Capitulo 23

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Capítulo 23

Dijo que había decidido nunca volver a su casa, pero logré convencerla de ver a su padre. Al parecer, el trasplante no había funcionado. Aunque ella se resistía, sabía que en el fondo lo deseaba. Solo estaba asustada. Le recordé que no estaría sola, y entonces accedió, aunque no del todo convencida.

Horas más tarde, llegamos al lugar. No tenía ni idea de que perteneciera a una familia tan adinerada. Lo deduje al ver la mansión imponente que se alzaba ante nosotros. Todo el camino transcurrió en un silencio tenso, que preferí no romper para no inquietarla más.

— Te ayudaré a bajar —dije tras estacionar el auto, mi voz rompiendo la quietud.

Abrí la puerta trasera, tomé una sombrilla para cubrirla del sol y rodeé el coche para abrir su puerta. Por fin, rompió su mutismo.

— Espera... No estoy segura de esto —me miró, sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y vulnerabilidad. Siempre solía sonrojarse al mirarme o evitaba mi mirada, pero esta vez no titubeó. Pude ver en su expresión una súplica silenciosa, y supe que no podría dejarla sola.

— Yo tampoco estoy seguro —admití, intentando calmar su inquietud—, pero no quiero que vivas con arrepentimiento. Intenta arreglar las cosas, y si no funciona, él será quien pierda. Perderá la oportunidad de estar con una persona tan maravillosa como tú. Y eso significa que tendrás que pasar más tiempo conmigo. ¿Eso es bueno, no? Al menos para mí lo es —intenté aligerar el ambiente, pero su mirada seria me hizo sentir incómodo—. Solo bromeaba. Vamos, ven.

Extendí mi mano, y ella la tomó con cierto temblor.

Caminamos hasta la entrada de la casa. Justo antes de tocar la puerta, se detuvo. Abrió su abrigo y suspiró profundamente al quitárselo. Había evitado hacer comentarios sobre su atuendo, pero ahora que la veía sin el abrigo, no pude contenerme. Era la primera vez en mucho tiempo que la veía con un vestido, y sus piernas, normalmente cubiertas, estaban expuestas al intenso calor. Pareció darse cuenta de mis pensamientos, porque comentó:

— Este calor... no me deja pensar.

Decidí arriesgarme a hacerla sonreír:

— Te ves hermosa.

— Gracias —murmuró, intentando cubrir sus hombros con su abundante cabello.

Al verla jugar con su cabello, sentí el impulso de acercarme más. Pasé mis manos por detrás de sus hombros, corrí su cabello a un lado, y luego deslicé mis manos por sus brazos, sujetándola suavemente antes de hablar. Sabía que en momentos como este su mente podía divagar, y quería asegurarme de que me escuchara.

— No olvides que estoy aquí por si quieres llorar... o desahogarte.

— ¿Desahogarme?

— Si te hacen sentir enojada.

— Ah... —produjo ese sonido adorable que siempre me hacía sonreír. No pude evitar inclinarme y besarla.

— Para la suerte —dije al separarme, pero para mi sorpresa, ella me devolvió el beso. Fue tan repentino que no tuve tiempo de reaccionar.

— ¿Qué fue eso?

— Para la suerte —repitió, dándome la espalda justo cuando la puerta se abrió.

— Señorita Usagi —la voz de una joven, quizás de la misma edad que Usagi, nos recibió—. Buscaré a mi madre, estará contenta de verla.

Todo pasó tan rápido que no tuvimos ni tiempo de saludar. Nos dejó entrar, y allí nos quedamos, en medio de un inmenso recibidor.

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