Capítulo 38
Después de lo que Mamoru me dijo, mi mente no había dejado de darle vueltas. Siempre pensé que yo era la única que tenía miedo de perderlo, que mi ansiedad, mi incapacidad para expresarme y mis dudas eran lo que ponía en peligro nuestra relación. Pero al escuchar sus palabras, al saber que él también cargaba con un miedo profundo, me di cuenta de algo que nunca había considerado: No era la única que lidiaba con problemas internos.
Había algo casi perturbador en la idea de que Mamoru, siempre tan fuerte, tan seguro, también tuviera miedo de perderme. Y no sólo miedo, sino terror de que yo pudiera terminar como Michiru. Esa comparación me dolía, aunque no del todo por las razones que había imaginado. No me molestaba tanto que me viera como ella, sino que pensara que podría desaparecer, como si fuera incapaz de sostenerme por mí misma.
Pero lo que más me sorprendía, lo que aún no podía procesar del todo, era la idea de que él también estaba lidiando con sus propios demonios. Pensé que yo era la única en esta relación que se sentía al borde del precipicio todo el tiempo, pero ahora sabía que él también estaba luchando.
Mientras me preparaba para salir al gimnasio con Mina, mi mente seguía dando vueltas. Me miré en el espejo por un momento, ajustando la cinta de mi cabello, y me pregunté si alguna vez podría hablar de estos pensamientos tan abiertamente como los pensaba. Sabía que debía intentarlo, que Mamoru merecía escuchar lo que estaba pasando por mi mente, pero las palabras siempre se quedaban atascadas en mi garganta cuando intentaba expresarlas.
Respiré hondo, intenté darme valor, pero en cuanto salí del baño y vi a Mamoru sentado en la cama, revisando su teléfono, toda la confianza que había intentado reunir se desvaneció. Me acerqué y me senté a su lado, en silencio. Él me miró de reojo y sonrió, una sonrisa pequeña pero que trataba de transmitir que todo estaría bien. Yo intenté devolvérsela, aunque por dentro sentía el peso de todo lo que aún no podía decirle.
—¿Estás lista para salir? —preguntó Mamoru, sin levantar la vista de su teléfono.
—Sí, ya estoy lista —respondí en un tono bajo, como siempre hacía cuando me sentía abrumada.
Nos levantamos y salimos de la casa en silencio. El trayecto hasta el gimnasio fue como muchos otros días, estando uno al lado del otro, pero con una distancia invisible entre nosotros. A veces, me preguntaba si él también notaba ese espacio o si solo era algo que yo percibía.
Mina esperaba en la entrada del gimnasio, vestida con su atuendo de oficina, y su energía vibrante resaltaba entre la gente que salía y entraba. Había venido directo después de una reunión de trabajo, y ese brillo en su rostro contrastaba con mi calma un tanto apagada.
Me bajé del auto de Mamoru después de que él dejara un beso suave en mi mano, prometiéndome que nos veríamos más tarde, después de su trabajo. Su gesto era tranquilizador, pero apenas podía sostener el eco de su calidez. Al girarme hacia Mina, ella me recibió con una sonrisa radiante y un abrazo tan fuerte que casi me sacó el aire. Aunque me esforcé por responder con el mismo entusiasmo, solo pude esbozar una sonrisa pequeña, algo tímida.
Mina, al soltarme, frunció levemente el ceño, como si captara de inmediato que algo en mí estaba fuera de lugar.
—¡Usa! —exclamó, mientras me sujetaba ligeramente los hombros con una risa contagiosa, quitándome el bolso deportivo donde llevaba su cambio de ropa —¿Todo bien? —preguntó, mirándome con esos ojos llenos de energía que siempre parecían captar hasta el menor cambio en mi humor.
—Sí... —murmuré, evitando su mirada mientras me apartaba el cabello de la cara.
Ella me miró de reojo, como si supiera que había más detrás de mi respuesta, pero no insistió. Ese era uno de los motivos por los que Mina era mi refugio: Entendía cuándo presionar y cuándo dejar las cosas en paz.
Entramos al gimnasio, y durante un rato, la rutina física me ayudó a despejar la mente. Pero incluso mientras movía las pesas o caminaba en la cinta, las palabras de Mamoru seguían retumbando en mi cabeza.
"Tengo miedo de perderte."
Nunca imaginé que esas palabras vinieran de él. Siempre creí que yo era la débil, la que tenía que aprender a confiar y a dejar de pensar que él me dejaría. Pero ahora entendía que Mamoru también tenía sus propias inseguridades. La diferencia era que él las escondía mejor que yo.
En el coche de regreso a casa, Mina hablaba entusiasmada sobre su nueva novela, pero mis pensamientos estaban atrapados en otro lugar.
—¿Usa, me estás escuchando? —preguntó finalmente, girando la cabeza hacia mí al detenerse en un semáforo. Su mirada curiosa y preocupada me trajo de vuelta.
Parpadeé, sacudiendo la cabeza ligeramente antes de asentir. —Lo siento... es que... estoy pensando en algo.
Mina frunció el ceño y me miró con atención. —¿Qué pasa? ¿Es algo con Mamoru?
Suspiré, sabiendo que no podía evitar hablarlo. Mina siempre lo sabía todo, y aunque normalmente no me presionaba, había momentos en los que yo misma sabía que necesitaba desahogarme.
—Hablamos... —comencé, mi voz temblorosa, como siempre que intentaba poner en palabras lo que sentía—. Me dijo que también tiene miedo de perderme. Que tiene miedo de que yo termine... como Michiru.
Mina me miró con una expresión suavizándose, escuchando con paciencia. —¿Y cómo te sientes con eso? —preguntó, sin indagar más de lo necesario. Era como si en sus ojos ya hubiera la comprensión de alguien que intuía la tormenta dentro de mí, o tal vez después de la cena desastrosa le había hecho un interrogatorio a Kunzite y se estaba reservando la información para "protegerme" igual que lo hacía Mamoru.
—No lo sé... —admití, con las palabras fluyendo lentamente—. Pensaba que solo yo tenía miedo de perderlo, que solo yo me sentía insegura. Pero ahora sé que él también tiene sus propios miedos. Y eso... no sé, me sorprende.
Nos quedamos en silencio por un momento. Mina estacionó el coche frente a mi casa y me miró antes de hablar.
—Es normal que ambos tengan miedo, Usa. Eso nos vuelve humanos. Significa que se preocupan el uno por el otro. Tal vez, en lugar de enfocarte tanto en tus propios miedos, deberías empezar a ver que él también tiene los suyos. Eso podría ayudarles a entenderse mejor.
Asentí lentamente. Tenía razón, pero eso no hacía que fuera más fácil.
—Gracias, Mina —murmuré, agradecida por su apoyo, aunque las palabras seguían atascadas en mi garganta.
—Ya sabes, si en algún momento necesitan espacio... Kunzite me dijo que puedo quedarme con él. —Negué rápidamente, sintiendo una mezcla de culpa.
—No. Me gusta tenerte cerca —respondí, apretando su mano en un intento de agradecerle su apoyo, pero también para recordarme que, aunque sentía que estaba sola, ella siempre había estado ahí. No quería que Mina supiera que le había dicho a Mamoru que me sentía sola... eso seguro la lastimaría, sabiendo que ella siempre estaba para mí.
Mina se echó a reír suavemente y señaló la casa. —Bueno, pronto será toda tuya ¿No? —dijo en un tono ligero, como si intentara distraerme.
—Sí... —respondí, buscando cambiar el tema—. No pensaba quedarme para siempre, pero... Me está gustando estar aquí.
Mina sonrió, con una chispa juguetona en los ojos. —¿Te gusta la casa... o tu vecino? —bromeó, logrando sacarme una sonrisa en medio de la confusión que sentía.
Me reí y sentí el calor subir a mis mejillas. —Solo quiero que el dinero de Kenji sirva para algo... —dije, intentando no revelar demasiado, pero también dejando entrever algo de mí misma. —Me alegra que mi abuela accediera a venderla, así que te puedes quedar todo el tiempo que quieras.
—Siempre que tú quieras, aquí estaré. —Nos quedamos un momento en silencio, dejando que el eco de sus palabras me recordara que siempre podía contar con ella, incluso si había momentos en los que ni yo misma sabía cómo pedir ayuda.
Nos bajamos del coche y caminamos juntas hacia la entrada. Aquella presencia, cálida y tranquila, era lo que más necesitaba en ese instante.
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Ansiedad social
FanfictionUna joven con ansiedad social se encierra en su mundo para evitar el dolor de las relaciones. Su vida transcurre en soledad, protegida por muros invisibles que levantó para no ser herida. Por otro lado, un hombre, impulsado por una curiosidad inquie...