Capítulo 37

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Capítulo 37

El silencio de la noche se sentía pesado, casi tangible. Estaba acostado al lado de Usagi, pero su inquietud llenaba el espacio entre nosotros. Ella no se movía, pero su respiración, un poco irregular, y la manera en que su presencia vibraba me dejaba claro que no podía relajarse. Podía sentirlo en cada fibra de mi ser, pero no sabía qué decirle. Sabía que debía hablarle, que debía enfrentar el tema que flotaba en el aire, pero no encontraba las palabras. No quería hablar de Michiru, no esa noche. Ni siquiera sabía exactamente por qué, solo quería sentir a Usagi cerca, asegurarme de que estaría a mi lado y que ella sintiera lo mismo de mí.

Mi mente se llenaba de la certeza de que Usagi estaba atrapada en sus pensamientos, probablemente reviviendo cada palabra, cada gesto de la noche. Y yo era culpable por no hablar, por no abrirme. Pero en ese momento, mi deseo de tenerla cerca superaba cualquier lógica, cualquier razón. Me moví bajo las sábanas hasta sentir su cuerpo junto al mío, pegado a su espalda. La rodeé con mis brazos con una fuerza suave pero firme, y sentí cómo su cuerpo se tensaba de sorpresa cuando tomaba aire. Un pequeño estremecimiento recorrió su cuerpo, y eso solo me impulsó a acurrucarme más cerca, a apretarla con más fuerza, buscando que nuestra conexión física apagara las palabras no dichas.

Sabía que ella probablemente quería hablar, o al menos que lo intentaba, pero no podía. Tenerla así, tan cerca, me hacía sentir egoísta. Porque, aunque sabía que su mente no descansaba y que yo era la causa de su tormento, no quería soltarla. Era como si, cuando la tenía entre mis brazos, el resto del mundo desapareciera. Nada más importaba. Pero también sabía que la mente de Usagi funcionaba de una manera distinta a la mía. Ella pensaba, analizaba y se quedaba atrapada en sus propios miedos y dudas.

Maldije a Diamante. Por lo que hizo, por lo que dijo, por sacar a relucir a Michiru cuando lo único que quería era proteger a Usagi de ese caos. Sabía que debía contarle todo. Ella merecía saber la verdad, pero no sabía cómo hacerlo sin que se alejara de mí. El solo hecho de pensar en perderla era suficiente para hacer que mi lengua se atara. Michiru no significaba lo mismo para mí. No ahora. Pero ¿Cómo podría explicárselo a Usagi? La historia entre Michiru y yo era complicada, y en parte, yo había sido responsable de lo que ocurrió. No sabía si Usagi podría verlo de otra manera.

En lugar de enfrentar mis miedos, me aferré más a ella. Sentí cómo su cuerpo se estremecía nuevamente en mis brazos, y sin decir una palabra sobre lo que realmente importaba, me incliné hacia su oído y le susurré: "Te amo... déjame sentirte". Mi mano recorrió su cuerpo lentamente, hasta llegar a sus pechos. Los apreté suavemente, como una caricia, y escuché cómo ella soltaba un pequeño quejido, arqueando su espalda hacia mí. Mi deseo de consolarla, de calmar sus miedos, se mezclaba con el egoísmo de querer tenerla solo para mí, aunque fuera por esa noche.

Mis dedos encontraron sus pezones, duros bajo mis caricias, y el sonido de su respiración entrecortada llenó la habitación.

— Te amo— Repetí, mientras comenzaba a besar su hombro y su cuello. Mis manos bajaron por su cuerpo, acariciando su piel hasta llegar a su parte más íntima.

Cuando la toqué, su cuerpo se tensó un poco más —Mamo-chan... — susurró con voz agitada.

—Puedes detenerme cuando quieras— murmuré, sin detener mis caricias. Mis dedos se hundieron más en ella, buscando el placer que sabía que podía darle. Esperé algún gesto de rechazo, pero no lo hubo. Usagi no me detuvo, y yo tampoco lo hice. Me dediqué a ella, a besarla, a acariciarla, a susurrarle lo mucho que la amaba, como si esas palabras pudieran borrar todo el miedo y la duda que colgaban sobre nosotros.

Cuando finalmente alcanzó su clímax, sentí su cuerpo relajarse en mis brazos. No hice nada más después de eso. No importaba satisfacerme a mí mismo, solo quería que ella supiera que la amaba, que estaba allí para ella. La mantuve entre mis brazos, sintiendo cómo su respiración se volvía más suave, hasta que supe que se había quedado dormida.

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