POV SEYRAN
Sufrí una conmoción leve que acabó en un ingreso en el hospital durante una noche bajo observación y el resto de la semana sin ir a clase.
Para ser sincera, habría preferido quedarme en el hospital todo el tiempo o volver al instituto de inmediato, porque la idea de pasar la semana en casa con mi padre controlándome era una forma especial de tortura que nadie se merecía.
Milagrosamente, logré sobrevivir aquella semana encerrándome en mi habitación todo el día y, en general, evitando a mi padre y sus turbulentos cambios de humor como si de la peste se tratara.
A la semana siguiente, cuando volví a clase, esperaba recibir una lluvia de burlas y mofa.
La vergüenza era una emoción problemática para mí y, a veces, me dificultaba el funcionamiento.
Pasé todo el día hecha un desastre, toda sudorosa, presa del pánico y en estado de alerta máxima, esperando que sucediera algo malo.
Algo que nunca pasó.
Aparte de algunas miradas curiosas y sonrisas cómplices por parte del equipo de rugby (como si me hubiesen visto en ropa interior), en general salí ilesa.
No lograba comprender cómo un acontecimiento tan humillante como aquel podía pasar desapercibido.
No me lo explicaba.
Nadie mencionó el incidente en el campo aquel día. Era como si nunca hubiera sucedido.
Sinceramente, si no fuera por el persistente dolor de cabeza, habría dudado que hubiese pasado.
Los días se convirtieron en semanas, pero el silencio permaneció. Nadie me dijo nada.
Nunca más se volvió a mencionar lo ocurrido.
Yo no era un objetivo.
Y tuve paz.
Había pasado casi un mes desde el incidente en el campo, cuando caí en una rutina junto a Ece y Dicle.
Y me di cuenta de que empezaba a tener ganas de ir a clase.
Fue el giro más extraño de mi vida, considerando que había aborrecido el instituto la mayor parte de mi existencia, pero Tommen se había convertido casi en un lugar seguro.
En vez del pavor habitual al bajar del autobús, lo único que sentía era un inmenso alivio.
Alivio por alejarme de casa.
Alivio por no ser el blanco de los matones.
Alivio por escapar de mi padre.
Alivio por poder respirar durante siete horas al día.
Siempre había estado sola, por lo que mi último trance, o debería decir el último cambio en mi estatus social, fue inesperado.
Dicen que donde hay un grupo hay solidaridad, y no podría estar más de acuerdo. Me sentía mejor cuando estaba con mis amigas.
Tal vez fuese una inseguridad adolescente, o tal vez se debiese a mi pasado, pero me gustaba no tener que ir sola a clase y que hubiese siempre alguien con quien sentarme o que me dijera si tenía algo entre los dientes.
Su amistad significaba más para mí de lo que llegarían a saber jamás; eran un sistema de apoyo que necesitaba desesperadamente y me calmaban en los momentos en que me atenazaba la incertidumbre.
Sin la constante amenaza de ser agredida por mis compañeros, seguía las clases sin problema e inhalaba los temarios como si fuesen pegamento.
Incluso logré aprobar la mayoría de los exámenes finales, con la excepción de los de Matemáticas y Ciencias empresariales.
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Teen FictionSu primer y último amor verdadero siempre ha sido el rugby. O eso pensaba Ferit Korhan Hasta ahora. Él quiere salvarla. Ella quiere esconderse. Ella está dañada. Él está decidido. El destino los unió. El amor los ata.