Sombras del pasado
OliviaDesperté antes del amanecer. El frío de Moscú se colaba entre las cortinas pesadas, haciéndome consciente de la helada que se sentía tanto fuera como dentro de la mansión. Nikolay seguía dormido a mi lado, su respiración profunda y constante. A pesar de su carácter duro, había una tranquilidad en su rostro cuando estaba inconsciente, como si, por un breve momento, las responsabilidades y las intrigas que cargaba se disiparan.
Me deslicé fuera de la cama con cuidado, sin hacer ruido. No era una cuestión de amabilidad, sino de necesidad. Sabía que, incluso en su estado más vulnerable, Nikolay estaba alerta. Siempre lo estaba, como yo. Había aprendido con los años que el sueño nunca era del todo pacífico cuando vivías rodeada de enemigos.
Me vestí con rapidez, eligiendo ropa oscura y funcional. No tenía tiempo para los lujos de la moda, no cuando cada segundo podía contar. Hoy había algo importante que hacer, algo que me había rondado la mente desde el día en que pisé Moscú. Si iba a sobrevivir en esta ciudad, necesitaba entender más de lo que sabía. Y para eso, tenía que ir a la fuente más confiable: las sombras.
Salí de la habitación y me encontré con la mansión aún sumida en el silencio. A esa hora, los guardias estaban cambiando de turno, y no habría demasiadas preguntas. Al pasar por los pasillos, mis pasos apenas resonaban en el mármol, un recordatorio de que este no era mi hogar. Nunca lo sería, por más que las alianzas y el matrimonio intentaran fingir lo contrario.
Apenas cruzada la puerta principal, el aire frío me golpeó de lleno. Tomé una bocanada de aire y empecé a caminar. Mis pasos me llevaban a una pequeña iglesia abandonada, en las afueras de la ciudad. Nikolay, como siempre, había hecho sus propias investigaciones, había establecido sus propias conexiones, pero él no conocía a todos los que yo conocía. Y eso me daba una ligera ventaja.
Era una pequeña iglesia ortodoxa, de esas que habían sido abandonadas durante los años de represión, con las paredes deterioradas y la cruz oxidada sobre la cúpula. Era el lugar perfecto para una reunión clandestina. Me deslicé en su interior, donde el aroma de madera vieja y humedad era opresivo. Mis ojos tardaron un segundo en acostumbrarse a la oscuridad, pero sabía que alguien más ya estaba allí.
—Sabía que vendrías —dijo una voz áspera, con un acento pesado que le era imposible ocultar.
Levanté la vista y vi a Sergei, un hombre que había sido parte del círculo de mi padre hace años, antes de desaparecer en las sombras del crimen ruso. Alguien que, para el mundo, ya no existía, pero que seguía moviendo los hilos desde la oscuridad. Un fantasma, como muchos en esta vida.
—Necesito información, Sergei —dije, sin rodeos. No había tiempo para juegos.
Él sonrió, mostrando unos dientes amarillentos que contrastaban con la barba desordenada de su rostro. Parecía disfrutar del hecho de que, después de tantos años, la princesa italiana había vuelto a buscar su ayuda. Pero también sabía que yo no era la misma chica que él recordaba.
—Las princesas de la mafia no suelen pedir, Olivia. Ordenan.
Me acerqué un poco más, manteniendo la distancia justa. Había aprendido hace mucho tiempo que las palabras eran solo una pequeña parte de las negociaciones. Las acciones, la postura, el lenguaje corporal, todo eso contaba.
—Yo no soy solo una princesa. Y no estoy aquí para jugar —repliqué, mi voz tan afilada como una hoja—. Quiero saber quién está conspirando contra mí y contra Nikolay. Hay un traidor en nuestras filas. Alguien que está jugando con ambos lados.
Sergei me miró con detenimiento, evaluando cuánto estaba dispuesta a revelar, cuánto estaba dispuesta a arriesgar. Finalmente, asintió, como si hubiera llegado a una conclusión.
—Es curioso que lo menciones. He oído rumores, susurros en las calles, de alguien dentro de tu círculo cercano. Alguien que ha estado vendiendo información... no solo a los italianos, sino también a los propios rusos. La lealtad en este mundo es un bien escaso, Olivia. Lo sabes tan bien como yo.
—Nombres, Sergei —dije con impaciencia, cruzándome de brazos—. No tengo tiempo para rumores.
—Todo a su tiempo —respondió, alzando una ceja—. Primero, quiero algo a cambio. Ayudar a una Mancini no es gratis.
Lo miré, sabiendo que esto vendría. Nadie en nuestro mundo daba algo sin pedir mucho más a cambio. Pero yo había venido preparada. Metí la mano en el bolsillo de mi abrigo y saqué una pequeña caja de madera. Sergei frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
—La llave a tu libertad —respondí, arrojándole la caja. Él la abrió con desconfianza y vio el contenido. Sus ojos brillaron con una mezcla de sorpresa y codicia.
Dentro de la caja había una antigua cadena de oro con una cruz que pertenecía a una reliquia robada hace décadas de una iglesia en Roma. Sergei había estado buscándola durante años, un símbolo de su propia fe perdida, algo que había llegado a ser más valioso que el dinero o el poder.
—Esto... —empezó a decir, pero lo interrumpí.
—Es suficiente para que me digas lo que necesito saber. ¿O prefieres arriesgarte a que otro lo encuentre antes que tú?
Hubo un momento de silencio mientras Sergei me miraba, calculando su siguiente movimiento. Finalmente, metió la cadena en su bolsillo y se inclinó hacia adelante.
—El nombre que buscas es Ivanov. Un viejo aliado de los Smirnov, pero su lealtad ha cambiado. Ha estado vendiendo información a tus enemigos en Italia, buscando desestabilizar la alianza desde dentro.
El nombre me golpeó como una ola helada. Ivanov era uno de los hombres más cercanos a Nikolay, alguien en quien él confiaba ciegamente. Si Sergei tenía razón, esto no era solo una traición personal, sino una amenaza para todo lo que habíamos construido en estas pocas semanas.
—Gracias, Sergei —dije, dándome la vuelta para salir.
—Olivia —su voz me detuvo justo antes de cruzar la puerta—, ten cuidado. Moscú no es como Roma. Aquí, la lealtad es más peligrosa que la traición.
Lo miré una última vez y asentí. Lo sabía demasiado bien.
Al salir de la iglesia y caminar de vuelta hacia la mansión, la fría mañana rusa me envolvía, pero mi mente estaba más fría que el aire. Había un traidor entre nosotros, y ahora sabía quién era. Pero había algo más importante: ¿cómo iba a decírselo a Nikolay?
Porque, en este juego, no todos los movimientos se hacían en el tablero. Algunos, los más letales, se hacían en las sombras.
———————————————————————————
Hola hola!
Que opinan del traidor? Los amo!!! Denle apoyo!
ESTÁS LEYENDO
Reina de Acero
Roman d'amourEn el despiadado mundo de la mafia, donde el poder y la traición se entrelazan en una danza peligrosa, Reina de Acero narra la apasionante historia de Olivia, la princesa de la mafia italiana, y su matrimonio arreglado con Nikolay Smirnov, el jefe d...