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La tarde estaba tan fría, era verano y el clima se estaba tornando a diferentes cambios durante el día pero a Sienna le gustaba el aire fresco y la ligera neblina que cubría las calles. Después de varios días en casa, sintió la necesidad de salir y despejar su mente. Le dijo a su padre que iba a dar un paseo, y con una bufanda envolviendo su cuello, salió a explorar el Callejón Diagon, esperando encontrarse con alguna tienda interesante o simplemente disfrutar del ambiente navideño.

Mientras caminaba entre los comercios abarrotados de magos y brujas haciendo sus compras, una figura alta y oscura captó su atención. Sienna reconoció inmediatamente la silueta imponente de Severus Snape, su profesor de Pociones, que caminaba con el ceño fruncido, como si no quisiera ser molestado.

Una parte de ella dudó en acercarse. Snape siempre había sido una presencia intimidante, incluso después de que comenzaran a interactuar más en sus lecciones extra de Defensa Contra las Artes Oscuras. Pero algo en su pecho la empujó a hablarle. Tomó aire y, con paso firme, se acercó a él.

—Profesor Snape —dijo, su voz sonando más segura de lo que se sentía por dentro.

Snape se detuvo, girando levemente la cabeza hacia ella. Sus ojos oscuros se encontraron con los de Sienna, y por un momento, parecía que no estaba seguro de si debía hablar o simplemente seguir su camino.

—Señorita —respondió con su tono habitual, aunque había una ligera sorpresa en sus ojos

— No esperaba encontrarme con usted—dijo Sienna, intentando sonar casual

—Lo mismo digo —murmuró Snape, sus ojos escrutando el entorno, como si esperara que alguien apareciera de la nada.

Un silencio incómodo se instaló entre ellos, pero Sienna decidió no dejarlo crecer.

—Sé que puede sonar extraño, pero... ¿le gustaría tomar un café? —preguntó, casi esperando que él la rechazara.

Para su sorpresa, Snape asintió lentamente.

—Podría ser una idea interesante —dijo con cautela—, pero no aquí. No quiero que nadie malinterprete nuestras intenciones.

Sienna no pudo evitar sentir un pequeño nudo en su estómago ante esas palabras. ¿Qué intenciones? Pero no dijo nada, simplemente asintió.

—¿Qué le parece el mundo muggle? —propuso Sienna, casi sin pensar—. Hay menos posibilidades de que alguien nos reconozca.— Snape pareció considerar la idea por un momento antes de asentir de nuevo.

Juntos, caminaron hasta un pequeño café muggle en una calle poco transitada. El lugar era acogedor, con luces cálidas y una decoración sencilla. Se sentaron en una mesa cerca de la ventana, donde apenas había otros clientes.

Un camarero joven se acercó, con una sonrisa amistosa.

—¿Qué les gustaría ordenar? —preguntó, sacando una libreta.

—Un café negro, por favor —pidió Snape sin titubear.

—Para mí, un té verde —añadió Sienna.

El camarero asintió, pero al mirar a ambos, esbozó una sonrisa que Sienna no supo interpretar del todo.

—¿Así que una cita romántica, eh? —comentó el camarero con una sonrisa burlona.

Sienna sintió que su rostro se ponía rojo al instante, y aunque Snape mantuvo su expresión impasible, ella notó un leve parpadeo de sorpresa en sus ojos.

—No es lo que parece —respondió Snape con frialdad, lo que hizo que el camarero se encogiera de hombros y se marchara rápidamente.

Sienna miró sus manos, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón.

—No esperaba que usted aceptara —confesó Sienna, intentando romper la tensión.

Snape la miró, su expresión suavizándose un poco.

—Tampoco lo esperaba yo —admitió, y por un breve momento, sus ojos oscuros parecieron perder parte de su habitual severidad.

La conversación continuó de manera más tranquila. Sienna le preguntó a Snape qué hacía durante las vacaciones, a lo que él respondió de manera reservada, diciendo que las pasaba en su casa o en el castillo, disfrutando de la tranquilidad.

—Quizás... podríamos salir de vez en cuando —propuso Sienna, su voz temblando ligeramente al decirlo—. Si le parece bien, claro.

Snape la miró con intensidad, como si estuviera evaluando cada palabra.

—No se confunda, señorita —dijo en voz baja, aunque no con la dureza que ella esperaba—. Este es un encuentro casual, nada más.

Sienna asintió, sintiendo una mezcla de decepción y alivio. Pero algo en la manera en que Snape la miraba le decía que, a pesar de sus palabras, no era del todo indiferente.

La charla luego se desvió hacia temas más personales. Snape, con curiosidad sincera, comenzó a hacerle preguntas sobre su vida, sus intereses, y su familia. Sienna habló de su hogar, de sus amistades, y de cómo era crecer siendo la nieta de un mago tan renombrado.

El tiempo pasó más rápido de lo que Sienna esperaba, y pronto se dio cuenta de que debía regresar a casa.

—Debo irme —dijo, mirando el reloj que Sirius le había regalado.

—Permítame acompañarla —ofreció Snape, levantándose con ella.

Caminando juntos por las calles iluminadas, llegaron a unas cuadras de la casa de Sienna. Ella se detuvo, dándose cuenta de que se sentía algo reacia a despedirse.

—Gracias por acompañarme, profesor —dijo, mirándolo directamente a los ojos—. Fue agradable su compañía.

Snape asintió, y por un momento, pareció querer decir algo más. Pero antes de que pudiera hablar, Sienna, dejándose llevar por un impulso, se acercó y le dio un beso en la mejilla.

Snape se quedó inmóvil, claramente sorprendido. Sienna dio un paso atrás, sonriendo tímidamente.

—Hasta luego, profesor Snape —dijo con una voz suave, antes de darse la vuelta y dirigirse hacia su casa.

Snape la observó alejarse, su expresión indescifrable. Mientras Sienna entraba en su hogar, él permaneció un momento más en la calle, antes de girar sobre sus talones y desaparecer en la noche.

Secrets under the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora