Cap. 16

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Los días siguientes fueron una danza sutil entre Marinette y Adrien, llena de momentos compartidos que parecían tan simples y naturales para él, pero calculados cuidadosamente por ella. Iban a cenar en pequeños restaurantes, o paseaban por la ciudad iluminada mientras la noche los envolvía. A veces, solo se sentaban bajo el gran roble en el parque, saboreando helado y compartiendo conversaciones ligeras. Para Adrien, cada una de esas salidas era especial, una oportunidad para conocerla mejor, para disfrutar de su compañía y la calidez que emanaba sin esfuerzo. Pero para Marinette, cada instante tenía un propósito claro: acercarse a su objetivo, la venganza contra Gabriel Agreste. Procurado siempre disipar cualquier tipo de sentimiento ajeno a su plan.

Sabía que cuanto más confianza depositara Adrien en ella, más puertas se abrirían, y más información podría obtener. Pero lo hacía con una destreza tan natural, que él jamás sospechaba. Marinette había trazado una línea invisible entre ellos, una barrera que limitaba su cercanía. Sonreía, reía, e incluso permitía algunos momentos de vulnerabilidad, pero siempre desde una distancia calculada, manteniendo su verdadero objetivo intacto. Mientras tanto, Adrien, ajeno a esa barrera, se dejaba llevar por la corriente de emociones que comenzaba a sentir hacia ella.

Cada día, Marinette se recordaba a sí misma quién era y por qué estaba allí. Era la mujer que había construido cuidadosamente una imagen fría, una barrera que la protegía del caos emocional que podría poner en peligro su misión. Cada sonrisa encantadora de Adrien, cada mirada profunda que él le ofrecía, amenazaba con desestabilizar ese control, y cada vez que sentía que su corazón vacilaba, lo sofocaba con pensamientos de venganza, recordándose lo mucho que debía odiar a los Agreste.

Pero a medida que el tiempo pasaba, esa lucha interna se volvía más constante, más difícil de ignorar. A veces, cuando se miraba en el espejo al final del día, no podía entender cómo Adrien, con su naturaleza genuina y amable, había logrado en tan poco tiempo lo que ella había evitado durante años: hacer que sus emociones fríamente calculadas comenzaran a tambalearse.

¿Cómo había logrado atravesar la coraza que tanto le había costado construir? Marinette no podía responder a esa pregunta sin sentir una oleada de frustración. Lo había planeado todo hasta el más mínimo detalle, y sin embargo, Adrien, con su simpleza, había empezado a sembrar dudas en su interior. Era desconcertante. ¿Cómo podía alguien tan sencillo hacerla vacilar de esa manera? No entendía cómo, pero en el fondo sabía que era peligroso. Y lo más frustrante era que, a pesar de todo su esfuerzo, no podía evitar que esos momentos de cercanía, esas conversaciones compartidas, la hicieran sentir... algo.

Cada vez que su corazón se aceleraba ante una sonrisa suya, cada vez que sus mejillas se sonrojaban ligeramente sin que ella lo deseara, se recordaba el motivo por el cual había comenzado todo esto. Gabriel Agreste había destruido a su familia, y ella no descansaría hasta verlo caer. Pero mientras más pasaba el tiempo con Adrien, más difícil le resultaba mantener esa motivación intacta.

Era domingo y el sol de la tarde se filtraba entre las hojas del gran roble, bañando el lugar con una suave luz dorada. Adrien se sentía en paz, algo que no le sucedía con frecuencia, pero estar al lado de Marinette parecía calmarlo. Mientras saboreaban sus helados, él no podía evitar mirarla, pensando en lo diferente que ella era ahora de aquella niña que alguna vez conoció.

A él le agradaba mucho la compañía de Marinette, pasar tiempo a su lado. Ella no solo compartía sus momentos, sino que parecía entenderlo de una manera que nadie más lo hacía.

— ¿En qué piensas? —preguntó ella, devolviéndole la mirada, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos.

— En lo feliz que me siento de que estemos pasando tanto tiempo juntos —respondió Adrien con una sonrisa sincera.

𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐯𝐞𝐧𝐠𝐚𝐧𝐳𝐚 𝐲 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora