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El despacho estaba tan silencioso como de costumbre, salvo por Severus Snape, que permanecía de pie junto a su escritorio, con la mirada fija en la puerta que Sienna acababa de cerrar con un portazo. La discusión que habían tenido aún resonaba en su mente, cada palabra un recordatorio de la tensión creciente entre ellos.

El silencio fue interrumpido por el suave chirrido de la puerta al abrirse nuevamente. Esta vez, no era Sienna quien regresaba, sino Albus Dumbledore. El director entró con su habitual calma, sus ojos azules brillando con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Severus —dijo Dumbledore en un tono casi paternal—, parece que la clase de hoy ha sido más intensa de lo habitual.

Snape no respondió de inmediato. Su mirada seguía clavada en la puerta, sus pensamientos oscuros y revueltos. Finalmente, se giró para enfrentar a Dumbledore, su expresión tan impenetrable como siempre.

—¿Ha ocurrido algo que deba saber? —continuó Dumbledore, observando atentamente a su colega.

Severus apretó los labios, su semblante endureciéndose aún más. Sabía que Dumbledore era perspicaz, que podía ver a través de las máscaras que todos intentaban llevar. Pero esta vez, Severus no estaba dispuesto a compartir lo que estaba sucediendo en su interior.

—No es nada que no pueda manejar —respondió finalmente, su voz baja pero firme.

Dumbledore lo observó en silencio por un momento más, su mirada escrutadora pero no invasiva.

—Confío en tu juicio, Severu solo te pido que seas consciente de tus acciones y lo que pueden provocar.

Con esas palabras, Dumbledore se retiró de la sala, dejando a Severus solo con sus pensamientos. La puerta se cerró suavemente tras él, sumiendo nuevamente la habitación en un silencio pesado.

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Pasaron varios días en los que Sienna y Severus no intercambiaron más que palabras estrictamente necesarias durante las clases de Pociones. La distancia entre ellos se había vuelto palpable, como un muro invisible que ninguno se atrevía a derribar. La frialdad en sus interacciones era evidente para todos, pero ambos parecían resignados a mantenerla.

El último día de clases llegó, y con él, un sentimiento de incertidumbre que ambos compartían pero no verbalizaban. Durante la cena de fin de año en el Gran Comedor, Sienna apenas comió, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos. Cuando la cena terminó, fue de las primeras en salir del comedor, sintiendo la necesidad de estar sola.

Caminando por los pasillos en dirección a su habitación, se encontró de repente con Severus, quien parecía haber estado esperando. Su mirada era seria, pero no había hostilidad en ella.

—Sígueme —dijo él, su voz baja pero autoritaria.

Sin pronunciar una palabra, Sienna lo siguió mientras recorrían los fríos y oscuros pasillos del castillo. Caminaban en silencio, el eco de sus pasos resonando en las paredes de piedra, hasta que finalmente llegaron a las mazmorras.

Se detuvieron frente a la puerta del despacho de Severus. Él giró hacia ella, sus ojos insondables, y en ese momento, el silencio entre ellos se volvió aún más denso. Sin embargo, antes de que Sienna pudiera decir algo, Severus abrió la puerta y la invitó a entrar, como si lo que estaba por ocurrir fuera inevitable, algo que ambos sabían que debía suceder. Las sombras en la mazmorra eran profundas, envolviendo a ambos en una oscuridad que prometía respuestas... o tal vez, más preguntas.

—He decidido que no es necesario que continúe con las clases extra de Defensa Contra las Artes Oscuras —anunció Snape, su voz fría y distante.

Sienna lo miró sorprendida, sintiendo una punzada en el pecho. No quería dejar esas clases, no solo porque eran importantes para su formación, sino porque eran una excusa para pasar más tiempo con él.

—Profesor —replicó Sienna, dando un paso hacia él—. No quiero dejar de asistir.

Snape la miró fijamente, con una expresión indescifrable. Ella se atrevió a acercarse un poco más, su mirada buscando la suya.

—La última vez que nos vimos, fue muy duro conmigo —dijo Sienna en voz baja— Pensé que teníamos una relación más cordial.

Snape frunció el ceño, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Era cordial, pero usted y sus patéticos amigos no permitieron que Black fuera condenado al beso del dementor —dijo, su voz cargada de desprecio.

El corazón de Sienna dio un vuelco al escuchar aquellas palabras, pero no quería seguir discutiendo sobre Sirius. No quería que ese tema los separará aún más.

—Por favor, profesor, dejemos eso —suplicó, con un tono casi desesperado.

Snape la observó en silencio por un momento, evaluando sus palabras, antes de asentir lentamente.

—Está bien, no insistiré —concedió, aunque su tono dejaba claro que no había olvidado el tema— Pero sus clases quedan canceladas temporalmente, ahora señorita es hora de que regrese a su dormitorio.

Sienna se giró hacia la puerta, su corazón pesándole en el pecho. Pero antes de salir, se detuvo y se volvió hacia Snape. Sin pensarlo dos veces, se acercó a él y lo abrazó. Sienna sintió cómo Snape se tensaba al principio, pero luego, para su sorpresa, correspondió al abrazo. Fue un gesto breve, pero cargado de una emoción contenida.

—Extrañaba poder hablar con usted —murmuró Sienna contra su pecho.

Snape permaneció en silencio, pero Sienna podía sentir la lucha interna en su interior. Finalmente, él relajó un poco su agarre, permitiéndose unos segundos más en ese momento. Sienna levantó la cabeza y se quedó mirándolo, sus ojos fijos en los suyos. Ambos se quedaron así, inmóviles, mientras sus respiraciones se entremezclaban. Sus rostros comenzaron a acercarse lentamente, como si una fuerza invisible los empujara el uno hacia el otro. Estaban tan cerca que sus labios casi se rozaban cuando Snape, de repente, se apartó. Se alejó de ella con un movimiento rápido, como si el simple contacto hubiera quemado.

—Regrese a su dormitorio, señorita Sienna —dijo, su voz ahora más firme, pero con un matiz que Sienna no pudo identificar.— Nos vemos el próximo año Señorita

Ella asintió lentamente, todavía sintiendo el calor de su cercanía. Sin decir nada más, salió del despacho, dejando atrás a un Snape que, a pesar de todo, no podía sacudirse la sensación de haber dejado escapar algo importante. Severus se acercó a su escritorio y se retranco en él para sentarse.

—¡Por merlín, que me sucedió!—dijo Severus un poco desorientado.

Sienna cerró la puerta y en ella surgió un olor peculiar de hierbas secas, la madera de sándalo y un sutil olor a pergamino. Sienna esbozó una tonta sonrisa y caminó hasta el dormitorio para empacar sus cosas ya que al día siguiente partiría a casa.

Secrets under the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora