puedo…

—Sí quiero, dámelo —la interrumpe.

Con una enorme sonrisa Amber se lo entrega y luego le da play a la película de Madagascar. La rubia había descubierto que las películas infantiles ponen de muy buen humor a Jimin y lo sacan de su tristeza mientras duran.

La rubia envía y recibe mensajes, y cuando recibe lo que necesita se acerca de nuevo al castaño.

—Quiero que me acompañes a un lugar —susurra la chica, mientras de manera inmediata él niega. —Sí, sí lo harás. Me prometiste una salida, ¿acaso ya no cumples tus promesas? —conversa, tratando de convencerlo.

—Si las cumplo, pero…

—Sin peros, Jimin. Vamos, por favor, por mí —suplica Amber, haciendo un puchero.

—Bien, está bien —accede, poniéndose de pie de mal humor.

La rubia y el castaño recorren el extenso pasillo, luego giran hacia la izquierda, caminan un poco más y cuando pasan la sala, Cecilia se emociona al verlo, pero lo disimula para no incomodar. Siguen caminando hasta que salen de la casa y suben al auto en el cual los espera John.

Jimin le da una breve mirada a John, sonríe ladinamente al ver que está bien e impecable como siempre. Después de cuarenta minutos el vehículo se estaciona. Cuando bajan se dan cuenta que están a metros del mar.

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