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El último día en Hogwarts había llegado. Sienna estaba en su dormitorio, cerrando su baúl con un suspiro. Las vacaciones de invierno la esperaban, pero una extraña inquietud la mantenía alerta. Tomó su abrigo y, con un último vistazo al cuarto, salió hacia la estación de tren.

El castillo estaba silencioso, cubierto por una ligera neblina matinal. Mientras caminaba hacia las afueras, una sombra negra captó su atención en el borde del Bosque Prohibido. Sienna se detuvo en seco, su corazón acelerándose al reconocer la silueta familiar. El viento movía las ramas de los árboles, y la figura parecía desvanecerse en la oscuridad. Sienna parpadeó, pero ya no había rastro de la sombra.

Con una mezcla de confusión y curiosidad, apuró el paso hacia el tren, preguntándose si su mente le estaba jugando una mala pasada.

Al llegar al andén, encontró a Harry, Hermione y Ron ya instalados en un compartimiento. Sonrieron al verla entrar, y Harry movió su baúl para hacerle espacio.

—¡Justo a tiempo, Sienna! —dijo Harry, ayudándola a guardar sus cosas—. Estábamos hablando sobre qué haremos durante las vacaciones.

—¿Tienes planes especiales? —preguntó Hermione, mientras el tren comenzaba a moverse.

Sienna se acomodó en el asiento, intentando dejar atrás la imagen de la sombra que había visto.

—No estoy segura —respondió, esforzándose por sonreír—. Tal vez pase tiempo con mi familia, leeré algunos libros que tengo pendientes... lo de siempre.

La conversación continuó animadamente mientras el paisaje invernal pasaba rápidamente por la ventana. Pero justo cuando Ron hablaba sobre los Mundiales de Quidditch, una lechuza negra se posó en el alféizar de la ventana del compartimiento. Llevaba un paquete con varias pequeñas cajas.

—¡Chicos, son de Sirius! —exclamó Harry, tomando el paquete y abriéndolo con curiosidad.

Dentro había un par de presentes, uno para cada uno de ellos. Ron recibió un conjunto de golosinas de Honeydukes, Hermione un libro de historia mágica, y Harry una pequeña figura de un hipogrifo con una nota que decía que en casa de los Dursley le esperaría una sorpresa voladora. Pero cuando Sienna abrió el suyo, encontró un elegante reloj de mano negro con detalles en plata. Era sencillo pero hermoso, con una inscripción en la parte trasera: Para que nunca pierdas el tiempo.

Sin embargo, lo que más llamó su atención fue la carta que venía junto al reloj. La abrió lentamente, reconociendo la caligrafía en el pergamino.

Querida Sienna

Sé que lo que sucedió la última vez que nos vimos fue inesperado, y quiero disculparme por haberte hecho sentir incómoda. No era mi intención, y me pesa haber causado tal situación. Este reloj es un pequeño presente, una forma de recordarte que siempre hay tiempo para enmendar nuestros errores. Espero que puedas perdonarme.

Con afecto,
Sirius Black

Sienna leyó la carta dos veces, sintiendo una mezcla de emociones. La disculpa de Sirius era sincera, y aunque lo ocurrido la había tomado por sorpresa, no podía negar que sentía algo de alivio al leer sus palabras. Guardó la carta y el reloj, mirando por la ventana mientras sus amigos seguían charlando.

El tren seguía su curso, alejándolos de Hogwarts y llevándolos hacia unas vacaciones llenas de incertidumbre y, tal vez, nuevas oportunidades. A su vez, Harry comenzó a charlar en especial con ella. Sienna sentía que este año Harry tenía una actitud un poco diferente. Tal vez era por lo de Sirius, o trataba de ser más sutil con ella, o tal vez ella se estaba creando ideas. Harry insistió en que Sienna los acompañara a los Mundiales de Quidditch y pasara el verano con los Weasley y Hermione, pero Sienna estaba segura de que necesitaba estas vacaciones para quedarse en casa y centrarse en sí misma.

Al llegar a la estación, Sienna encontró a su padre que la esperaba con una amplia sonrisa. Sienna se despidió de sus amigos y corrió a los brazos de su padre.

—¡Cuánto te he extrañado, pequeña! —expresó el señor Lysander mientras abrazaba fuertemente a Sienna.

—Y yo a ti, papá —dijo Sienna mientras el olor de su padre inundaba su ser—. ¿Y mi abuelo?

—Se quedó en casa preparando la cena para esta señorita —dijo Lysander mientras soltaba a Sienna y depositaba en ella un dulce beso en la cabeza—. Es hora de irnos.

El señor Lysander y Sienna salieron de la estación y se dirigieron a su casa en Tinworth. Al llegar, Sienna saludó a su abuelo y subió a su recámara para dejar su maletín y descansar un poco.

La hora de la cena había llegado. Sienna estaba sentada entre su padre y su abuelo, un hombre de porte distinguido que observaba todo con ojos agudos.

—Me alegra que estés en casa, Sienna —dijo su padre mientras servía una copa de vino—. Siempre es un placer tenerte de vuelta.

—Gracias, papá —respondió ella, sonriendo mientras tomaba su tenedor.

La conversación giraba en torno a temas triviales, cuando de repente, el señor Lysander se detuvo y frunció el ceño. Había notado algo inusual en la mano de Sienna.

—Sienna, querida —dijo, señalando su mano—, ese anillo que llevas... ¿de dónde viene?

Sienna miró su dedo, donde un hermoso anillo negro adornaba su mano. Estaba tan acostumbrada a llevar aquel obsequio que, desde Navidad, nunca se lo había quitado.

—No estoy muy segura, papá —respondió con sinceridad—. Lo recibí durante la cena de Navidad en Hogwarts, pero no sé quién me lo envió. Solo apareció, como un gesto anónimo.

El señor Lysander la observó con una mezcla de curiosidad y preocupación, pero antes de que pudiera preguntar más, el abuelo de Sienna, que había estado escuchando en silencio, intervino.

—Mmmju, cambiando de tema, me pregunto —dijo en un tono más ligero—, ¿cómo están las cosas con ese profesor Snape? ¿Alguna novedad interesante? ¿No has vuelto a tropezar con él?

Sienna se sorprendió por la pregunta, pero no pudo evitar sonreír ligeramente. Sus pensamientos volvieron a Hogwarts, a las clases con Snape, y especialmente a un momento que había quedado grabado en su memoria.

—No, abuelo, claro que no —comenzó, dejando el tenedor a un lado—. El profesor Snape es un hombre algo diferente, que sería capaz de bajarle todos los puntos a Ravenclaw si vuelvo a tropezar con él. —soltó una pequeña sonrisa.

Su abuelo la miró con interés, mientras su padre la escuchaba en silencio, claramente intrigado.

—Además —continuó Sienna—, él me ha estado enseñando lecciones extra de Defensa. Es un profesor duro, pero ha sido muy paciente conmigo.

Hubo un momento de silencio en la mesa mientras los dos hombres procesaban lo que Sienna había dicho. Finalmente, su padre y abuelo intercambiaron una mirada, antes de asentir lentamente.

—Por lo que nos has contado, querida, es raro que un profesor muestre tal interés personal en un estudiante. Sin embargo, si él te está ayudando, no podemos más que estar agradecidos. Parece que este Snape es un hombre con más matices de los que imaginamos.

La cena continuó con normalidad, hablando de sus amigos y sobre la invitación a los Mundiales de Quidditch. Su padre no se notaba tan convencido, pero comentó que lo pensaría. Al terminar, todos se dirigieron a sus recámaras.

Sienna comenzó a desempacar el resto de sus cosas cuando notó que en su bolsa estaba aquel hermoso reloj. Se quedó apreciándolo un poco; sin duda, Sirius tenía buenos gustos, pero ¿por qué se lo regaló?. Comenzó a recordar las palabras que le dijo antes de huir y sonaban en su cabeza otra vez: "Cualquiera que te conozca... podría fijarse en ti" pero la persona que ella quería que se fijara en ella probablemente ni la miraba de esa forma.

Secrets under the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora