Capitulo 19:me gusta pasar más el tiempo contigo.

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El sol se filtraba a través de la ventana de la habitación improvisada en la granja, proyectando una luz cálida sobre el suelo de madera. Carl estaba recostado en la cama, cubierto con una manta, pero su rostro reflejaba la fatiga que sentía. Me senté en una silla cercana, con la vista fija en él, tratando de ofrecer un respiro en medio de todo el caos que habíamos atravesado.

—Carl —dije, suavizando mi tono para no romper la calma—, cuando te recuperes completamente, podríamos ir a dar una vuelta por la granja. ¿Qué opinas?

Carl levantó la mirada, su expresión cansada se suavizó al escuchar mis palabras. Sus ojos, aunque aún afectados por la enfermedad, se iluminaron con una chispa de interés.

—Me encantaría, Thomas —respondió, su sonrisa débil pero sincera—. Este lugar es todo lo que necesitaba.

Miré alrededor, observando la tranquilidad que ofrecía la granja, en contraste con las luchas diarias a las que estábamos acostumbrados. Ver a Carl sonreír, incluso en su estado actual, me daba una sensación de esperanza que no habíamos tenido en mucho tiempo. A veces, los pequeños momentos de normalidad, como un simple paseo por los campos, eran los que nos mantenían en pie. La promesa de esos momentos, de recuperar algo de la vida que conocíamos, era un bálsamo para el alma, tanto para él como para mí.

Encontraron la muñeca de sofia no se si sea buena señal o mala pero todavía no pierdo la esperanza de que la encuentren apesar de que hay pocas esperanzas de que pase eso en el fondo lo se

    
                               Una semana después

La mañana era fresca, y el sol empezaba a calentar el aire en la granja. Me dirigí hacia la habitación donde Carl había estado recuperándose, un balde de maíz en la mano. Estaba listo para darle de comer a las gallinas, una de las tareas que se había vuelto parte de nuestra rutina aquí. Golpeé suavemente la puerta antes de entrar.

—¿Listo para salir, Carl? —pregunté, asomándome a la habitación y viendo cómo se estiraba en la cama, ya enérgico y recuperado.

Carl sonrió y se incorporó con un entusiasmo que hacía tiempo no veía.

—Sí, estoy listo. ¿Qué vamos a hacer hoy?

—Vamos a darle de comer a las gallinas —le dije, dándole una palmada en el hombro mientras me dirigía hacia la puerta.

Justo cuando íbamos a salir, escuché una voz detrás de nosotros. Me di la vuelta y vi a Sophia, que se había acercado corriendo con una expresión de emoción.

—¡Yo también quiero ir! —dijo, con los ojos brillando de entusiasmo—. Quiero pasar tiempo contigo, Thomas.

Miré a Carl, que estaba a punto de responder, y luego me dirigí a Sophia. Quería ser claro pero amable.

—Sophia —dije, agachándome para estar a su altura—, hoy es un día para que Carl y yo trabajemos juntos. ¿Por qué no vas  con los demás o con Sophia ?

Vi la decepción en sus ojos, pero también entendió. Se encogió un poco, pero asentó con la cabeza.

—Está bien —dijo, con un tono bajo pero decidido—. Iré a  con los demás.

—Vamos, antes de que las gallinas empiecen a protestar —le dije, y salimos juntos, disfrutando de un momento de normalidad en medio del mundo que habíamos conocido.

El sol brillaba intensamente sobre el gallinero mientras Carl y yo estábamos ocupados llenando los comederos de las gallinas. La rutina era simple, pero en esos momentos de normalidad encontrábamos una cierta paz.

—Ya casi terminamos aquí —le dije a Carl, mientras echaba más maíz en el suelo para las aves.

De repente, escuché unos pasos ligeros y una voz alegre interrumpió la tranquilidad del lugar.

—¡Thomas! —dijo Sophia, entrando con una sonrisa traviesa—. Pronto te conquistaré. No podrás resistir.

Me giré, un poco sorprendido por el comentario descarado. La vi con esa sonrisa desafiante, como si ya tuviera un plan en mente.

Tuve que contener una sonrisa mientras giraba los ojos en un gesto de exagerada resignación.

—No lo sueñes, niña —le respondí, tratando de mantener un tono firme

Carl soltó una risa ahogada mientras Sophia ponía una mueca de desilusión fingida.

—¡Oh, vamos! —dijo ella, cruzando los brazos—. Eso no es justo.

—Lo siento, Sophia —respondí, mientras volví a concentrarme en el maíz—. A veces las cosas no salen como uno quiere.

Sophia dio una vuelta rápida sobre sí misma, en señal de derrota teatral, y luego se alejó, probablemente para buscar su próxima aventura. Carl y yo compartimos una sonrisa mientras volvíamos a nuestra tarea, disfrutando de la ligera interrupción en la rutina.

—Parece que estás en su lista de objetivos —comentó Carl, con un toque serio  en su voz.
Carl y yo seguimos echando maíz a las gallinas, el sonido de los pájaros picoteando el suelo llenaba el aire. Mientras trabajábamos, no pude evitar pensar en la reciente interacción con Sophia.

—¿Sabes, Carl? —empecé, tratando de que mi voz sonara casual—. En realidad, Sophia no me interesa para nada. Es solo una niña con mucha energía y muchas ideas.

Carl se giró para mirarme, su expresión relajada se transformó en una sonrisa divertida.

—¿De verdad? —preguntó, levantando una ceja—. No me lo esperaba.

—Sí, en serio —le confirmé, mientras limpiaba las migajas de maíz de mis manos—. Creo que, en realidad, me gusta pasar más el tiempo contigo.

Carl me miró con sorpresa, y su sonrisa se volvió más amplia. Había algo en su rostro que decía que apreciaba esas palabras más de lo que esperaba.

—Gracias, Thomas —dijo, con un tono sincero—. A mí también me gusta pasar tiempo contigo.

El silencio que siguió fue cómodo, lleno de una camaradería que había crecido a lo largo de nuestras experiencias compartidas. Mientras las gallinas seguían picoteando alrededor de nosotros, me di cuenta de que esos momentos simples, en los que no había que preocuparse por nada más que alimentar a las aves, eran los que realmente contaban.

—¿Qué te parece si después de esto vamos a ver cómo están los caballos? —sugerí, cambiando de tema—. Podemos arreglar un poco el establo y darles un poco de cariño.

Carl asintió, claramente contento con la idea.

—Me parece bien —dijo—. Vamos a hacerlo.

Mientras nos dirigíamos hacia el establo, me sentí agradecido por la compañía de Carl y por los pequeños momentos que compartíamos. En un mundo lleno de incertidumbre y peligro, esos momentos de normalidad y conexión eran los que nos mantenían en pie, y los valoraba más de lo que podría expresar.

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