Mónica Carrillo caminaba con paso silencioso, la respiración contenida, mientras terminaba de preparar la cena. Sabía que Javier llegaría pronto, y que era crucial tener todo perfecto. Había días en que podía prever su estado de ánimo, pero hoy no era uno de esos. Sentía el peso de una sentencia a punto de caer, una tensión que le hacía temblar las manos mientras colocaba los platos en la mesa.
Javier entró en la cocina, y Mónica sintió cómo su estómago se encogía al verlo. Él le dedicó una mirada dura, y después observó la casa, como evaluando cada detalle.
—Voy a vender tu auto la próxima semana —anunció Javier de manera repentina, sin apenas mirarla.
Mónica sintió un golpe en el pecho, y por un instante, el miedo dio paso a la sorpresa.
—Pero… el auto me permite llevar a los niños a la escuela, hacer las compras… —respondió con cautela, tratando de no sonar desafiante.
Javier la interrumpió, su tono gélido y sin lugar a réplica.
—Considera esto un castigo —dijo, con una sonrisa amarga—. A ver si aprendes a criar a un hijo de verdad.
Mónica supo inmediatamente a qué se refería: a Pía, o Mateo, como él insistía en llamarle. Aquella afirmación la hirió, pero tragó su indignación. Sabía que discutir solo haría las cosas peores, y su hijo terminaría pagando el precio.
La cena continuó en silencio hasta que Javier habló de nuevo, cambiando su tono por uno más suave al dirigirse a su hija menor, Sara, de apenas dos años y medio.
—¿Dónde está mi princesa? —preguntó con una sonrisa que Mónica rara vez veía en su rostro.
Sara corrió hacia él, y Javier la levantó en brazos con ternura, un contraste doloroso para Mónica y Pía, que veían la diferencia en cómo trataba a cada uno de sus hijos. Javier adoraba a Sara, la colmaba de caricias y sonrisas, la llamaba su princesa y le compraba pequeños regalos. Con ella era un hombre distinto, un padre amoroso y atento, mientras que con Pía apenas mostraba más que desdén y rechazo.
Después de cenar, Javier dejó a Sara en su habitación, donde ella jugaba feliz. Luego se dirigió al cuarto de Pía, quien, para ese momento, se encontraba vestida con una falda y una camiseta que reflejaban su identidad. Había intentado maquillarse sutilmente, aunque no era algo que soliera hacer en casa por miedo a su padre. Sin embargo, esa noche, quizá impulsada por el deseo de expresarse, se había atrevido.
Javier abrió la puerta sin tocar y se detuvo al ver a su hijo así.
—¿Qué es esto? —dijo con una voz gélida, sus ojos entrecerrados de desprecio—. ¿En qué te estás convirtiendo?
Pía bajó la cabeza, y sus manos temblaron mientras se retiraba hacia un rincón de la habitación, sin saber cómo responder. Mónica, que había llegado a la puerta, se apresuró a intervenir, sintiendo la necesidad de proteger a su hijo.
—Javier, por favor… está tratando de expresarse. No es algo malo… —susurró, con una voz suplicante.
Javier la miró con una furia contenida y luego regresó la vista a Pía.
—Expresarse, ¿eh? ¿Te parece normal que nuestro hijo se ponga… esto? —levantó una mano en un gesto de desprecio hacia la ropa de Pía—. Todo esto es culpa tuya, Mónica. No sabes ponerle límites.
Pía se encogió ante esas palabras, y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Mónica sintió que su corazón se rompía al ver la tristeza de su hijo, la soledad que irradiaba y el dolor de ser rechazado por su propio padre. Se acercó a Pía y la abrazó, tratando de transmitirle un poco de calidez en medio de la frialdad de Javier.
—Todo estará bien, Pía… —le susurró Mónica al oído, aunque dudaba de sus propias palabras. Sabía que no podía proteger a su hijo mientras continuaran bajo el mismo techo que Javier.
Javier observó aquella escena con desprecio antes de girarse y salir del cuarto, dejando tras de sí un silencio denso y pesado. Mónica continuó abrazando a Pía, quien sollozaba en su regazo. Sentía la desesperación y la impotencia arder en su pecho. No podía seguir viendo cómo su hijo sufría de esa manera, atrapado en una situación que los consumía a ambos poco a poco.
Al final de la noche, mientras Mónica se sentaba sola en el sofá, su mente comenzó a recorrer pensamientos que nunca antes había tenido el valor de enfrentar. Un anhelo de libertad, una visión de una vida lejos de los constantes ataques y del control de Javier. Se imaginó a ella y a sus hijos en un lugar donde Pía pudiera vestirse como quisiera, sin miedo, y donde Sara creciera sin tener que presenciar aquella tensión que oscurecía su hogar.
Con cada pensamiento, la esperanza crecía en su interior, aunque también la incertidumbre. Sabía que el camino no sería fácil, pero esa noche algo cambió dentro de ella: por primera vez, se permitió soñar con una salida, con la posibilidad de construir una nueva vida para ella y sus hijos.
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Flor🌹
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Confianza en el Abismo.
FanfictionConfianza en el Abismo relata la historia de un mundo alternativo donde Vanesa Martín es una abogada feminista y defensora de los derechos humanos, y Mónica Carrillo, una madre atrapada en una relación abusiva. Vanesa, marcada por su propio pasado d...