Cap. 8

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La mañana estaba fresca, y el silencio de la ciudad apenas era roto por los primeros rayos del sol. Eduardo, con los nervios a flor de piel, sentía que el tiempo apremiaba. Sabía que cada minuto era crucial. Su plan era claro: desaparecer, dejar que el caos se disipara y, con suerte, regresar cuando las circunstancias fueran más favorables. Su mente giraba en torno a la idea de escapar, convencido de que fuera del país podría encontrar refugio y planear su siguiente movimiento.

Con gafas oscuras que ocultaban la tensión en su mirada y ropa casual para no llamar la atención, Eduardo salió de su apartamento. Afuera, su chofer ya lo esperaba, el motor del auto ronroneando suavemente, listo para la huida.

— Vamos ya —ordenó Eduardo, su voz más urgente de lo habitual, mientras entregaba su maleta al chofer. Este asintió rápidamente, cargando la maleta en el maletero antes de subirse al asiento del piloto. Sin perder tiempo, el vehículo arrancó, deslizándose por las calles casi desiertas de la ciudad.

A medida que avanzaban, Eduardo no dejaba de mirar por la ventana, observando el paisaje de una ciudad que quizá no volvería a ver en mucho tiempo. El silencio dentro del auto era denso, cargado de una tensión palpable, mientras el chofer se concentraba en llegar al lugar de despegue lo más rápido posible.

Sin embargo, lo que Eduardo no sabía era que sus movimientos ya habían sido detectados, alguien muy cercano a él había decidido que lo correcto era ya no ser cómplice de sus fechorías.

— Estación de policía —se escuchó la voz firme de una oficial al otro lado de la línea.

— Hola... —empezó la voz femenina, temblorosa— Quiero... Quiero reportar que Eduardo Ferreira planea huir del país. Si quieren detenerlo, deben actuar rápido.

Hubo un breve silencio, seguido por un tono más alerta.

— ¿De qué está hablando? —preguntó la oficial, ahora más seria— ¿Sabe adónde irá?

— Él... —La voz se quebró un poco, pero la mujer se armó de valor— Se irá esta mañana en su jet privado. No regresará, está escapando de... de todo lo que ha hecho.

La oficial de policía tomó nota con rapidez.

— Necesitamos más detalles. ¿Qué aeródromo? ¿A qué hora despega?

La mujer respiró hondo, sabiendo que al decir esto se estaba poniendo en riesgo.

— Aeródromo Montclair. A las siete en punto.

— Gracias por la información. ¿Puede darme su nombre?

Un largo silencio se hizo antes de que la mujer contestara.

— Solo... Hagan lo correcto. —Y con eso, colgó la llamada, sintiendo un nudo en el estómago pero también un alivio.

— Tenemos que movernos —ordenó la oficial a sus compañeros— Alerten a todas las unidades cercanas a la pista de despegue. No podemos dejar que este tipo escape.

Mientras tanto, Eduardo, ajeno a todo esto, caminaba hacia su jet, sintiéndose cada vez más seguro de su plan. Con una sonrisa de satisfacción, subió la escalerilla y tomó asiento en el interior del lujoso avión, con un vaso de whisky en la mano se relajó en el asiento.

El piloto lo saludó cortésmente y comenzó los procedimientos de despegue. Eduardo se reclinó en su asiento, cerrando los ojos por un momento, disfrutando de su aparente victoria.

Pero cuando el jet comenzó a moverse, sintió un leve temblor en su estómago, una intuición incómoda. Abrió los ojos justo a tiempo para ver luces azules y rojas parpadeando a través de las ventanas.

𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐯𝐞𝐧𝐠𝐚𝐧𝐳𝐚 𝐲 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora