Hermione Granger estaba sentada en su oficina en el Ministerio de Magia, rodeada de pilas de pergaminos y libros que apenas había tocado en las últimas horas. El reloj colgado en la pared hacía eco en la habitación vacía, marcando cada segundo que pasaba mientras ella se quedaba allí, inmóvil, mirando el pergamino que había recibido aquella misma mañana. No había duda de que el contenido de la carta cambiaría su vida para siempre. No solo la suya, sino la de todos los magos y brujas de su generación.
El decreto del Ministerio había llegado con la seriedad de una sentencia, y nadie había visto venir un golpe de esa magnitud, ni siquiera Hermione. Sabía que el Ministerio estaba intentando restaurar el equilibrio después de la guerra, que las familias mágicas se habían reducido, que muchas vidas se habían perdido y que el futuro de la comunidad estaba en juego. Pero jamás habría imaginado que el gobierno llegaría a esto.
La Ley de Matrimonios Concertados por la Magia no solo afectaba a los nacidos de familias mágicas, sino también a aquellos nacidos de muggles, como ella. Hermione sintió que su corazón se encogía mientras leía las líneas otra vez, buscando algún detalle, una cláusula escondida, una escapatoria. Pero todo estaba claro:
En virtud de la Ley Mágica número 845, promulgada con carácter urgente para asegurar la continuidad del linaje mágico y la preservación de la magia misma, todas las personas entre los 18 y los 35 años deberán contraer matrimonio en un plazo no mayor a seis meses. La magia ha hablado, y el Ministerio actuará como su ejecutor. Los emparejamientos serán determinados por compatibilidad mágica, y la desobediencia será tratada como una violación grave de las leyes mágicas.
La magia ha hablado.
Esas palabras le retumbaban en la cabeza una y otra vez. ¿Cómo era posible que la magia pudiera decidir algo tan personal? Hermione, quien había pasado años estudiando y comprendiendo los mecanismos del mundo mágico, nunca había oído de un fenómeno así. Y sin embargo, aquí estaba: un decreto del propio Ministerio, respaldado por las máximas autoridades mágicas y, aparentemente, por la magia misma.
De repente, el aire en la sala pareció volverse pesado, y un sonido conocido interrumpió sus pensamientos. El "pop" suave de alguien apareciéndose en su oficina. No necesitó mirar para saber quién era.
-Lo has recibido, ¿verdad?- dijo Harry Potter en voz baja. Había estado esperándolo, y por eso no le sorprendió verlo allí, con su característico cabello desordenado y su expresión llena de preocupación.
Hermione levantó la vista lentamente, y sus ojos se encontraron con los de él. En su mano, Harry sostenía un pergamino idéntico al suyo, con la misma tinta dorada brillando ominosamente en la superficie. Asintió en silencio, su garganta seca. No había necesidad de palabras. Sabían exactamente lo que significaba.
-Nos han elegido- murmuró Harry, como si aún no pudiera creerlo. -Nosotros... juntos.
Hermione soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo. Era absurdo. Ellos, Harry y ella, habían sido compañeros de batalla, habían compartido aventuras que nadie más podía comprender, pero el matrimonio... eso era otra cosa.
-Esto es una locura- dijo Hermione, rompiendo el silencio con un susurro furioso. Sus manos temblaban ligeramente mientras dejaba el pergamino sobre su escritorio. -No podemos simplemente aceptar esto. No pueden... no pueden decidir por nosotros.
-Lo sé- respondió Harry, acercándose más, con la mirada cansada. -Pero el decreto... parece que hay algo más. Algo que no podemos ver. Dicen que la magia lo ha decidido, y eso me preocupa. ¿Qué pasa si intentamos resistirnos?
Hermione lo miró, tratando de mantener la calma. Harry había enfrentado cosas que habrían destruido a cualquier otro, pero había una sombra en sus ojos que la preocupaba. Algo más allá de la ley, más allá del papel.
-No puedo creer que después de todo lo que hemos pasado, ahora el propio Ministerio esté jugando con nuestras vidas- continuó Hermione, caminando alrededor de su escritorio con pasos rápidos. -Todo esto suena demasiado... calculado. Como si la magia hubiera sido manipulada para justificarlo.
Harry asintió, aunque parecía absorto en sus propios pensamientos.
-Sabes, Hermione, cuando leí esto por primera vez, pensé que había sido un error. Que quizá alguien del Ministerio estaba intentando algo. Pero luego, hablé con Kingsley... y él lo confirmó.
-¿Kingsley?- Hermione se detuvo en seco. Kingsley Shacklebolt era uno de los magos más respetables y honestos que conocían. Si él estaba apoyando esta ley, algo muy grave debía estar en juego.
Harry asintió.
-Dijo que es un intento desesperado para salvar lo que queda del mundo mágico. No solo somos nosotros, sino toda una generación que está siendo afectada. Muchas familias mágicas se están desvaneciendo. Y parece que hay... algo en la magia misma que se está debilitando.
El corazón de Hermione dio un vuelco. Había rumores, claro. Después de la guerra, la magia en ciertos lugares se había vuelto inestable, y muchos creían que la destrucción de los horrocruxes había dejado cicatrices en la propia magia. Pero esto... era diferente. ¿Qué tipo de presión estaba ejerciendo la magia sobre ellos?
-Harry, esto no es justo. Ni siquiera hemos tenido tiempo para procesar lo que ocurrió en la guerra. ¿Y ahora... esto?- Su voz temblaba con una mezcla de frustración y desesperación.
Harry dio unos pasos hacia ella, hasta estar a su lado.
-Lo sé. Pero si la magia está detrás de esto... ¿qué podemos hacer? ¿Qué pasa si resistimos? Podríamos estar enfrentándonos a algo peor.
Hermione sintió un nudo en la garganta. Siempre había creído en la justicia, en luchar por lo correcto, pero ahora estaba atrapada en una red de fuerzas que no comprendía del todo.
-No quiero perder mi libertad, Harry. Luchamos por ella... y ahora parece que estamos siendo arrastrados de nuevo a algo que no podemos controlar.
Él la miró con empatía, sus ojos verdes llenos de una tristeza silenciosa.
-No lo haremos solos, Hermione. Hemos superado cosas peores. Si esto es lo que se necesita para mantener la magia viva, encontraremos una manera de hacerlo... pero a nuestro modo.
-¿Nuestro modo?- Hermione arqueó una ceja, tratando de sonreír, aunque no lo sentía del todo.
Harry le devolvió una sonrisa pequeña, pero genuina. -Sí. Siempre lo hemos hecho así.
El silencio que siguió no fue incómodo. Era el tipo de silencio que solo podían compartir dos personas que se conocían tan bien como ellos. Un silencio que hablaba de confianza, pero también de miedo a lo desconocido.
La realidad del decreto seguía colgando sobre ellos, ineludible. La magia había decidido, y ahora les correspondía a ellos decidir cómo enfrentarse a ello. Porque aunque la magia fuera poderosa, Harry y Hermione sabían que la voluntad humana era lo único más fuerte que cualquier hechizo.
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Unidos Por la Magia
RomanceLuego de la guerra, dos años exactamente, el ministro de magia lanzó una nueva ley, ley que se basa en "Matrimonios Concertados" por la magia. Nunguna persona que tenga de 18 a 35 años que no esté casado queda exento de esta ley. Todos tienen el deb...