--- ENTE| es un concepto filosófico que remite a lo que es, existe o puede existir. Un ente participa del ser y tiene propiedades que, como ente, le son propias.
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Habían pasado tres semanas desde que había salido del hospital, y dos desde que había vuelto a poder usar mis poderes con normalidad.
Ojeé los mensajes de mis excompañeros de clase, sorprendida de que tras tres semanas aún algunos continuaran escribiéndome.
Por mi parte seguía sin responderles, aún sintiéndome incapaz de contestar, pues no me veía con el valor suficiente para hacerlo.
Cuando no estaba haciendo pruebas, estaba encerrada en mi habitación llorando. No me sentía anímicamente bien para estar pendiente de los mensajes.
Shoto me había comentado que ya habían hecho los exámenes para conseguir sus licencias provisionales, y que él y Bakugo habían sido los únicos de la clase en suspender el examen.
Me sentí mal por los dos.
Por suerte, podían realizar un curso especial de tres meses, y finalmente volver a repetir el examen en abril para tener la licencia.
Fruncí la nariz con impotencia.
Sabía que ellos junto a Momo eran los que peor lo estaban pasando por mi culpa, ni siquiera quería imaginarme la culpa que Katsuki estaría sintiendo.
- Leah, cariño, ven a la habitación doce para tus pruebas. -se escuchó a Nathan decir por los altavoces.
Suspiré, haciendo mecánicamente lo que mi tutor me decía, ya acostumbrada a aquella rutina.
Por el camino iba pensativa, como de costumbre aquellos últimos días, por lo que ignoré a cualquier persona que me saludara.
Ni siquiera me di cuenta de cuando llegué a la puerta de dicha habitación, simplemente sentí como unas manos me agarraban de los hombros, salvándome de chocarme contra la persona que estaba enfrente de mí.
- Eh, llevas días ignorando a todos. ¿Qué está pasando por esa cabecita tuya?
Alcé la mirada ante la voz de Nathan, negando sutilmente.
- Nada importante.
Llevaba varios días pensando en algo, aunque aún no sabía si hacerlo o no, pues era arriesgarme demasiado.
Sus cuencas me observaron con atención, mientras sus dedos movían unos mechones rebeldes de mi pelo y los colocaba tras mi oreja.
Me mostró una sonrisa, antes de empujarme hacia él en un abrazo.
No me rehusé, y rápidamente le rodeé con mis brazos, sin querer que aquel momento se terminara. Extrañaba ir corriendo a abrazarle cada día con una enorme y sincera sonrisa en la cara, y temía que aquello nunca volvería a vivirlo.
