Capítulo 8
— ¿Qué... qué fue todo eso? — Miré incrédula la pantalla del computador. De repente, ese chico había comenzado a hablarme de manera informal, como si me conociera de toda la vida.
Por un momento sentí un escalofrío. No entendía lo que estaba pasando, ya que todo había sucedido demasiado rápido. Ni siquiera tuve la oportunidad de responder; fue como cuando tienes algo en la punta de la lengua, te dejan con la palabra en la boca y se te hace difícil tragarla. Borré los últimos mensajes para evitar a mi molesta amiga y continué con mi trabajo, aunque no dejé de sentirme ansiosa hasta que decidí dormir, el único estado en el que no se puede pensar ni sentir nada.
Al día siguiente, volví a recibir un mensaje con el mismo saludo: "Hola, extraña." Me seguía pareciendo raro, pero ya no me disgustaba. Así que respondí, por cortesía, aunque la conversación se extendió más de lo que esperaba. Semanas después, él seguía escribiéndome, y aunque aún no me sentía completamente cómoda, por educación contestaba. Debo admitir que cada vez me parecía más personal.
El día que me convertí en una completa Grinch había llegado. Sí, la Navidad estaba aquí y yo me encontraba sola en mi casa. Había tomado un largo baño y solo me faltaba un poco de helado para deprimirme e intentar olvidar todo, dedicándome únicamente al trabajo. Ya había comenzado a modelar algunas figuras y casi estaban listas; sería el regalo de Navidad para mí misma. Pero una llamada arruinó mi tranquilidad en Nochebuena.
— Ya te habías tardado, abuela — dije mirando la pantalla de mi móvil y dejándolo sobre el mesón mientras sacaba el helado y buscaba una cuchara. El teléfono dejó de sonar, y al tener todo listo, decidí revisarlo.
Tenía una llamada perdida y un nuevo mensaje de voz. ¿Quién en este siglo deja un mensaje de voz?
— Contacté a Mina y me dijo que está de viaje. Dijiste que estarías acompañada hoy. Debiste venirte conmigo; es un día para estar con nuestros seres queridos.
Miré el mensaje con fastidio. Mi abuela, al igual que mis amigas, era una exagerada. Se supone que era un día para celebrar el nacimiento de Jesús, o eso tenía entendido.
— Eso es un cliché. También hay personas solitarias en el mundo — esbocé con pesar.
No tenía ánimos de hablar con ella, así que solo le envié un mensaje: "Estoy bien, tengo trabajo acumulado. Prometo ir a verte pronto." Dije lo último para calmarla, pero tanto ella como yo sabíamos que tal vez eso no sucedería.
Guardé el teléfono en uno de los bolsillos de mi suéter, tomé el helado y me dirigí a mi estudio. Sin embargo, al salir de la cocina, escuché ruidos provenientes de la entrada. Me detuve un momento, pensando que tal vez era mi imaginación, pero no lo era. Alguien tocó el timbre.
No tenía ni la menor idea de quién podría ser. Era 25 de diciembre y pasaban un poco más de las 12 a.m. La única persona loca para aparecerse así de la nada estaba a cientos de kilómetros. Amy nunca llegaría sin avisar y mi abuela menos, ya que teníamos un trato sobre eso de no presionarme.
Lamí la cuchara con helado, la sumergí de nuevo en el bote y me acercé a la puerta. Miré por la mirilla y lo que vi me dejó pasmada: era él. ¿Qué demonios hacía él en mi casa? Creí que ya me había deshecho de ese ser. Mi corazón dio un vuelco, mi respiración se entrecortó. Retrocedí lentamente con pasos torpes hasta toparme con la escalera, y entonces escuché su voz, esa voz que hacía tiempo no escuchaba y que no deseaba volver a oír, pero ahí estaba.
— Feliz Navidad — dijo, y al fondo se escucharon algunas risas.
Era como si el pasado regresara. Me sentí tan intranquila que, por inercia, dejé caer el bote de helado, revelando mi presencia.
— Hermanita, ya sé que estás ahí. No seas maleducada, ven a saludar.
Estaba paralizada. No es que le temiera a ese idiota, pero él iba acompañado. No sabía qué tramaban. Pensé que ya me había librado de esas personas. Sabía que ya no era una niña indefensa, pero en ese momento estaba sola a altas horas de la noche y no podía hacer mucho.
— Bueno, si no quieres por las buenas, entonces será...
— Encontramos una entrada por la parte trasera — dijo una de las otras voces que se encontraban al otro lado de la puerta.
— ... Será por las malas, hermanita.
— ¿Qué? — me pregunté en un susurro. Miré a mi alrededor buscando qué hacer y solo se me ocurrió subir las escaleras. Llegué al pasillo principal y salí al balcón.
Cerré la puerta corrediza y me apoyé en la pared a un costado, sintiendo que mi corazón iba a salirse de mi pecho. Me asomé para mirar hacia abajo y vi una pequeña sombra moviéndose. Luego escuché una vez más las voces.
— Por fin abren, vamos, búsquenla.
Escuché el cerrar de una puerta y el pánico se apoderó de mí. Habían logrado entrar a mi casa. Por eso no quería vivir aquí. En su departamento eso no hubiera sucedido.
¿Qué podía hacer? Estaba a merced de esos hombres. Mis piernas apenas me respondían y todo mi cuerpo temblaba. Miré a mi alrededor una vez más. Lo único posible era bajar. Negué con la cabeza ante la idea. Caer desde esa altura seguro no sería nada agradable, aunque... Lo pensé de nuevo. «¿Morir por la caída sería peor que quedarme a merced de esos intrusos? Por supuesto que no.»
— Debo hacerlo.
Conté rápidamente hasta diez, ya que no tenía mucho tiempo. Intenté relajarme, pues estaba hecha un manojo de nervios, y comencé a bajar por las enredaderas a un costado del balcón.
Bajaba como podía; nunca había hecho algo así. Entre los nervios, la desesperación y lastimarme por estar descalza, se me estaba complicando. Mi teléfono timbró y me asustó tanto que me dejé caer antes de llegar al suelo.
Me reponía de la caída como podía cuando sentí un golpe en la frente. ¿Él me había atrapado? No pude más; colapsé en ese momento y todo se oscureció para mí.
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Ansiedad social
Fiksi PenggemarUna joven con ansiedad social se encierra en su mundo para evitar el dolor de las relaciones. Su vida transcurre en soledad, protegida por muros invisibles que levantó para no ser herida. Por otro lado, un hombre, impulsado por una curiosidad inquie...