Capitulo 39

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La Lactancia y la Guerra
Olivia

Los días se deslizaban entre el suave ritmo de la vida familiar y la constante preocupación por la guerra que se acercaba. La lactancia se había convertido en una de las experiencias más profundas y conectadas que había vivido. Sentía una mezcla de orgullo y agotamiento cada vez que alimentaba a Anastasia. Su pequeño cuerpo, rodeado por el calor de mi pecho, me recordaba que cada sacrificio que hacíamos estaba destinado a darle un futuro mejor.

La lactancia, aunque natural, no estaba exenta de desafíos. Al principio, me resultaba difícil encontrar el equilibrio adecuado y asegurarme de que Anastasia estuviera recibiendo suficiente alimento. Cada sesión de alimentación era un recordatorio de la responsabilidad que tenía en mis manos. Aunque había momentos de frustración, el simple hecho de ver a mi hija crecer y desarrollarse me daba una inmensa satisfacción.

Durante esos momentos íntimos, con Anastasia en brazos, me permitía dejar de lado un poco la preocupación que pesaba sobre mi mente. Sin embargo, tan pronto como terminaba, la realidad de la inminente guerra volvía a golpearme con fuerza. La tensión en el aire era palpable, y la amenaza de un conflicto que podría desestabilizar nuestras vidas siempre estaba presente.

Nikolay estaba profundamente involucrado en la preparación para la guerra, trabajando incansablemente para asegurar que nuestras defensas estuvieran listas. Sus noches se llenaban de reuniones y estrategias, y aunque trataba de no dejar que el estrés afectara a nuestra vida familiar, era imposible no notar la tensión en su rostro. A veces, me encontraba observándolo mientras revisaba documentos o hablaba con sus aliados, deseando que hubiera algo más que pudiera hacer para aliviar la carga que llevaba.

Las noches eran especialmente difíciles. Aunque Nikolay estaba a menudo en el trabajo, trataba de estar presente en casa tanto como le era posible. La ausencia de sus manos reconfortantes y su voz tranquilizadora durante las largas horas que pasaba cuidando a Anastasia me hacía sentir sola en la batalla constante entre la maternidad y la incertidumbre del futuro. Sin embargo, sabía que él estaba haciendo todo lo posible para protegernos y mantenernos a salvo.

Una noche, mientras estaba sentada en la habitación de Anastasia, dándole el pecho y sintiendo su pequeña mano aferrarse a mi dedo, me permitió reflexionar sobre lo que significaba realmente ser madre en tiempos de conflicto. La fragilidad y la fortaleza se entrelazaban de maneras inesperadas. Cada pequeño gesto de mi hija me daba una razón para seguir luchando, pero también me hacía temer por su futuro.

—No puedo permitir que te falte nada —susurré a Anastasia, acariciando su cabello—. Haremos todo lo posible para mantenerte a salvo y darte un futuro brillante.

Al mismo tiempo, me encontraba pensando en cómo la guerra podría afectar a nuestra familia. Los preparativos que Nikolay y su equipo estaban llevando a cabo eran exhaustivos, y cada nueva información sobre el enemigo nos recordaba que estábamos en una situación crítica. Aunque trataba de mantenerme positiva y enfocada en el bienestar de nuestra hija, el peso de la situación me resultaba difícil de ignorar.

Un día, mientras me encontraba en la sala de estar, revisando algunos papeles que Nikolay había dejado sobre la mesa, noté una serie de documentos clasificados y mapas estratégicos. Aunque sabía que no debía intervenir en su trabajo, la preocupación por la seguridad de nuestra familia me impulsó a revisar lo que había a la vista. Los documentos detallaban las posibles ubicaciones de los enfrentamientos y las estrategias que se estaban considerando para contrarrestar los ataques enemigos.

La lectura de esos documentos me hizo sentir aún más ansiosa. La magnitud del conflicto que se avecinaba era alarmante, y la idea de que podría poner en peligro la seguridad de mi familia era abrumadora. Traté de mantener la calma y no dejar que el miedo me dominara, pero la realidad de la guerra seguía pesando sobre mis pensamientos.

Esa noche, mientras Nikolay regresaba a casa después de un largo día, lo encontré en la sala de estar, tratando de relajarse después de horas de trabajo. Me acerqué a él con una expresión de preocupación, sabiendo que tenía que hablar sobre lo que había estado sintiendo.

—Nikolay —dije suavemente—, ¿cómo va todo? Estoy preocupada por la situación. La guerra parece estar cada vez más cerca, y me temo que no sé si estamos haciendo lo suficiente para proteger a Anastasia y a nosotros mismos.

Nikolay se acercó y me abrazó, su presencia reconfortante en medio de mi ansiedad. —Estamos haciendo todo lo posible, Olivia. Entiendo tus preocupaciones, y no puedo prometer que todo será fácil, pero te aseguro que estamos preparados. Mi prioridad es mantenerte a salvo a ti y a nuestra hija.

—A veces siento que no puedo hacer nada para cambiar la situación —dije, tratando de contener las lágrimas—. Solo quiero que Anastasia crezca en un mundo donde no tenga que enfrentar tanto peligro.

—Lo sé —respondió él, mirándome con una mezcla de amor y determinación—. Y haremos todo lo posible para garantizar que ella tenga un futuro seguro. Aunque no podemos controlar todo, podemos asegurarnos de que nuestra familia esté protegida y de que hagamos todo lo necesario para enfrentar cualquier desafío que venga.

A medida que pasaban los días, tratábamos de encontrar momentos de normalidad en medio de la creciente tensión. Los pequeños momentos de felicidad con Anastasia eran un recordatorio constante de por qué estábamos luchando. Aunque el estrés de la situación seguía presente, el amor por nuestra hija nos daba la fuerza para seguir adelante.

Los días se convertían en una serie de rutinas y ajustes, intentando equilibrar el cuidado de nuestra hija con las crecientes demandas de la preparación para la guerra. Aunque la lactancia era un acto de amor y conexión, también era un recordatorio de la vulnerabilidad que sentía en este momento crítico. Sabía que debíamos mantenernos fuertes, tanto para nuestra familia como para el futuro que estábamos tratando de asegurar.

A pesar de las dificultades y el miedo, la vida seguía avanzando, y cada día con Anastasia era un recordatorio de que había esperanza y propósito en medio del caos. La maternidad me había enseñado a encontrar fuerza en los lugares más inesperados, y a medida que nos acercábamos a los momentos más críticos, me aferraba a la esperanza de que nuestro amor y determinación serían suficientes para superar cualquier desafío que se presentara.

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