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El tren se movía suavemente por las vías mientras el paisaje cambiaba de verdes colinas a frondosos bosques. Sienna se acomodó en el compartimiento junto a Harry, Ron y Hermione, tratando de mantener la conversación ligera, pero notó cómo sus miradas la observaban con curiosidad. Apenas habían salido de la estación y ya sentía el peso de las preguntas no formuladas.

—Sienna, ¿qué pasó esa noche después de la final? —preguntó Hermione con suavidad, mirándola atentamente—. Nos preocupamos mucho cuando desapareciste.

Ron asintió enérgicamente. —Sí, creímos que te habías perdido en el caos. No te vimos por ningún lado.

Harry se inclinó hacia ella, su ceño fruncido con preocupación. —¿Quién te rescató? Vimos a muchos adultos, pero... nadie dijo nada.

Sienna respiró hondo, eligiendo cuidadosamente sus palabras. Sabía que Severus no querría que su intervención se hiciera pública. Además, ella tampoco quería atraer atención innecesaria sobre él. Recordar cómo él la había sacado del peligro la hacía sentir una calidez extraña, pero también un sentido de lealtad y secreto compartido.

—Estaba en medio de la multitud —dijo finalmente—, pero alguien me sacó a un lugar seguro. Me llevó a su casa y me cuidó hasta que amaneció. —Sonrió levemente para tranquilizarlos, aunque evitó dar más detalles—. No es alguien que ustedes conozcan muy bien, pero estaba a salvo. Eso es lo importante.

Harry entrecerró los ojos, claramente insatisfecho con la respuesta. —¿Alguien del Ministerio?

—No exactamente —respondió ella, encogiéndose de hombros para desviar la atención. No iba a dar más información, y ellos parecieron entender, al menos por el momento.

El resto del viaje transcurrió en un ambiente más relajado. Ron se enfrascó en un juego de cartas con Harry, mientras Hermione hojeaba un libro sobre hechizos de protección. Sienna, por su parte, miró por la ventana, recordando cada detalle de la noche pasada: el momento en que Snape la había sujetado del brazo con fuerza, sus miradas intensas, el calor de su abrigo sobre sus hombros... y cómo él había sonreído de manera inesperada en la cocina, al compartir ese instante casi irreal.

Cuando el tren se detuvo en Hogsmeade, Sienna se despidió de los chicos y se dirigió al carruaje que la llevaría de vuelta al castillo. El aire helado de la noche le despejó la mente y, al ver la silueta de Hogwarts a lo lejos, sintió una mezcla de alivio y nostalgia. Era extraño, pero tras todo lo ocurrido, el castillo le parecía más hogar que nunca

Al llegar, los estudiantes fueron guiados directamente al Gran Comedor, donde un bullicio de voces y risas resonaba bajo el techo encantado. Sienna tomó asiento junto a Harry y Hermione en la mesa de Gryffindor, intentando sacudir el cansancio que sentía. El sonido del tintineo de las copas y el murmullo de los estudiantes casi la adormecían, pero de repente, el retumbar de un solo golpe de la mano del profesor Dumbledore hizo que todos se quedaran en silencio.

—Bienvenidos a un nuevo año en Hogwarts —dijo Dumbledore, su voz llena de autoridad y entusiasmo—. Este será un año muy especial. Me complace anunciar que nuestra escuela ha sido seleccionada para albergar un evento tan histórico como emocionante: ¡el Torneo de los Tres Magos!

Las palabras del director se encontraron con un estallido de asombro y emoción. Sienna sintió que su corazón se aceleraba mientras observaba cómo dos enormes puertas al fondo del Gran Comedor se abrían. Entraron, con porte solemne y orgulloso, delegaciones de las escuelas invitadas: Beauxbatons y Durmstrang. Las alumnas de Beauxbatons marchaban con una gracia casi etérea, vestidos en uniformes azul cielo que parecían ondear como nubes. Los estudiantes de Durmstrang, en cambio, caminaban con una fuerza intimidante, sus capas de piel rojiza agitándose a cada paso.

Sienna observó a todos los magos y brujas que desfilaban por el Gran Comedor, con la luz de los candelabros reflejándose en sus expresiones de expectativa y emoción. El ambiente vibraba con la anticipación del evento, y los aplausos resonaron en las paredes de piedra del castillo.

Pero a medida que los minutos pasaban, el cansancio empezó a pesar más y más sobre ella. Las voces y la algarabía de los estudiantes se volvían un murmullo lejano. Se sintió abrumada, fuera de lugar. Así que, mientras la mayoría de los ojos seguían enfocados en los nuevos visitantes, Sienna se levantó con discreción y se deslizó fuera del Gran Comedor.

Los pasillos del castillo estaban vacíos y en penumbra, un contraste con el bullicio del comedor. Sienna respiró hondo, sintiendo el alivio del silencio y la soledad. Caminó sin rumbo fijo, sus pasos resonando suavemente sobre el mármol. No quería pensar en la emoción del torneo ni en las miradas curiosas de sus amigos... Quería recordar la seguridad que había sentido al lado de Severus, la extraña conexión que había surgido entre ellos.

Finalmente, llegó a una pequeña galería con ventanas que daban al patio. La luna brillaba alta en el cielo, y su luz plateada iluminaba las estatuas de los magos que decoraban el corredor. Sienna se apoyó en el marco de una ventana y cerró los ojos, dejándose envolver por el aire fresco de la noche.

—¿Perdida de nuevo, Sienna?

La voz baja y familiar la hizo sobresaltarse. Giró la cabeza rápidamente y se encontró con la figura alta de Severus Snape, apoyado en la pared a unos metros de ella. Vestía su usual túnica negra, y sus ojos oscuros la miraban con esa intensidad que siempre lograba ponerla nerviosa.

—Profesor Snape... —murmuró, enderezándose. Sintió que el calor subía a sus mejillas, pero mantuvo la compostura—. Solo... necesitaba aire.

Snape la observó por un largo momento, sus ojos pareciendo evaluarla. Luego, dio un pequeño paso hacia adelante, sin apartar la mirada.

—Creo haberle mencionado en los diferentes años que llevo conociendola que no debería andar sola por los pasillos.

Ella lo miró, tratando de descifrar el tono en sus palabras. ¿Era preocupación? ¿Irritación? ¿O ambas cosas?

—Lo siento —respondió en voz baja—. Solo necesitaba un momento de tranquilidad.

Él asintió casi imperceptiblemente, y el silencio entre ambos se hizo más profundo, lleno de significados no dichos. Sienna no podía evitar pensar en todo lo que había sucedido en su casa, en esa extraña camaradería que había surgido. Pero también sabía que no debía hacer preguntas, al menos no aquí, no ahora.

—Vaya a su sala común, señorita —ordenó finalmente, su voz más suave de lo usual—. Y trate de no perderse... de nuevo.

Sienna sonrió apenas y asintió, girándose para regresar al camino hacia su sala común de Ravenclaw. Mientras se alejaba, sintió su mirada seguirla por el pasillo hasta que dobló la esquina. Y, por alguna razón, el cansancio ya no pesaba tanto.

Secrets under the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora