Telepatía - Kali Uchis
Quién lo diría
Que se podría hacer el amor por telepatía
La luna está llena, mi cama vacía
Lo que yo te haría
Si te tuviera de frente, la mente te la volaría
De noche y de día, de noche y de díaMe mandaron a llamar de mi oficina porque al parecer Mojica se había lastimado la rodilla entrenando.
Cuando llegué, James se acercó con una sonrisa burlona.
—Fisioterapeuta, Mojica se está muriendo —dijo entre risas, y yo no pude evitar reírme también.
Busqué a Mojica con la mirada y lo encontré tirado a un lado de la cancha. Me acerqué a él y me puse a su lado, ayudándolo a mover la rodilla. Lo que tenía era un calambre, solo que estaba exagerando. Le masajeé la pierna, y mientras lo hacía, de repente sentí un balonazo directo en la nariz.
—¡Mierda! —susurré, poniéndome de pie con una mano en la nariz.
—¡Lo siento, marica, lo siento! —Lucho vino corriendo hacia mí, con cara de preocupación.
—No pasa nada —le contesté, pero la sangre ya me estaba bajando sin parar. Caminé hacia los camerinos en busca del botiquín, tratando de no hacer un desastre.
Al entrar, lo vi: ahí estaba Richard, quien acababa de llegar tarde, como siempre. Sin decir nada, fui hasta donde guardábamos el algodón y el alcohol para limpiarme, pero al voltear, él me miraba, serio, con una ceja alzada.
Sin esperar respuesta, se acercó a mí lentamente, sus chanclas resonando en el piso, y extendió su mano para tomar el algodón de la mía.
—Ven, yo te ayudo —dijo en voz baja, tomando mi mano con suavidad y acercándome un poco más hacia él.
Con cuidado, me levantó el mentón para calmar la sangre, pasando el algodón con esa mezcla de firmeza y suavidad que hacía que el dolor fuera casi soportable. Al sentir que presionaba demasiado, solté un pequeño quejido y lo agarré de las muñecas, buscando aliviar el dolor.
Lo que hacía esto extraño era que Richard y yo... una vez, en una fiesta, nos habíamos besado. Y después de esa noche, simplemente dejamos de hablar. Era como si, en el mundo de cada uno, el otro hubiera desaparecido. Y ahora, aquí estaba él, a centímetros de mi cara, con esa misma expresión que recordaba de aquella noche.
Su mirada bajó un instante a mis labios y luego volvió a mis ojos. —¿Desde cuándo tan delicada? —bromeó, aunque su tono era suave, casi íntimo.
Intenté no dejarme llevar. —No soy yo la delicada... fue un balonazo
Sonrió, esa sonrisa de lado que siempre me sacaba de quicio, y sus ojos brillaron con un desafío conocido. —estoy seguro que Fue Lucho quien te dio el balonazo —replicó, sin soltar mi mentón, manteniéndome así, como si prolongara el momento a propósito.
La sangre ya había dejado de fluir, pero él no parecía tener prisa por soltarme. Sus dedos descansaban en mi mejilla, acariciándola apenas, como si buscara una excusa para quedarse.
—¿Sabes? Aún me debes uno —murmuró, bajando el tono.
—¿Uno qué? —pregunté, aunque mi corazón latía fuerte, como si ya supiera la respuesta.
Su mano en mi mejilla deslizó el pulgar cerca de mis labios. —Un beso... para balancear las cosas, ¿no?
El silencio entre los dos decía mucho más que las palabras, y de repente, su rostro se acercó unos milímetros más, manteniendo la tensión que parecía electrificar el aire entre nosotros.
Ahí, en ese momento, lo único que pude hacer fue mirarlo, atrapada en esa mirada que me hacía recordar cada instante de aquella noche, y que me hacía dudar si quería que el momento terminara o simplemente dejarnos llevar.