Capítulo 30

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Capítulo 30

Caminé hacia mi casa lentamente, sintiendo el peso de cada paso bajo mis pies. La conversación con Mamoru me había dejado con una mezcla de alivio e incomodidad. Era cierto que había cosas que disfruté de lo que ocurrió entre nosotros, pero también me sentí abrumada. Quería explicárselo, contarle todo sobre mi ansiedad y mis miedos, pero... no era tan simple. Aún no podía poner en palabras lo que pasaba dentro de mí, y eso solo aumentaba mi frustración.

Mientras cruzaba la calle, sentí que el aire era más denso de lo habitual. Dentro de mí, el caos no paraba. Al llegar a la puerta de mi casa, me detuve. Mis manos temblaban un poco cuando busqué las llaves en mi bolso, pero antes de poder abrir, el sonido de mi celular me sacó de mi ensimismamiento. Miré la pantalla: era un mensaje del abogado que había leído el testamento de mi padre.

"No olvides la responsabilidad que te ha dejado. Tu hermana te necesita."
El mensaje era conciso, como si sus palabras no cargaran con el peso que yo sentía. Respiré hondo y entré a la casa, sintiendo que todo a mi alrededor se volvía más oscuro. Mi hermana. Apenas la conocía. Solo supe de ella cuando la enfermedad de mi padre se agravó. Era una niña, inocente y frágil. Pero ¿cómo se suponía que podía cuidar de ella cuando ni siquiera podía cuidar de mí misma?

Me dejé caer en el sillón del salón, abrazándome a mí misma, como si ese gesto pudiera darme algo de seguridad. Mi padre me había pedido que cuidara de ella, como si esa fuera su manera de compensar todos los años de distancia entre nosotros. Pero no podía olvidar cómo él me había dejado sola en una casa llena de abusos, cómo nunca se enfrentó a su mujer que me maltrataba, hasta el punto de no creer en mí, o a Zafiro... De solo pensar en él me daba escalofríos. Sus actitudes raras conmigo aún me ponían la piel de gallina.

Miré la lámpara del salón, la que me había regalado Mamoru y sentí un vacío en el estómago, como si ahora mi estabilidad dependiera de él. La luz tenue proyectaba sombras en las paredes, y pensé en cómo esas sombras reflejaban mi vida: fragmentos oscuros de recuerdos y temores, temor de perderlo por no poder enfrentar lo que estaba ocurriendo o no saber como hacerlo ni expresarle a él lo que estaba sintiendo, además del tema de mi hermana. No sabía cómo ser hermana de una niña que nunca había visto crecer. ¿Cómo se suponía que podría brindarle la seguridad que yo misma nunca tuve? Mis manos volvieron a temblar.

—Usa, ¿llegaste? —La voz de Mina me sacó de mis pensamientos. La vi asomarse por la puerta del pasillo, su rostro preocupado. Desde que estaba conmigo siempre estaba ofreciéndome un refugio en momentos de caos, ayudándome a salir de mi zona de confort cuando apenas podía enfrentar el día a día. Sin ella, muchas cosas habrían sido imposibles, en ese momento me sentí agradecida.

—Sí, estoy aquí —respondí, con mi voz un susurro.

Mina se acercó y se sentó a mi lado en el sillón. — ¿Cómo te fue hoy? —preguntó con suavidad, pero vi la inquietud en sus ojos. Sabía que había sido un día difícil: la lectura del testamento, las expectativas que todos parecían tener de mí. También sabía que estaba preocupada por Mamoru, aunque no siempre lo decía directamente.

—Fue... intenso —admití, frotándome las sienes. Sabía que Mina quería que habláramos, pero no estaba segura de si podía lidiar con más emociones esa noche.

— ¿Qué pasa con tu hermana? —preguntó, siempre directa pero cuidadosa. Era una de las pocas personas con las que podía ser completamente honesta, sin miedo a ser juzgada.

Respire profundamente antes de contestar. —No creo que pueda hacerlo. Cuidar de ella, quiero decir. Apenas la conozco, y siento que no estoy lista para ese tipo de responsabilidad. No es justo para ella.

Mina se movió en silencio, sin interrumpir. Sabía que necesitaba tiempo para ordenar mis pensamientos. —No tienes que decidir todo esta noche, pero... quizás puedas hablar con alguien. Algún familiar. No tienes que hacerlo sola.

—Lo sé —respondí, aunque aún sentía ese nudo en el estómago. Sabía que no podía desentenderme por completo de mi hermana, pero también estaba consciente de que, en este momento, no era capaz de darle lo que necesitaba. Tenía demasiado que trabajar en mí misma, demasiadas heridas que sanar.

Mi mente viajó a mi abuela. Ella me había acogido cuando decidí escapar de los abusos en casa. Tal vez podría encargarse de mi hermana, al menos por un tiempo, hasta que yo estuviera mejor. No quería delegar todas mis responsabilidades, pero necesitaba tiempo para curar mis propias cicatrices antes de poder cuidar a alguien más.

Tomé el celular y marqué su número, sintiendo la presión crecer en mi pecho. Era difícil pedir ayuda, pero esta vez sabía que no tenía otra opción.

—¿Usagi? —La voz de mi abuela al otro lado de la línea era cálida, y por un momento, me sentí aliviada.

—Abuela, necesito hablar contigo —dije, tratando de mantener la calma en mi voz. Le expliqué la situación, cómo me sentía incapaz de cuidar a mi hermana en este momento, pero que no quería perder el contacto con ella. Quería ser parte de su vida, pero desde un lugar más seguro, donde pudiera ser un apoyo real y no una fuente de confusión o inseguridad.

Mi abuela escuchaba pacientemente, como siempre hacía. Cuando termine, hubo un silencio breve antes de que ella hablara. —Claro, Usagi. Puedo encargarme de ella. Solo asegúrate de visitarla. No desaparezcas. Ella también te necesita, aunque no lo sepa ahora mismo.

—Gracias, abuela —susurré, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. Era la decisión correcta para ambas, pero no dejaba de doler.

Cuando colgué, Mina me miró con comprensión. —Hiciste lo correcto. Esto no es rendirse. Solo estás siendo honesta contigo misma.

Asentí lentamente, aunque mis emociones seguían revueltas. Sabía que estaba avanzando, pero los pasos eran pequeños, y la ansiedad no desaparecía tan fácilmente. Sin embargo, sentí que, poco a poco, comenzaba a entender que no tenía que hacerlo todo sola.

—Gracias por estar aquí, Mina —dije con un nudo en la garganta.

Ella me dio un leve empujón en el hombro. —Para eso estamos las amigas. Y oye, Kunzite ha estado preguntando por ti. Quiere saber cómo te va.

No pude evitar sonreír ante el intento de Mina de distraerme. —Estoy segura de que solo lo dice por ti —bromeé.

—Quizá —admitió Mina, alzando las cejas con picardía—. Pero igual, le importa. Todos aquí te queremos ver bien, Usa. No estás sola.

Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez no lo estaba y que tenía que hacerle saber a Mamoru que su compañía a pesar de todo también me reconfortaba.

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