Capitulo 38

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Había pasado un tiempo desde el día que recibió una última llamada suya. La tomó por sorpresa porque no se lo esperaba para nada. Hacía tiempo que había reconocido que ese fue un completo desperdició de amor, tiempo y dinero y siguió adelante. Esperaba que, con el pasar de los días, él hubiera tenido el mismo razonamiento y la dejara en paz. Lamentablemente, se equivocó.

Álvaro no solo la llamó esa noche, si no todas las siguientes. Lo que entendió en sus mensajes —porque su ortografía era terrible y su cohesión de ideas dejaba mucho que desear— era que estaba molesto porque había decidido encamarse —esa era la palabra que había utilizado— con un civil. Era tremendo bajón de nivel, decía. ¿Qué tenía en la cabeza? ¿Por ese flacuchento poca cosa lo había dejado?

La veinteava noche, después de escuchar la trillonésima llamada, le contestó.

No ocultó su descontento.

—¿Y ahora qué mierda quieres? ¿No tienes nadie más a quién joder?

—No me cambies de tema —replicó Álvaro. Sus respiraciones profundas y alteradas se entremezclaban con sus palabras. Era un milagro que ese troglodita pudiera hablar. Úrsula tuvo que reconocer que había superado por completo sus expectativas—. ¿Qué le has visto a ese muerto de hambre?

No valía la pena continuar con esa conversación ridícula y lo sabía, pero Úrsula quería enfadarlo. Su única justificación era que quería divertirse un momento. Hacerle la vida miserable a ese hombre, aunque solo fuera por un ratito, retribuiría un poco de todos esos años que perdió a su lado.

—Seguro que te lo puedes imaginar.

—No creo, ah. No lo creo. ¿Qué le viste? ¿Estás haciendo todo esto para ponerme celoso?

—Ni que fueras tan importante —respondió Úrsula. Una carcajada vacía y cruel salió de su boca. En realidad, estaba siendo sincera: no hacía eso por él. Lo hacía por ella. Se le agrío la garganta de recordar y se puso de muy mal humor—. Déjate de joderme.

La respiración agitada de Álvaro la mantuvo en vilo. Cortar era lo más razonable, pero Úrsula no estaba en condiciones de ser razonable y no acabó con la llamada. La respiración furibunda de Álvaro la revitalizaba. Era retorcido y satisfactorio.

—Ya le conté a tu viejo. No le gusta su nuevo yerno, no da la talla.

—¿Y a mí que me importa lo que le guste a ese huevón?

—¿Por qué andas con ese? De verdad te lo pregunto, quiero que me digas la verdad.

Úrsula soltó la carcajada.

—¿Por qué tendría que darte explicaciones a ti? No eres mi marido.

—Soy tu marido.

—Anda báñate, mohoso.

El placer de tener la última palabra le duró muy poco. Después de que tiró el celular a cualquier parte —rebotó en la cama y se cayó al piso haciendo un sonido muy feo, pero no le importó— se quedó completamente a oscuras en su habitación. Las paredes le parecieron inmensas, el techo altísimo. Se sintió minúscula y, sobre todo, sola.

Abandonada. Esa era la palabra correcta.

Más temprano había rechazado dos invitaciones para salir. Eran dos fiestas diferentes, en distintas partes de la ciudad. Fernando había insistido mucho menos que sus amigos. No le importó ese minúsculo, pero significativo, detalle, no se detuvo a pensar en eso. Hasta estaba agradecida de que ese patético intento de hombre la hubiera dejado en paz.

No le atraían ni la idea de escaparse —irse sin avisar— para ir a bailar y tomar y luego regresar para encontrarse cara a cara con un hombre que le reprochaba día y noche haber terminado la relación que —en sus palabras— «le habría dado un poco de estabilidad a su desordenada vida».

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora