SANDRA
Mi segundo día en España fue aún mejor que el primero. Jack tenía que trabajar en aquel bar y para hacerle compañía Sheyla y yo fuimos a desayunar con él.
Sheyla se aprovechó de que era el camarero para pedirle de todo. Pero él lo hacía sin quejarse, incluso lo hacía con humor.
- Jack... El azúcar te falta - decía ella meneando la cuchara del café mientras lo miraba.
- Enseguida Madame - respondía él haciendo una reverencia.
- Sandy... ¿Te puedo llamar así? - Sheyla me miraba sonriendo.
- Claro que si.
- ¡Oh, genial! Tengo muchas cosas planeadas para hoy. Primeramente tengo que llevarte a que veas las tiendas y calles típicas de aquí y.... - me enseñó la pantalla de su móvil - he reservado dos pases para ir a un spa. Terminaremos justo a la hora en la que Jack termina de trabajar, así no pierdes tiempo de estar con él.
- Vaya Shey.... Muchísimas gracias, lo tienes todo planeado - sonreí emocionada.
- Por supuesto que si, te vas a ir de aquí españolizada - empezó a reír.
- Aquí tienes tu azúcar, ricitos de oro - Jack lanzó el azúcar al plato de Sheyla - ¿Qué planes tenéis?
- Si te lo dijéramos tendríamos que matarte - Sheyla me miraba para que le siguiera el juego.
- Así es cariño - asentí y sonreí.
- Miedo me dais las dos juntas - dijo mientras se marchaba.
Estaba muy guapo con su uniforme. Llevaba unos pantalones negros vaqueros, la camiseta también era negra pero tenía el logo, con el nombre del bar, en pequeñito y blanco, justo en la parte de arriba de la camiseta. El negro le sentaba muy bien.
Sheyla decidió que era hora de mostrarme el lado más cotidiano y bonito de Granada.
Nos dirigimos al Albaicín, un barrio antiguo y encantador con callejones estrechos y casas blancas. Aquí, las diferencias con México se hicieron más evidentes. Mientras que las calles de mi ciudad natal están llenas de colores vibrantes y música por todas partes, el Albaicín tenía una calma casi meditativa, interrumpida solo por el eco de nuestras voces y el crujir de los guijarros bajo nuestros pies.
Sheyla me llevó a una tienda de cerámica típica, donde todo estaba lleno de azulejos coloridos y piezas hechas a mano. Me sorprendió la delicadeza de los diseños y la precisión con la que estaban pintados. En México también teníamos una rica tradición de cerámica, pero los estilos y las técnicas son completamente diferentes. Me maravillé ante la variedad de platos, vasos y figuras decorativas, cada uno más hermoso que el anterior.
Después fuimos a una pequeña tienda de especias. Apenas cruzamos la puerta, una explosión de aromas me envolvió: canela, pimentón, comino, y otras especias que no podía identificar. Sheyla me explicó que muchas de estas especias eran comunes en la cocina andaluza y me recomendó algunas para llevar a casa. Recordé los mercados de México, llenos de chiles secos y maíz, y aunque los olores eran diferentes, la sensación de calidez y familiaridad fue la misma.
Finalmente, Sheyla me llevó a una tetera. Era media mañana y ya teníamos algo de hambre. Me dijo que tenía que probar el té moruno, una mezcla de té verde con hierbabuena y mucho azúcar. Al entrar en la tetería, me sentí como si hubiera viajado a otro mundo.
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𝔅𝔞𝔧𝔬 𝔢𝔩 𝔪𝔦𝔰𝔪𝔬 𝔠𝔦𝔢𝔩𝔬
RomanceAmor...contacto...confianza...una pantalla y miles de kilómetros de por medio. Sí, el amor es algo impredecible. Nunca se sabe cómo, dónde o con quien te enamorarás. Y de entre millones de personas que hay en el planeta tierra puede ser con cualqui...