22

467 69 8
                                        

Sienna caminaba lentamente por los pasillos oscuros del castillo, dirigiéndose al Gran Comedor para la cena. Habían pasado varios días desde la partida de Lupin, y la ausencia del profesor seguía pesando. Desde entonces, Sienna había evitado cruzar miradas con el profesor Snape, manteniéndose distante y reservada. Sabía que debía asistir a sus clases de Defensa, pero cada vez que lo veía, algo dentro de ella se tensaba, como si un muro invisible la separara de él.

Esa noche, después de la cena, Sienna se permitió un rápido vistazo a la mesa de los profesores. Su corazón dio un vuelco al ver que el asiento de Severus estaba vacío. Sin pensarlo dos veces, se levantó de su asiento y salió del Gran Comedor, caminando decidida hacia el despacho del profesor Snape.

Cuando llegó, se detuvo frente a la puerta de madera oscura, su mano temblando ligeramente antes de levantarla para tocar. El sonido resonó en el silencio del pasillo, y por un momento, Sienna pensó en irse, en evitar esta confrontación que sabía que iba a ser dolorosa. Pero antes de que pudiera decidir, la puerta se abrió.

En el interior, Severus Snape estaba inclinado sobre su escritorio, calificando pergaminos con su habitual expresión severa. Ni siquiera levantó la mirada cuando ella entró, y su voz fría cortó el aire como un cuchillo.

—¿Qué es lo que quiere Grindelwald? —preguntó, sin apartar la vista de los pergaminos.

El tono en su voz hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Sienna. Había algo en la manera en que la llamaba, algo que la hacía sentir pequeña e insignificante.

—Vine a... a mi clase de Defensa —respondió ella con un hilo de voz, intentando reunir valor.

Snape dejó de escribir, y con un movimiento brusco, se levantó de su silla, caminando hasta quedar frente a ella. Su figura imponente la hizo retroceder un paso, y cuando finalmente la miró, sus ojos negros estaban llenos de furia contenida.

—Tus clases, señorita Sienna, terminaron el día en que ayudaste a Black a huir —espetó Snape, su voz baja pero cargada de veneno—. No olvides que no solo traicionaste la confianza de esta escuela, sino que también tuviste la osadía de dejarme inconsciente junto al tonto de Potter.

Las palabras de Snape fueron como un latigazo, y Sienna sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Había esperado una reacción dura, pero no estaba preparada para el dolor que le causaron sus palabras.

—Usted no deja que le expliquen la realidad —soltó Sienna, la voz cargada de frustración—. Sirius es inocente, y lo habría sabido si no estuviera tan cegado por su odio hacia él y hacia Harry.

Snape la miró con ojos entrecerrados, su expresión oscura y peligrosa. Dio un paso hacia ella, su figura imponente y amenazante.

—No me hables de "Sirius" como si lo conocieras. No tienes idea de quién es realmente ese hombre

Sienna no retrocedió, a pesar de la intensidad de su mirada. Su propia molestia estaba creciendo, alimentada por la injusticia que sentía en las palabras de Snape.

—Pero lo conocí lo suficiente para saber que no es el monstruo que todos creen. Usted no quiso escuchar, no quiso entender que Sirius ha estado pagando por crímenes que no cometió.

Snape apretó los labios, sus ojos brillando con furia contenida.

—¿Y qué hay de Lupin? —dijo Snape con un tono cargado de desprecio—. ¿Acaso olvidas que es un licántropo? ¿Que pone en peligro a todos los estudiantes de esta escuela cada vez que se transforma?

Eso fue el detonante. Sienna sintió una ola de ira recorrer su cuerpo, y antes de poder detenerse, explotó.

—¡Lupin fue un profesor que aprecié, que me entendió de una forma que usted nunca lo hará! —gritó, su voz temblando por la emoción—. Él no era un peligro para nadie. Usted es el que no quiere ver más allá de sus prejuicios.

Las palabras parecieron incendiar algo dentro de Snape. En un movimiento rápido, dio otro paso hacia ella, acorralándola contra la pared. Sienna sintió su espalda tocar la fría piedra, pero no desvió la mirada.

—No tienes derecho a hablar de Black y Lupin como si los conocieras de toda la vida —escupió Snape, su rostro a solo unos centímetros del de ella—. Ellos dos eran tan idiotas como su querido amigo Potter, y si crees que alguna vez te dijeron la verdad completa, eres más ingenua de lo que pensé.

El aliento de Snape era caliente contra su piel, y la intensidad de su cercanía la hizo temblar, pero no era solo miedo lo que sentía. Había algo más, algo que la confundía y la enfurecía al mismo tiempo. La mezcla de emociones la desbordaba, pero Sienna no retrocedió. Se negaba a ceder ante él.

—Quizá no los conozco tan bien como usted, pero sé que no son los monstruos que usted insiste en ver —respondió con firmeza, su voz resonando con una fuerza que ni ella sabía que tenía—. Y si eso me hace ingenua, entonces prefiero serlo a vivir con el odio que usted carga.

Snape la miró fijamente, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de emociones que Sienna no pudo descifrar. Durante un momento, pareció que iba a decir algo más, algo que podría cambiar todo, pero en lugar de eso, simplemente se apartó bruscamente, como si el contacto con ella lo quemara.

—Sal de aquí —ordenó con una voz baja y temblorosa, que no dejaba lugar a discusión—. Antes de que diga algo de lo que ambos nos arrepintamos.

Sienna permaneció inmóvil por un instante, respirando con dificultad, antes de girarse y salir del despacho, cerrando la puerta detrás de ella con más fuerza de la que pretendía. Mientras se alejaba, sentía una mezcla de rabia, dolor y algo más, algo que no podía nombrar, pero que la perseguiría mucho después de esa noche.

Secrets under the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora