capitulo cuarenta y seis

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Blaise Sadler.

La puerta frente a mí se sentía más grande que de costumbre.

Mis manos hormiguearon a mis costados, una se apretó con fuerza en torno a la llave de metal, la sentí encajarse en mi piel hasta que generó cierto dolor.

Era más asfixiante entrar por esta maldita puerta que por aquella ventana. Ya había entrado aquí hace pocos días, pero la casa estaba sola. Era inmensa y, aunque probablemente solo fueran tres personas las que habían dentro, el aire se sentía mucho más denso y pesado.

Tragué saliva e ignoré el miedo que se asentó en la boca de mi estómago.

Miré una última vez a la calle vacía, a excepción del auto de Alec estacionado frente a la banqueta, y traté de no hacer ruido cuando introduje la llave en el pomo. Cedió con facilidad e imaginé que volvía de una fiesta y simplemente quería pasar desapercibida, no que estaba cometiendo esta locura.

Recorrí los pasillos que conocía tan bien, tratando de no pensar en que no había un rincón en esta casa en el que yo o Amie no hubiésemos sido agredidas o lastimadas.

Tomé ese recuadro que me provocaba estragos cada que lo veía y dejé de lado la idea de ser silenciosa. Miré una última vez esa foto apoyada en el mueble de madera blanca de la entrada en la que estaba retratada mi familia.

Había algo lúgubre en esa foto. En la forma en que cada sonrisa se veía forzada y falsa. Sonrisas apenas perceptibles y nada palpables.

Vi mis dedos volverse blancos entorno a la madera del borde del recuadro y entonces lo dejé caer contra el suelo de mármol.

El ruido reverberó por toda la casa y rebotó en las paredes. Cristales se desperdigaron por el pasillo y los esquivé para seguir caminando ignorando los otros recuadros aunque también moría por romperlos. Honestamente quería tirar toda la casa abajo, me daba escalofríos de tan solo pensar que no había ningún buen recuerdo aquí. Ni uno solo.

Escuché pasos tranquilos por las escaleras, de nuevo, tan desconocidos que los reconocía.

—¿Qué carajos haces aquí?

No me giré ante la voz de Denver. Mi sangre hirvió, calentando un coraje que nunca antes había sentido. Caminé sin darle importancia hasta el comedor. Era una costumbre discutir allí, así que ahí sería la última también.

—¡Mamá! —gritó Denver, escuché sus pasos descender, me siguió hasta la cocina con su mirada taladrándome la espalda.

Yo nunca la llamé así. Dejé de hacerlo cuando tomé conciencia y me percaté de que una mamá no me trataría de esa forma.

Las miradas furiosas de mi hermano y mi madre bajo el umbral no me asustaron.

—¿Cómo te atreves a poner un pie en esta casa? —espetó Shannon, con un desdén que le restó toda la elegancia impoluta a su conjunto de ropa.

—Estoy genial, mamá, gracias —escupí con ironía. Me senté en la cabeza de la larga mesa con fingida despreocupación, mi corazón latía desbocado contra mi pecho. Sabía lo mucho que le molestaba que alguien se sentara en su lugar y el leve palpitar en su sien me lo confirmó—. La paliza que me dio mi hermano fue grave, pero no para matarme.

Me taladró con la mirada, cruzada de brazos.

—Así que, aquí estoy. Supongo que otra vez estás decepcionada de Denver ¿no es así? —mi hermano dio un paso al frente, pero Shannon lo detuvo con un simple gesto de manos, los ojos llameando de mi hermano me provocaron una sonrisa—. Apuesto a que deseabas que me hubiera muerto.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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