Cap. 11

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La conversación con su padre seguía retumbando en la mente de Adrien mientras se encontraba en su oficina, incapaz de concentrarse en el trabajo. Las palabras de Gabriel lo habían herido profundamente, aunque no había dejado que eso se viera reflejado en su rostro frente a él. Se sentía atrapado entre las expectativas de su padre y sus propios sueños, lo que le generaba una presión constante.

Mientras miraba por la ventana, perdido en sus pensamientos, el ruido lejano de Ana, su secretaria, se filtró en su consciencia.

- Disculpe, señor. He llamado varias veces, pero usted no respondió, así que decidí entrar -explicó Ana, sosteniendo un par de carpetas contra su pecho, con una mezcla de nerviosismo y cautela. Adrien, sin embargo, no parecía escucharla.

- Señor... ¿Está bien? -preguntó con preocupación al ver que no reaccionaba.

Adrien parpadeó, sacudiéndose de su trance repentinamente. Sin decir una palabra, tomó su saco del respaldo de la silla, sus llaves del escritorio y el teléfono. Se dirigió hacia la puerta sin detenerse.

- Señor, antes de irse, ¿podría revisar estos documentos y firmarlos? -preguntó Ana apresuradamente, intentando cumplir con su deber.

Adrien la miró con una mezcla de frustración y desinterés.

- No me interesa, Ana. Llévaselos a mi padre o espera hasta mañana -respondió con brusquedad, antes de salir de la oficina, dejando a Ana sorprendida por su inusual tono.

Subió a su auto, sintiendo cómo la rabia y la impotencia seguían burbujeando bajo la superficie. Condujo rápido, como si la velocidad pudiera ayudarle a dejar atrás la sensación de fracaso que su padre le había incrustado. Finalmente llegó a Arqui-Studios Group, el refugio que había construido lejos de las exigencias de Gabriel, aunque nadie sabía que él era el verdadero cerebro detrás de la empresa.

Estacionó en el aparcamiento subterráneo, el silencio del lugar contrastaba con el bullicio en su cabeza. Entró en el edificio con pasos firmes, y fue recibido por Flor, la recepcionista, que como siempre, le ofreció una cálida sonrisa.

- Buen día, señor Adrien, bienvenido -dijo con entusiasmo, pero Adrien solo asintió en reconocimiento, sin detenerse a devolver la sonrisa.

El ascensor tardó unos segundos en llegar. En su interior, Adrien miró su reflejo en las puertas metálicas. Se veía exhausto, emocionalmente agotado. Los números del ascensor avanzaban lentamente hasta llegar al piso de su oficina. Caminó por el pasillo que ya conocía de memoria, hasta la puerta de vidrio opaco que llevaba su nombre grabado discretamente.

Isabela, su secretaria personal, se levantó al verlo acercarse.

- Buenos días, señor -dijo educadamente.

- Dile a Felix que ya estoy aquí. Y, a excepción de él, nadie más debe molestarme, ¿entendido? -dijo Adrien con voz autoritaria, dejando claro que no tenía tiempo para interrupciones.

- Claro, señor. ¿Le pido su almuerzo habitual del restaurante italiano? -preguntó ella, siempre anticipándose a sus necesidades.

- Sí, pasta con salsa Alfredo estará bien -respondió mientras entraba en su oficina y cerraba la puerta tras de sí, deseando solo un poco de paz.

Dentro de la oficina, el diseño elegante y minimalista de su espacio contrastaba con el caos en su mente. La oficina estaba iluminada por amplios ventanales que dejaban entrar la luz natural, pero Adrien apenas lo notaba. Se dejó caer en la silla de su escritorio, exhalando profundamente. El peso de todo lo que había ocurrido con su padre seguía oprimiendo su pecho. Sabía que estaba en el lugar donde realmente quería estar, su empresa, su pasión... pero de la sombra de Gabriel era difícil de escapar.

𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐯𝐞𝐧𝐠𝐚𝐧𝐳𝐚 𝐲 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora