Reina del hielo
OliviaEl frío mármol bajo mis pies me recordó lo que siempre había sabido: este mundo, mi mundo, nunca me ofrecería calidez. Caminé lentamente por el pasillo en penumbras de la enorme mansión, escuchando solo el eco de mis pasos y el latido constante en mis sienes. Moscú. La ciudad de Nikolay, ahora mi ciudad también. Pero en este lugar, el viento parecía más cruel, como si la propia tierra no quisiera dejarme olvidar lo que soy: una reina por obligación, una prisionera por necesidad.
El matrimonio había sido rápido, calculado. Sin ceremonias privadas, sin palabras vacías de afecto. Una unión destinada a consolidar imperios, a tejer una alianza entre dos familias poderosas. Y aún así, me encontraba aquí, en esta fortaleza que no era mía, preguntándome cuántas de mis decisiones me llevarían a mi propia destrucción o a mi reinado definitivo.
Llegué a la ventana al final del pasillo y me detuve. El cielo estaba nublado, la noche rusa fría, el viento azotando los árboles del jardín bajo mi vista. No podía dormir, no después de la conversación con Nikolay. Sabía que las alianzas eran frágiles, especialmente en un mundo donde la traición era casi un saludo común. Sabía que en algún momento, alguien intentaría debilitar nuestra unión. Mi familia, su familia... incluso Nikolay.
Apoyé la frente en el cristal frío de la ventana, permitiendo que el hielo en mi piel me anclara a la realidad. Nikolay. Mi esposo, en teoría. En la práctica, era poco más que un socio, un depredador tan astuto como yo. A lo largo de la noche, lo había visto observándome, tratando de descifrar quién era realmente. No me sorprendería si dudaba de mi lealtad. No sería el primero en hacerlo. Lo que no sabía es que, en este juego, mi lealtad no era para ningún hombre. No para mi padre, no para él.
Era para mí misma.
Podía sentir la sombra de mi padre desde Italia, sus expectativas y sus advertencias resonando en mi mente. "No confíes en los rusos", había dicho, como si necesitara recordármelo. Pero la verdad era que mi padre me había enseñado una lección mucho más profunda: no confíes en nadie. Ni siquiera en tu propia sangre. Sobre todo en tu propia sangre.
Nikolay, sin embargo, era una enigma diferente. Él no intentaba ocultar lo que era. No fingía ser alguien que no fuera un hombre hambriento de poder. Su franqueza era desconcertante, pero también me ofrecía una ventaja: al menos sabía en qué terreno me encontraba. No había lugar para juegos delicados o estrategias secretas. Cada palabra, cada gesto, era un movimiento en el tablero.
El problema era que él parecía disfrutar de este juego tanto como yo.
Respiré profundamente, apartándome de la ventana y dirigiéndome hacia el dormitorio que ahora compartíamos. El aire en la mansión era pesado, cargado con los secretos de generaciones de hombres que habían manejado la mafia rusa con puño de hierro. El linaje Smirnov no se había construido sobre la suavidad. Nikolay no era una excepción, pero yo tampoco lo era.
Abrí la puerta del dormitorio con cautela. La habitación estaba en silencio, y la figura de Nikolay, dormido, apenas se distinguía entre las sombras. Me quedé en el umbral, observándolo un momento. Su respiración era suave, pero incluso dormido, había una tensión en su cuerpo, como si estuviera preparado para saltar en cualquier momento. El peligro lo rodeaba como una segunda piel.
A pesar de mi desdén por la situación, había algo en él que no podía negar: Nikolay era un líder nato, pero no se conformaba con solo mandar. Él quería gobernar. Y quería hacerlo conmigo a su lado, aunque eso no significara confiar plenamente en mí. Era un hombre consciente de que necesitaba una aliada, no una rival. Sin embargo, sabía que las líneas entre una cosa y la otra podían desdibujarse con facilidad.
Cerré la puerta con un suave clic y me acerqué a la cama. Me senté en el borde, mirando sus facciones relajadas. Era extraño verlo así, casi vulnerable. Casi humano. En nuestro breve tiempo juntos, no había visto debilidad en él, pero sabía que existía. Todo el mundo tiene un punto de quiebre. La cuestión era descubrir el de Nikolay antes de que él descubriera el mío.
Sabía que este matrimonio no sería como el de mis padres. Mi madre había sido una mujer invisible para mi padre, relegada a las sombras mientras él se convertía en el líder de los Mancini. Yo nunca permitiría que eso me pasara. Este matrimonio no me convertiría en una reina de porcelana, sentada en un trono vacío. No, si estaba destinada a ser la esposa del líder de la mafia rusa, entonces también iba a ser su igual. Y si eso significaba caminar sobre hielo delgado, entonces lo haría con la cabeza en alto.
—¿No puedes dormir? —La voz de Nikolay, ronca por el sueño, rompió el silencio.
No me sobresalté. Sabía que estaba despierto, lo sentía. Me giré ligeramente, encontrándome con sus ojos entreabiertos, observándome desde la oscuridad.
—Tampoco tú —respondí, mi voz tan suave como la suya.
—Es difícil dormir cuando hay tantas cosas en juego.
Sonreí, aunque no era una sonrisa alegre. Me levanté y caminé hacia la ventana de la habitación, dándole la espalda. Podía sentir su mirada en mí, como siempre lo hacía. Nikolay no solo miraba; evaluaba, medía, calculaba. Siempre estaba buscando una ventaja, una debilidad que pudiera explotar. Pero eso funcionaba en ambas direcciones.
—La verdad es que siempre hay algo en juego —dije, mirando el horizonte oscuro—. Eso no va a cambiar, ni ahora ni nunca.
Escuché el sonido de las sábanas cuando se levantó de la cama. Se acercó a mí, pero no demasiado. No había afecto en su proximidad, solo una especie de entendimiento. Ambos sabíamos lo que éramos, y quizás eso era lo único que nos mantenía en equilibrio.
—Tienes razón —admitió—. Pero mientras podamos mantener el control, todo estará bien.
Me giré para mirarlo, nuestras miradas se encontraron, desafiantes, pero con un respeto silencioso. Era extraño. En otro tiempo, en otra vida, quizás habría encontrado consuelo en él. Pero no ahora. Ahora, todo era diferente. Cada palabra, cada gesto, era parte de un juego mucho más grande, uno que estaba dispuesta a ganar.
—Tendremos que asegurarnos de que así sea, entonces —dije, mi voz firme.
Nikolay asintió. No había más que decir.
Volví a la cama y me tumbé a su lado, pero aún sentía el peso del poder sobre nosotros. Sabía que nuestras batallas aún no habían comenzado, pero también sabía que cuando lo hicieran, estaría preparada.
Porque al final, en este mundo de traición y poder, solo los más fuertes sobreviven.
Y yo iba a sobrevivir.
Sin importar el precio.
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Espero les guste!! Denle apoyo!!
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Reina de Acero
RomanceEn el despiadado mundo de la mafia, donde el poder y la traición se entrelazan en una danza peligrosa, Reina de Acero narra la apasionante historia de Olivia, la princesa de la mafia italiana, y su matrimonio arreglado con Nikolay Smirnov, el jefe d...