"El ogro está en su cueva", murmuraba Atsumu en voz baja mientras seguía a la castaña por el pasillo hacia la habitación de su hermano. "Solo te advierto, Ame, cuando se enferma, está muy malhumorado. Ni siquiera mi madre ha logrado sacarlo de su habitación."
"Siempre ha sido malhumorado," replicó encogiéndose de hombros, mientras el chico se detenía frente a una puerta. "Deseame suerte," añadió, y se dispuso a entrar, pero Atsumu la detuvo con una mano en su brazo.
"Espera. Iré primero. Quiero asegurarme de que no veas algo que él no quiere que veas."
"Bien," respondió ella, aunque notó la vacilación en el rostro del rubio. "Atsumu, apúrate," insistió con impaciencia. Hacía dos días que no veía a su novio y la espera le parecía eterna.
Atsumu giró la perilla lentamente y, al abrir la puerta, ambos vieron a Osamu dormido con una almohada cubriéndole la cara.
"Samu," murmuró Atsumu con cautela.
"Vete, estoy durmiendo," respondió en un tono serio, sin moverse ni un centímetro.
Atsumu miró a Ame, buscando su reacción, y luego volvió a dirigirse a su hermano. "He traído algo que te puede interesar."
"No me importa nada que venga de ti," contestó Osamu, su voz cargada de irritación.
"Grosero," dijo Ame, lo que hizo que se quitara la almohada rápidamente, sorprendiéndose al ver a su novia junto a su hermano.
"Amor, viniste," dijo Osamu acercándose a ella, pero Ame dio un paso atrás.
"¿Por qué tratas así a Atsumu?" preguntó ella, frunciendo el ceño, mientras Osamu la tomaba suavemente por los hombros.
"Amor, esta es la primera vez en la semana que viene a mi cuarto sin molestarme," se quejó él.
"Yo ya me voy," dijo Atsumu, retirándose rápidamente al cuarto de enfrente, dejándolos solos.
"Amor," insistió Osamu, buscando sus ojos.
Ame sostuvo el rostro de Osamu con ambas manos y lo miró fijamente durante unos segundos. "¿Por qué no me dijiste que no irías a la preparatoria?" lo interrogó, pero él respondió besando rápidamente una de sus mejillas. "¡Oye!"
"No quería preocuparte," respondió Osamu, besando la otra mejilla de Ame. "Me alegra que hayas venido."
"¿Por qué besas mis mejillas?" preguntó ella, confundida.
"No quiero contagiarte," dijo él antes de volver a besarle las mejillas con ternura, una y otra vez.