32. El otro lado del muro (parte II)

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La cueva bajo el muro estaba impregnada de una tensión palpable. El eco de las discusiones y las amenazas resonaba en las paredes rocosas, mientras el frío invierno de los territorios más allá del muro se hacía sentir en el ambiente. Aegon, estaba al frente de su grupo de exploradores de la Guardia Nocturna espectante a la respuesta del líder de los salvajes. 

Mance Ryder, estaba enojado y desconfiado cómo alguien osaba traspasar la muralla pensando que siquiera era una buena oferta, qué tendría para ofrecer un supuesto rey que aún no había recuperado el trono. La reunión había comenzado con promesas de seguridad y colaboración, pero pronto se había convertido en una batalla de voluntades. Aegon había tratado de mantener la calma, ofreciendo a los salvajes una oportunidad de salvación en lugar de una condena segura. Pero Mance, con su mirada de acero y su actitud desafiante, no estaba dispuesto a ceder.

"¿Por qué deberíamos confiar en vosotros?" Mance había preguntado, su voz un rugido en la cueva. "¿Qué os hace pensar que seremos mejores bajo su protección que aquí, libres y en control de nuestro destino?"

La pregunta era válida y Aegon sabía que no era fácil de responder. Sin embargo, la oferta era genuina. No solo estaba en juego la vida de los salvajes, sino también la supervivencia de la humanidad frente a una amenaza mucho mayor. Las palabras se habían elevado en la cueva hasta que, de repente, un temblor comenzó a recorrer el suelo. El ruido del hielo resquebrajándose y el movimiento inusual hicieron que todos en la cueva se detuvieran.

El temblor se intensificó, como si el mismísimo suelo estuviera convulsiendo. Aegon sintió una oleada de alarma recorrer su cuerpo. Sabía lo que esto significaba. Sin dudarlo, dejó su lugar, y su instinto lo llevó a moverse rápidamente hacia la salida de la cueva. "¡Hay que salir de aquí!" gritó. "¡Los caminantes blancos están cerca!"

El pánico se desató entre los salvajes, quienes se precipitaron hacia la salida sin saber qué hacer. Aegon se movió con agilidad, empujando y esquivando a los cuerpos que se agolpaban en la salida. Su mente estaba centrada en un solo objetivo: montar a Phantom, su fiel compañero de batalla, el ya había vivído esta situación, pero esta vez no se llevaría tantas vidas como la anterior vez, debía salir de la cueva y preparar una defensa contra la inminente amenaza.

A través de la puerta de la cueva, el paisaje invernal se extendía hasta el horizonte, cubierto de una capa espesa de nieve y hielo. Aegon se dirigió rápidamente hacia donde había dejado a Phantom, que estaba esperando con una paciencia imponente. El dragón, emitió un rugido bajo cuando Aegon se acercó y se montó en su lomo, su calor se sintió como un alivio en medio del frío glacial, se sintió como su hogar.

Con un giro elegante, Phantom se elevó en el aire, sus alas extendiéndose poderosamente. Aegon dirigió su mirada hacia el horizonte y vio lo que había temido: una horda de caminantes blancos se aproximaba con una velocidad implacable. La visión era aterradora: figuras espectrales, casi etéreas, se movían con una determinación que desafiaba toda lógica.

Aegon supo que no tenía tiempo que perder. Se inclinó hacia adelante y guiando a Phantom, comenzó a trazar un perímetro alrededor de la cueva. Las llamas del dragón se extendieron como lenguas de fuego, derritiendo el hielo y creando una brecha de agua cada vez más profunda que actuaba de barrera, los caminantes blancos parecían no poder nadar o atravezar esa fosa. La maniobra era arriesgada, pero era la única opción para mantener a los espectros a raya.

El aire se llenó del rugido del dragón y el resplandor de las llamas. Los caminantes blancos, al verse atrapados en la isla de hielo creada por Aegon, comenzaron a avanzar hacia el fuego con una desesperación fría y calculada. Pero las llamas eran implacables. Cada vez que uno de ellos intentaba escapar del perímetro, las llamas lo envolvían y lo destruían.

El retorno de los TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora