42: Perdiendo el zapato y la cabeza

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POV SEYRAN

Mi última clase del lunes fueron dos horas de Educación física, pero como estaba lloviendo a cántaros, el señor Mulcahy se apiadó de nosotros y organizó un partido de fútbol en la cancha de baloncesto cubierta.

El señor Mulcahy era el entrenador de rugby de la escuela y era bastante evidente por la forma en que se recostaba en una silla plegable a un lado, con los ojos fijos en el portapapeles que llevaba en la mano, que no le preocupaba nuestra educación física.

Además, me las arreglé para echar un vistazo a dicho portapapeles cuando intenté escabullirme sin éxito del partido y vi que estaba cubierto de garabatos y jugadas relacionadas con el rugby.

Por suerte, acabé siendo reclutada por el equipo de Ece y un par de chicas más, mientras que Dicle se valió de su palique para no tener que participar y pudo irse a la biblioteca.

Ojalá fuera tan persuasiva como ella.

Pero no lo era, sino que llevaba un peto amarillo y corría de aquí para allá intentando no morir atropellada por los chicos.

Con Dicle pegándose la gran vida en la biblioteca, solo quedábamos cuatro chicas en la cancha para jugar con los dieciocho chicos de 3A.

Yo era, de lejos, la peor.

Zeynep y Leyla, las otras dos chicas de mi clase, no eran mucho mejores, pero tenía la sensación de que era más por su desinterés general en el juego que por su falta de habilidades.

A Ece se le daba genial el deporte, era la mejor chica en la cancha, y los muchachos la trataban con el respeto que se merecía pasándole el balón cada vez que lograba liberarse del contrario.

Hasta ahora, había marcado dos veces.

Para ser justos, mis compañeros de equipo habían intentado eso conmigo al principio del partido, pero después de tropezar y costarnos un gol, me evitaron.

Pensé que era lo mejor.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Ece, corriendo hacia mí cuando uno de los chicos de nuestro equipo marcó de nuevo.

Llevaba la misma camiseta negra, pantalones cortos blancos y peto amarillo que yo, pero, a diferencia de mí, su ropa deportiva le sentaba realmente bien.

La coleta, larga, negra y rizada, se le balanceaba de un lado al otro cuando se movía.

Tenía las mejillas rojas y le brillaban los ojos de la emoción. 

Era asquerosamente despampanante.

—¿No te parece la mejor manera de terminar el día?

—Eh, ¡sí, claro! —Me obligué a sonreír y levanté los pulgares como con entusiasmo.

—Odias esto, ¿no? —se rio ella, y me apoyó un codo en el hombro. El hecho de que pudiera hacer eso con facilidad solo me hizo comprender lo bajita que era yo—. No te preocupes. Solo quedan diez minutos más.

—La verdad es que el fútbol no es lo... —Hice una pausa para agacharme, esquivando por poco una pelota en la cara—. No es lo mío —comencé a decir, pero Ece ya estaba persiguiendo la pelota, gritando a nuestros compañeros de equipo que estaba «desmarcada».

Momentos después, una estampida de adolescentes atravesó corriendo la cancha hacia mí, persiguiendo un balón de fútbol perdido.

Tras esquivar por poco otro atropello, decidí que ya había tenido bastante ejercicio por ese día. Llevaba desde que me desperté con un dolor horrible y persistente en el estómago, y correr no ayudaba en nada.

binding 13Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin