Omen - the prodigy
Esa noche de tormenta se sentía distinta. Era como si las sombras de la casa fueran más largas, más amenazantes. Richard y sus amigos de la selección colombiana habían venido a pasar una velada tranquila en mi casa, pero la tormenta, el apagón y... mi vieja baraja de tarot terminaron dándole un giro oscuro a nuestra reunión. Todos estábamos en la sala, rodeados de velas, mientras los truenos sacudían los muros.
Yo, sentada al lado de Richard, notaba que sus ojos iban de las cartas a mí. Su mirada contenía una mezcla de curiosidad y cautela. "¿Vos creés en esas cosas, Vale?" Me preguntó, ladeando la cabeza con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar el escepticismo.
Le expliqué lo que había aprendido del tarot y de cómo no se deben leer para los amigos. Carrascal rió y bromeó: "¡Ay, pues, mami, miedo a unas carticas!" Aunque no me gustaba la idea, sus bromas y las risas del grupo terminaron por convencerme.
Me coloqué en el centro, respiré hondo y tomé el mazo. Uno a uno, cada jugador de la selección sacó una carta. A Luis Díaz le salió la carta del "Ahorcado", y me estremecí al ver su cara de susto. Jorge Carrascal sacó "La Torre", y Richard murmuró en voz baja que mejor dejáramos de jugar. Sin embargo, todo empeoró cuando él sacó "La Muerte". La tensión se volvió palpable en el aire. Intenté tranquilizarlo, asegurándome de que no significaba una muerte literal, pero en ese instante, el silencio fue roto por un estruendo.
Las luces se apagaron de golpe, dejando la sala envuelta en penumbras. Solo se escuchaba la lluvia y los relámpagos iluminaban de vez en cuando el rostro de los demás, todos visiblemente tensos.
—¿Eso era parte del show, Valeria? —preguntó Borré con una risa nerviosa.
—No, yo... yo no hice nada —respondí, mirando a mi alrededor con un nudo en la garganta.
Antes de que pudiera decir algo más, sentimos un golpe seco en la puerta principal. Todos nos miramos en silencio, y Richard se puso de pie, su expresión había cambiado de la burla a la preocupación. Se acercó a la puerta, pero apenas alzó la mano para abrirla, un viento frío nos recorrió como si alguien hubiera abierto una ventana al infierno.
En el suelo, las cartas se movieron solas. Una figura comenzó a formarse: "Traición", "Peligro", "Muerte", "Amor". La luz de una vela se apagó, y entonces la vi. Una figura, alta y encorvada, parecía surgir desde una esquina de la sala. Era como si la oscuridad misma hubiera tomado forma. Su rostro era una mezcla de sombras y terror, sus ojos rojos brillaban, y su boca dibujaba una sonrisa grotesca.
—¡Valeria, salí de ahí! —gritó Richard, tomándome de la mano y llevándome hacia los demás.
El resto de los chicos se levantaron de sus lugares, algunos retrocediendo, y otros mirando alrededor buscando algún tipo de explicación racional. Pero entonces, una risa profunda, inhumana, resonó en la sala, llenando el aire de un olor a azufre y muerte.
—¿Qué es eso? —susurró Luis Díaz, su voz apenas audible. Todos mirábamos paralizados cómo la figura se acercaba lentamente, su andar era lento pero decidido.
—No se acerquen a ella... no la miren a los ojos —murmuré, recordando algo que había leído sobre las entidades del tarot.
Pero Carrascal, que estaba en shock, no obedeció. En cuanto cruzó su mirada con aquella figura, sus ojos se tornaron en blanco y cayó al suelo, como si la vida se le hubiese escapado en un instante. Todos gritamos, horrorizados, mientras él yacía inmóvil.
—¡Jorge! —gritó Richard, intentando acercarse, pero un golpe invisible lo lanzó contra la pared.
Yo corrí hacia Richard, que estaba en el suelo, adolorido pero consciente. Me aferré a él, y con una mirada que mezclaba miedo y determinación, me susurró: