Capitulo 10

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Capítulo 10

Olfateaba un olor algo fuerte y escuchaba una voz lejana que me hablaba.

— Oye... Despierta.

Fui abriendo lentamente mis ojos y vio su rostro, era él, era como si despertara y me encontrara dentro de una pesadilla.

— Za... Zafiro... Aléjate de mí. – Grité lanzándole un golpe directo al rostro y no paré aun cuando él trataba de detener mis golpes.

— Calma... Cálmate por favor.

—¡Suéltame, Zafiro!

—No sé de qué hablas, ¡cálmate! —protestó él mientras yo seguía forcejeando. —¡Hey! Mírame.

Me detuvo el rostro entre sus manos, y por fin logré enfocar bien su rostro. Me sorprendí al darme cuenta de que no era el tal Zafiro.

Abrí los ojos con asombro. Aún estaba agitada, respiraba con dificultad y sentí que mis mejillas se sonrojaban al darme cuenta de lo que había estado haciendo. De pronto, dejé de golpearlo, tratando de procesar la situación.

—Sa... Sangre —susurré con dificultad.

El hombre apartó mis manos para tocarse la nariz y vio el líquido rojo que brotaba de ella.

—¡Maldición! —exclamó. Tomó un trozo de algodón de un botiquín y lo presionó contra su nariz.

Yo solo observaba, aún temblando. No tenía idea de lo que había sucedido, de dónde estaba ni quién era ese hombre. Mi mente me gritaba que debía salir de allí, pero mi cuerpo no respondía. La adrenalina acumulada al saltar del balcón estaba comenzando a pasar factura, y el dolor en mis manos, rodillas y pies se hacía cada vez más evidente.

—Listo... Ya dejó de sangrar. Casi me rompes la nariz. Esto fue casi como una caricia; he visto narices rotas y créeme, no es nada bonito.

Mientras él seguía hablando, intenté recordar de dónde había oído esa voz. Subí la mirada y lo reconocí; no era algo común, ya que evitaba mirar a las personas a los ojos. Después de unos segundos, comprendí en qué lugar me encontraba.

Abrí mis ojos con sorpresa y, finalmente, mi cuerpo reaccionó. Me levanté rápidamente del sofá y me dirigí a la ventana que daba al frente de la casa.

—O... oye, ¿qué sucede?

Abrí las persianas con mis dedos, intentando ver a través de ellas.

—¿Estás huyendo de algo o alguien? —preguntó, sin obtener respuesta de mi parte.

—Ven —dijo, sujetando mi mano y llevándome al lugar donde estaba antes. Yo deshice su agarre de inmediato, evitando su mirada.

—Te curaré esos raspones y luego me dirás qué pasa.

«¿Raspones?» me pregunté, al mirar mis rodillas. Ahora entendía por qué sentía dolor. Miré mis manos y también noté raspones.

—No sé qué estabas pensando al lanzarte por el balcón de esa manera.

—¡Ay! —me quejé al sentir el ardor en mi rodilla.

—Lo siento.

Apreté mis labios y cerré los ojos, deseando no tener que decir nada más mientras él continuaba curando mis heridas.

—¡Listo! Ahora tus manos.

Tomó una de mis manos y, al instante, sentí el calor en mis mejillas; la vergüenza era abrumadora. Negué con la cabeza, solté su mano y tomé el algodón que él tenía para limpiarme, evitando todo contacto con él.

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