Capítulo 4

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Capitulo 4

Las cosas retomaron su curso, como si nada hubiera pasado. Después de aquel día, me sentí mejor, aunque no sabía por qué. Pensaba en ese chico y me encontraba riendo sola. Sin embargo, noté algunos cambios: cubrió sus ventanas, y ya no podía ver más allá de ellas. No sabía si sentirme aliviada o inquieta, ya que eso me impedía saber si él seguía observándome.

Admito que fisgoneaba más de la cuenta, lo hacía siempre que llegaba a un lugar nuevo. Era mi manera de interactuar con los demás sin que ellos se enteraran, pero ahora me encontraba juzgando a alguien por algo que yo también hacía. La diferencia era que yo no me dejaba notar. Además, no es como si lo observara solo a él; simplemente, tuvo la mala suerte de mudarse justo frente a mi casa.

Poco a poco, empecé a salir por las noches al balcón para mirar las estrellas y la luna. Al principio temía ser observada, pero con el tiempo me relajé al ver que sus ventanas estaban bien cubiertas. De vez en cuando, en esos momentos en que miraba por la ventana, veía entrar o salir a la morena y a la pelirroja. Aunque la pelirroja no terminaba de encajar, no podía negar que era una mujer muy atractiva.

Los días se convirtieron en semanas, hasta que llegó diciembre, el mes que más detesto. Es el mes de las "celebraciones en familia", y cada año me siento como el Grinch. Mis dos amigas, las únicas que tengo, siempre intentan animarme, y como de costumbre, se presentaron el primero del mes para darle la bienvenida.

Eran cursis y escandalosas, y esta vez llegaron decididas a convencerme de ir con ellas de viaje para celebrar fin de año. Yo me limité a servirles té y bocadillos, ignorando sus intentos. Cuando vieron que no cedería, me entregaron algunos obsequios; sabían bien que no aceptaría su invitación.

Pasaron las horas y, finalmente, llegó el momento de despedirnos. Una de ellas estaba visiblemente enojada por mi negativa, como siempre. Suspiré al verla salir enfadada. A veces, me siento mal por rechazarla, pero con el tiempo entendí que lo hacía para llamar mi atención.

— No te preocupes, ya se le pasará — dijo mi otra amiga con una sonrisa comprensiva.

— Lo sé, pero no puedo evitar sentirme culpable a veces — admití, un poco avergonzada.

— Hablando de sentirte mal... ¿Cómo has estado, de verdad?

— ¿Viniste de visita o para psicoanalizarme? — intenté bromear, tratando de evitar la conversación.

— No seas así, solo quiero saber si estás bien — insistió, mirándome con esa expresión que siempre usaba para leerme como un libro abierto.

Pensé en lo que había pasado en las últimas semanas, pero no quería hablar de ello. No quería dar más importancia a esos eventos, y sabía que si les contaba, querrían saber más de lo que ni siquiera yo entendía.

Su mirada preocupada me hizo dudar, y justo cuando iba a responder, decidí asomarme por la ventana para asegurarme de que estábamos solas. Lo que vi me dejó helada. ¿Qué hacía ella hablando con él?

— ¿Qué pasa? ¿Por qué no dices nada? — preguntó mi amiga, preocupada por mi repentino silencio.

— ¿Qué está haciendo con ese chico? — pregunté, sin poder disimular mi alarma.

— ¿De qué hablas? — contestó, acercándose a la ventana.

Antes de que pudiera asomarse, la detuve y le rogué con urgencia:

— Por favor, llévatela. No quiero que hable con él... No quiero que le diga nada sobre mí. Sabes cómo es, y no soportaría que se enterara de todo esto.

— ¿Qué chico? ¿Quién es él? — preguntó, confusa y cada vez más preocupada.

— Eso no importa ahora — respondí mientras la empujaba suavemente hacia la puerta. — Prometo contarte todo después, pero por favor, vete antes de que ella diga algo de más.

Finalmente, logré sacarla de la casa y cerré la puerta con rapidez. Luego, me alejé, observando desde la distancia como siempre lo hacía, sintiendo el familiar nudo de ansiedad en mi pecho.

Ansiedad socialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora