30: Nos las apañaremos

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POV SEYRAN

—¿Cómo tienes la cara, Seyro? —me preguntó Kaya cuando entré en la cocina un poco después de medianoche.

Él y Suna estaban sentados a la mesa con tazas de café frente a ellos y tenían la misma mirada de preocupación los dos.

—Joder —murmuró, estremeciéndose al verme.

—Estoy bien, Kaya. —Forcé una sonrisa para consolarlo—. Parece peor de lo que es. 

Era mentira.

Mi cara me estaba matando.

Me dolía cada centímetro del cuerpo.

Estaba cubierta de moretones de pies a cabeza.

Afortunadamente, la única evidencia visible de la noche anterior era un pequeño cardenal en el pómulo.

Era el resto de mi cuerpo el que se había llevado la peor parte de su rabia.

Lo único que me salvaba era que hacía frío y podía ocultar mis moretones con pantalones de chándal holgados y camisetas de manga larga.

Sin embargo, mi mentira no pareció consolar a mi hermano.

Se limitó a quedarse mirándome, con aspecto descompuesto y derrotado.

—Joder, Seyro, lo siento tanto... —soltó, dejando caer la cabeza entre sus manos—. Debería haber estado aquí.

Kaya había ido al cine con Suna la noche anterior, y yo me alegraba.

Si hubiera estado conmigo, sabía bien que alguien habría dejado esta casa en una bolsa para cadáveres.

—No es culpa tuya —dije bruscamente—. Nada de lo que pasó anoche fue culpa tuya. Tienes derecho a tener una vida, Kaya.

—¿Has conseguido que Serkan se durmiera? —preguntó Suna, sonriéndome con tristeza mientras, por suerte, cambiaba de tema.

—Por fin —suspiré pesadamente—. Tolga y Omer están fuera de combate. Pero Serkan... Uf, está fatal por mi madre. —Me pasé el alborotado pelo por detrás de las orejas y me apoyé contra la encimera de la cocina—. Ha estado llorando a moco tendido durante horas. Hasta que ha acabado durmiéndose.

—Malditos cabrones —masculló Kaya.

—Kaya —lo regañó Suna—. No digas eso.

—¿Decir qué, nena? —repuso acaloradamente—. ¿La verdad? Porque eso es lo que son. Un puñado de cabrones, joder.

—Sigue siendo tu madre —afirmó Suna con tristeza.

—Y es peor que él —replicó mi hermano— por dejar a esos críos aquí solos. —Se pasó una mano por el pelo rubio y gruñó—: Podría agarrar el teléfono y hablar con ellos, pero no, como siempre, huye y esconde la cabeza debajo del ala.

A diferencia de Suna, a mí no me afectaban las palabras de mi hermano. 

Puede que sonasen duras, pero no contenían nada más que la verdad.

Suna estaba enamorada de mi hermano, así que supuse que eso explicaba la expresión de horror en su rostro y la forma en que le acariciaba con los dedos el dorso de la mano sin parar.

—Veamos cuánto tenemos —dijo Suna con un suspiro.

Se metió la mano en el bolsillo de los tejanos, sacó la cartera y la lanzó sobre la mesa para luego volver a rebuscar el cambio que le repiqueteaba por ahí.

—No vuelvo a cobrar hasta el próximo jueves —murmuró, más para sí mismo que para nosotras, mientras volcaba el contenido de su cartera sobre la mesa y comenzaba a contar—. Lo que nos deja exactamente con... —hizo una pausa para apilar algunas monedas— ochenta y siete euros con treinta céntimos para los próximos seis días.

binding 13Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin