Capítulo 27: La Nueva Realidad

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Vanesa sintió el peso de las palabras de Mónica inundarla desde dentro. Todavía estaba débil, pero en aquel instante, al ver la mirada sincera de Mónica, se sintió más despierta que nunca. Entre ellos, el silencio de un momento contenía más significado que cualquier palabra. Vanesa apenas susurró:

—¿En serio estás enamorada de mí?

La respuesta de Mónica no tardó. La mirada era clara y sin titubeos, llena de una honestidad desbordante.

—Sí, Vanesa. Estoy enamorada de vos. No hay duda —le respondió con un susurro quebrado, una confesión que se colaba en la habitación como un suspiro cálido.

Mónica no apartó su mirada; solo dejó que sus palabras flotaran en el aire entre las dos. Sin esperar respuesta, se inclinó suavemente hacia Vanesa, acercándose con la ternura que se reserva para lo más frágil. En aquel gesto no había prisa ni dudas; era un acto de profunda sinceridad, un beso que parecía curar tanto como doler. Fue un roce leve, apenas un susurro de labios, pero para Vanesa significó el mundo entero. Era como un ancla en medio de la tormenta, la prueba de que todo lo que había sentido y callado finalmente se encontraba en el exterior, manifestado en aquel beso.

Las lágrimas rodaron por el rostro de Mónica, como si en aquel simple acto de amor se liberaran meses de sentimientos guardados. Vanesa, aún débil, sintió cómo esas lágrimas rozaban su piel, y supo en ese momento que todo sería distinto de aquí en adelante.

Después de aquel momento íntimo y lleno de silencios que hablaban por sí mismos, Mónica se separó un poco, acariciando suavemente la mejilla de Vanesa antes de decir:

—Voy a buscar a las enfermeras. Necesitan saber que estás despierta.

Vanesa apenas pudo asentir, viendo cómo Mónica se alejaba, dejándola en la habitación que ahora le parecía distinta. Ya no era un cuarto hospitalario frío, sino un refugio cálido, lleno del eco de confesiones y de un amor que la abrazaba incluso en los momentos más oscuros.

Poco después, el médico llegó para revisar a Vanesa, acompañado de enfermeras que se movían a su alrededor como en un ritual bien ensayado. La revisaron, evaluaron sus reflejos, hicieron preguntas, mientras ella respondía con la mayor energía que podía reunir. Tras varios exámenes, los resultados finales no demoraron en llegar: Vanesa había sufrido una pérdida en la movilidad de su lado izquierdo debido al golpe en la cabeza. Necesitaría una rehabilitación extensa para intentar recuperar su fuerza.

Aquella noticia cayó sobre ella como un jarro de agua fría. El miedo se deslizó por su mente como una sombra, proyectando escenarios en los que nunca volvería a ser la misma. Sus pensamientos empezaron a tambalearse; imaginaba una vida en la que su cuerpo ya no le respondiera de la misma forma. Sintió que aquella certeza de su incapacidad era como un abismo que se abría frente a ella, una limitación que parecía consumirla.

Pero entonces, la voz de Mónica volvió a traerla de vuelta. Se acercó a ella con la misma seguridad de antes, como si nada en el mundo pudiera hacerla retroceder. Tomó su mano y la sostuvo con una ternura firme, mirándola a los ojos con determinación.

—Voy a estar a tu lado en cada paso, Vanesa. Podés vivir en mi casa mientras te recuperás. Yo quiero ayudarte, cuidarte. Ahora es mi turno cariño! —Y al decirlo, la firmeza de sus palabras contrastaba con la suavidad de su voz, como una promesa que no necesitaba ser repetida para ser cierta.

Vanesa, aún intentando procesar sus miedos, asintió lentamente. Ver a Mónica ahí, tan segura, le daba un alivio extraño, como si aquella fortaleza fuera capaz de vencer cualquier barrera que su propio cuerpo le impusiera. El peso de la incertidumbre se hizo un poco más llevadero en presencia de Mónica.

—Gracias —fue lo único que logró decir, pero en esa palabra iba un universo entero.

El médico y las enfermeras se retiraron después de realizar los estudios restantes. Las heridas superficiales en el rostro de Vanesa estaban sanando bien, y las noticias, aunque difíciles, traían consigo un hilo de esperanza. La mantendrían en observación por 24 horas antes de darle el alta.

Por primera vez, Mónica regresó a su casa sintiendo algo parecido a la paz. Los últimos días habían sido una tormenta emocional, un torbellino de incertidumbre y miedo. Pero ahora, aunque el camino seguía siendo incierto, se sentía más aliviada. Había algo inquebrantable en aquella promesa que le había hecho a Vanesa; saber que podía cuidarla, acompañarla, la llenaba de una calidez que hacía tiempo no sentía.

Ya en casa, comenzó a preparar la habitación para Vanesa, con la dedicación de quien organiza un espacio sagrado. Ordenó las sábanas, acomodó cada rincón, queriendo asegurarse de que el cuarto transmitiera la misma seguridad que había encontrado en sus propios sentimientos. Después, decidió tomarse un momento para sí misma. Se dio un baño largo, permitiendo que el agua caliente aliviara la tensión que se había acumulado en sus músculos. Su mente, sin embargo, seguía ocupada en pensar en Vanesa.

En la sala, sus hijas, Pía y Sara, la esperaban, ansiosas por entender qué sucedía. Mónica les explicó la situación con calma, les habló de lo que había pasado con su tía Vanesa y les pidió ayuda para que entre todas pudieran cuidarla.

—Vanesa va a vivir con nosotras un tiempo mientras se recupera —les dijo—. Va a necesitar mucho apoyo, y sé que entre todas podemos hacer que se sienta mejor.

Las niñas asintieron con seriedad, comprendiendo la importancia de lo que Mónica les estaba pidiendo. Había en sus miradas una promesa silenciosa de apoyo, de fortaleza familiar.

Esa noche, Mónica decidió descansar en casa, por primera vez en días. Ana se ofreció a cubrir su turno en el hospital, sabiendo que tanto Vanesa como Mónica necesitarían aquella noche para recuperarse a su manera.

En la habitación de hospital, Ana se sentó junto a Vanesa. Había una calma en el ambiente, pero también una vulnerabilidad compartida. Después de algunos minutos de silencio, Ana rompió el hielo.

—¿Tenés miedo? —preguntó con suavidad, sin rodeos.

Vanesa asintió, incapaz de ocultar la verdad.

—Me asusta pensar que nunca voy a recuperar la movilidad. —Su voz aún ronca tembló un poco, y en su tono había una sinceridad dolorosa, un temor profundo a un futuro desconocido.

Ana tomó la mano de Vanesa y le dedicó una sonrisa reconfortante.

—Escuchame bien, Vane. Nadie puede asegurarnos qué va a pasar, pero de algo estoy segura: sos fuerte. Siempre has sido fuerte, y esta vez no va a ser la excepción. Y además de Mónica, tenés a todos los que te queremos. No estás sola en esto.

Vanesa se quedó en silencio, asimilando las palabras de su amiga. Ana siempre había sido una presencia constante en su vida, un pilar en momentos de dificultad, y en ese instante, más que nunca, supo cuánto la necesitaba. Se sintió menos sola, un poco más en paz.

Lo que Vanesa no sabía, y que Ana prefería mantener en silencio, era que estaba investigando la agresión que la había llevado hasta ese hospital. Sabía que Javier estaba involucrado y que había algo turbio en todo aquello. Pero por el momento, prefirió guardar aquel secreto, concentrándose en ayudar a su amiga en su recuperación. La verdad podría esperar; la prioridad ahora era la sanación de Vanesa.

Cuando Ana quedó pérdida en sus pensamientos, dejando a Vanesa sumida en un silencio sereno, la oscuridad del miedo parecía menos opresiva. Había algo nuevo en su corazón: una esperanza tímida, un anhelo de vida que, aunque frágil, se aferraba con fuerza. Sabía que la recuperación sería difícil, que el miedo seguiría ahí, pero también supo que no enfrentaría este nuevo camino sola.

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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora