CAPITULO 27

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SIN MIEDOS

Narrador Omnisciente

El otoño se despide de la ciudad, las hojas que antes yacían en el suelo ahora se elevan en el aire, como si el pasado también quisiera volar lejos. Las flores, tímidas y expectantes, comienzan a brotar lentamente, anunciando el inicio de algo nuevo.

Zahara y Catriel siguen su rutina diaria en este jueves once como cualquier otro día más. Pero cuando cae la noche, todo cambia. Porque esta vez, tienen una cita. Una cita que podría marcar el comienzo de algo más profundo y significativo entre ellos.

En una zona exclusiva y privada se encuentra la casa de Catriel Leblanc.

Él está mirando por la ventana como su padre e hija se marchan a pasar la noche a un hotel, Leopold mueve su cabeza con negación ante lo que está haciendo y es ocultar a su joven nieta, la cual está ajena a lo que sucede. Mélodie tiene la primicia de que irán a un spa para que la atiendan como la princesa que es, eso fue lo que le dijo Catriel y ella no cuestiono el plan, se emocionó y agradeció.

Catriel cierra las cortinas, se coloca sus auriculares y reproduce alguna lista aleatoria de Spotify para comenzar a ordenar su casa, mejor dicho, ocultar cualquier cosa que de indicios que tiene una hija. Se detiene a mirar la pequeña barra de ballet, no puede desatornillarla de la pared, por lo que, lo deja allí. Pensara una excusa luego.

Todo lo que junta, lo deja en el cuarto de Mélodie, el cuál cierra bajo llave. Cuando su casa parece de hombre soltero, suelta un suspiro. Pasa una mano por su pelo, algo frustrado por lo que está haciendo, algo ataca su pecho, culpa tal vez, pero se repite que esto es lo mejor.

¿Mejor para quién?

No lo sabe, susurros de su conciencia de que no vuelva a caer se repiten en su cabeza. La última vez que confió, lo abandonaron con un bebe. No se puede permitir querer. Va a disfrutar lo que sea que es esto y si se intensifica... se replanteará lo que está haciendo.

Se da una ducha rápida y se viste cómodamente, agarra su celular para enviarle un mensaje con su dirección. En el tiempo que la espera, coloca música lenta de fondo, descorcha un vino y prepara la mesada con los ingredientes de la comida que le prepara.

Se encuentra tranquilo, bebiendo de su vino y expectante por esta primera cita. La invitó a su casa principalmente porque no quiere hacerla pasar por un mal rato de llevarla a un lugar donde no puede verificar cómo están preparando su comida. Estaba la opción de ese restaurante al que ella siempre va, sin embargo, con los paparazzis encima, no es lo mejor.

Quiere algo íntimo para conocerla aún más, quiere disfrutar de su presencia a solas, sin prisas, sin apuros. Quiere beber de ella, aunque para eso, falte tiempo. Zahara no es alguien con la que pueda follar y abandonar. Es alguien más sensible, distintas a las mujeres con las cuales follo en estos años.

Es uno de los motivos por el cuál la atrae tanto, la forma lenta en la cual le está permitiendo conocerla. Cada capa que revela lo cautiva y cada vez que la besa, lo endulza.

No tiene apuros, no se imagina un futuro, es cierto, su presente puede ser infinito, todo mientras la sigue descubriendo a ella.

Entre tanto, en el otro lado de la ciudad, en un elegante edificio de departamentos, Zahara se encuentra nerviosa. Las luces de la ciudad parpadean más allá de su ventana y su corazón late con una mezcla de emoción y ansiedad. De lo que puede pasar, algunas ideas circulan en su cabeza.

Se muerde el labio inferior, sin saber muy bien si decirlo en voz alta. Paso tiempo desde la última vez que tuvo una cita, está tan fuera de juego que no sabe cómo actuar, lo que debe hacer. Annette, quién se encuentra detrás, alisando su cabello, parece percibir el orden de pensamientos de su mejor amiga, por lo que la anima a preguntar sin vergüenza.

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