Cap. 4

75 5 2
                                    

Gabriel se encontraba en su despacho, un lugar amplio y elegantemente decorado con muebles de caoba, estanterías llenas de libros antiguos, y un gran ventanal que daba al jardín. Un retrato de Emilie colgaba en la pared, dominando la habitación. Pero Emilie no era solo un recuerdo; estaba viva, compartiendo su vida con Gabriel, lo que hacía sus decisiones sobre Adrien aún más complejas.

Frente a él estaba Enrique, el dueño de una agencia de seguridad privada. Enrique, un hombre robusto de cabello canoso y ojos penetrantes, escuchaba atentamente mientras Gabriel exponía su plan.

— Quedó claro lo que quiero, ¿verdad? —dijo Gabriel con su voz baja y firme, su postura rígida detrás del escritorio.

— Sí, está claro. Pero, ¿estás seguro de lo que me pides, Gabriel? —respondió Enrique, frunciendo el ceño— Prometiste darle independencia a Adrien, y esto... bueno, esto es todo lo contrario. ¿Por qué no dejar que siga su propio camino?

Gabriel se levantó de su silla y caminó hacia el ventanal, observando el jardín. Allí, a lo lejos, Emilie estaba sentada en un banco, leyendo un libro. La escena era tranquila, un respiro en medio de la tensión que Gabriel cargaba constantemente.

— Es por su bien. Adrien ya estuvo al borde del abismo una vez, y fue por una mala decisión, por una mujer que lo manipuló. Casi lo pierdo. Emilie sufrió tanto como yo. No voy a permitir que nadie vuelva a hacerle daño a nuestro hijo, no mientras tenga la posibilidad de protegerlo —dijo Gabriel, sin apartar la mirada de su esposa.

Enrique lo miraba, su expresión endurecida. Sabía que Gabriel hablaba con el peso de la culpa, pero también con la terquedad de alguien que no sabía cómo soltar el control.

— Pero Gabriel, tu hijo ya no es un niño. Tiene derecho a equivocarse, a aprender por sí mismo.

Gabriel se giró bruscamente, clavando sus ojos en los de Enrique.

— No lo entiendes, Enrique. No es solo por él, es también por Emilie. Ella no soportaría verlo caer de nuevo. Yo no soportaría verlo así. Ya hemos pasado por demasiado.

Hubo un momento de silencio entre ellos, hasta que Enrique se aventuró a preguntar lo que había estado rondando su mente.

— ¿Y qué opina Emilie de todo esto? ¿Está de acuerdo con que vigiles a Adrien de esta manera?

El rostro de Gabriel se endureció aún más, y su tono se volvió frío.

— Emilie no sabe nada de esto. Y quiero que siga siendo así —respondió con firmeza— No quiero preocuparla con estos detalles. Ella confía en que todo está bajo control, y así es como debe seguir.

Enrique frunció el ceño, incrédulo.

— ¿No le has dicho absolutamente nada? Gabriel, es su hijo también. Merece saber lo que estás haciendo.

Gabriel se acercó un paso hacia Enrique, su expresión implacable.

— Esto es entre tú y yo, Enrique. Lo que hago, lo hago para proteger a Adrien y a Emilie. No voy a hacerla pasar por el dolor de dudar de su propio hijo. No mientras yo pueda evitarlo.

Enrique suspiró, dándose cuenta de que no había vuelta atrás. Sabía que discutir con Gabriel solo lo llevaría a una pared impenetrable.

— Está bien —dijo finalmente— Pondré a mis mejores agentes para vigilar a Adrien sin que él lo note. Tendrás informes detallados de lo que hace y con quién se relaciona.

Gabriel asintió, aunque su rostro seguía mostrando una tensión contenida.

— Gracias, Enrique. Sabes que lo hago por su propio bien.

𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐯𝐞𝐧𝐠𝐚𝐧𝐳𝐚 𝐲 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora